lunes, 29 de diciembre de 2014

CZESLAWA


Descubrí su fotografía hace un par de semanas y me fascinó, como a tantos otros.
Basta introducir su nombre en el famoso buscador para acceder a docenas de páginas que se ocupan de ella. Tiene entrada propia en la Wikipedia inglesa, polaca y española, lo que no es poco logro para alguien que carece de biografía, más allá de sus lugares y fechas de nacimiento y muerte y el nombre de su madre.
Por supuesto que es muy lógico que no tenga una biografía. A los catorce años uno ha dejado de pertenecer a sus padres pero tampoco se pertenece por completo a sí mismo, no es aún dueño de su vida. Parece obvio que es esa extraña foto la que ha rescatado su nombre del olvido.
Se exhibe en “La vida de los presos” una exposición permanente del Bloque 6 del Museo Estatal de Auschwitz – Birkenau.
Czeslawa Kwoka nació el 15 de agosto de 1928 día de gran fiesta para los católicos en la aldea polaca de Wólka Złojecka y llegó a Auschwitz junto con su madre, Katarzyna una campesina viuda el 13 de diciembre de 1942, procedentes de Zamość. Katarzyna, la prisionera 26946, murió el 18 de febrero de 1943 y Czeslawa (nº 26947) el 12 de marzo. Eso es todo lo que se sabe de ella.

Por supuesto, se trata de la foto. Es esa imagen la que consigue que la recordemos con su nombre y apellido, la que pese al intento de sus asesinos de convertirla en res de matadero numerada y certificada, para nosotros sea una igual, alguien cuyo dolor nos duele también. Y aquí entra la historia de la propia fotografía, y para atenderla hay que ocuparse de Wilhelm Brasse, el fotógrafo que la tomó, aunque sea brevemente.
Brasse era medio polaco y medio austriaco. No hubiera tenido problemas para ser considerado alemán en esas extrañas divisiones raciales que hacían los nazis pero, en un ejemplo de valor personal, rehusó jurar fidelidad a Hitler y cumplió tres meses de cárcel. A su salida de prisión intentó contactar con el ejército polaco en el exilio, pero le capturaron y deportaron a Auschwitz (con el número 3444). Sus conocimientos de fotografía le salvaron. Los responsables del campo le ordenaron tomar imágenes del trabajo de los prisioneros, de los experimentos médicos y, en especial, hacer fichas de los presos, algunas de las cuales consiguió rescatar[1] y son las que, por ejemplo, forman el mural del que Czeslawa es parte. Según su cálculo, hizo entre cuarenta y cincuenta mil fichas.
Y aquí viene el dato más sorprendente: la recuerda. Entre las decenas de miles de personas y personitas que fotografió, recuerda a Czeslawa Kwoka. Y, lo que es más impresionante, la recuerda en una entrevista con ochenta y siete años cumplidos:
“Era tan joven y estaba tan aterrorizada. La chica no entendía por qué estaba allí ni podía entender lo que le estaban diciendo, así que aquella kapo[2] cogió un palo y le golpeó en la cara. Aquella alemana descargaba su ira sobre la chica. Una cría tan hermosa, tan inocente... Lloró, pero no podía hacer nada”.
Él tampoco. Hubiera sido su sentencia de muerte.

Czeslawa secó sus lágrimas y la sangre bajo su labio, que es perfectamente visible en la fotografía, y posó.
Hay tanto en su imagen que nos recuerda  la parte más repugnante del siglo XX... La número 26947 lleva una bufanda en la cabeza porque le habían rapado el pelo a trasquilones para rellenar con él el abrigo de algún soldado alemán destinado en el Frente del Este. La lógica industrial aplicada al asesinato a gran escala. Como en los mataderos, hay partes que se aprovechan del prisionero cuando está vivo y otras cuando ya ha muerto. A Czeslawa la raparon a su llegada porque si hubiera sobrevivido un año más la podrían haber rapado otra vez. Sin embargo los dientes de oro se extraían a los cadáveres, porque ni crecen ni menguan con el tiempo. Entre las páginas que hablan de Czeslawa una menciona que en uno de los campos que visitó no era Auschwitz le sorprendió que las duchas eran muy bajas de techo. El autor mismo da la respuesta: para ahorrar gas. La muerte programada con los criterios de la cadena de Henry Ford (y esto lo digo yo)
Si a nosotros, que sabemos de la enorme capacidad de la mente humana cuando se aplica al mal, nos horroriza saber estas cosas, creo que resulta imposible ponerse en la piel de alguien que apenas había alcanzado la pubertad y vivía en un horizonte campesino. Es imposible medir la reacción de Czeslawa secuestrada de su pueblo y sumergida en esa fábrica de muerte programada.
Si se había sentido desgraciada por ser huérfana y pobre, pronto descubriría que su vida hasta entonces había sido un paraíso, comparada con lo que le esperaba.
Y en ese punto la foto nos descoloca aún más. Una niña ya asustada y que se acaba de llevar un palazo en los morros. Y si en las dos primeras fotos deja traslucir lo que es la niña asustada, lo que seguramente para ella sería el trauma de estar rapada como una piojosa , en la tercera foto encontramos a la princesa de los cuentos[3].


La clave es esa elegancia natural, esa pose de ensoñación que replica las imágenes magníficas de las estrellas de Hollywood de su tiempo a las que, si conoció, sería por alguna revista olvidada por algún viajero de paso o, quizás, ni siquiera eso... Es esa capacidad de abstraerse de la asquerosa realidad que le rodeaba, la máquina de matar, la lógica del capitalismo aplicada al asesinato, la economía de medios, lo que hoy llaman los ideólogos la eficiencia, la excelencia.
Estamos hablando de una niña apaleada a traición sin saber por qué y es capaz de responder como si se encontrase a años luz del horizonte de basura que la envuelve. Supongo que es eso, la dignidad de los humanos heridos que pese a todo no se apean de su humanidad, que gritan su condición, tanto el fotógrafo como la fotografiada. No cabe mayor desprecio a sus verdugos. Da igual lo que ella pensara en ese momento. Da igual que mirase hacia arriba para no verse la sangre. ¿Qué importa lo que nosotros pensemos que ella pensaba en ese momento?
Lo que importa es la lección que ella está dando a sus verdugos. Creéis que vais a matar a alguien que es mucho menos que vosotros, pero os está demostrando, con una sencilla pose, que es mucho más.

No se conocen las causas de su muerte, pero no hay muchas opciones. O murió de enfermedad o fue asesinada con una inyección de fenol en el pecho, que era la muerte que los nazis reservaban a los niños polacos. Su delito fue haber nacido en una aldea rodeada de tierras fértiles. Está escrito por ahí que cuando los niños más mayores iban a recibir la inyección letal avisaban a gritos a los más pequeños...






[1] Con la ayuda de otro preso, Bronislaw Jureczek, que se ocupaba del revelado.
[2] Kapos eran los presos que colaboraban con la autoridad del campo a cambio de privilegios que podían consistir en un poco más de comida y de espacio o, simplemente, de conservar la vida. Es fácil enjuiciarlos desde un sillón cómodo en una casa calentita en un entorno pacífico. Wilhelm Brasse, que tantas muestras de valentía dio rehuyendo jurar, intentando sumarse a la resistencia , salvando imágenes para la posteridad se sentía tan abrumado que, una vez libre, no fue capaz de fotografiar nada durante el resto de su vida. Entre los kapos hubo desde quien se suicidó por no poder convivir con su pasado hasta el que murió viejo con su imagen íntegra de padre responsable, abuelo feliz y devoto de Dios.
[3] Que luego nosotros, desde que las imágenes han empezado a viajar a velocidad cibernética, hemos comprobado que la mayoría de las princesas de verdad necesitan, como mínimo, una buena dosis de laxante, aunque su nombre indique lo contrario.

lunes, 22 de diciembre de 2014

EL FILÓSOFO A SALTOS



Tengo la impresión de que Josep Maria Espinàs es tan conocido en Cataluña como desconocido fuera de ella. Hombre ya anciano, le gusta caminar y reunir sus caminatas en libros y también escribe una columna en El Periódico en la que suele ensartar simplezas, una tras otra, como si fueran argumentos de una lógica impecable. Un ejemplo similar sería Rosa Montero.
Normalmente no hago el menor caso de sus sabias enseñanzas, pero sucede que ha dado en tratar un asunto que me interesa mucho, la abstención electoral[1].
Como ejemplo de su forma de envolver el vacío en solemnidad sobra con la primera frase: “Ante cualquier propuesta política, profesional o familiar puede haber partidarios, contrarios e indiferentes”.
El problema es que su claridad de ideas se va apartando del camino, y en el tercer párrafo ya parece haberse perdido: “En el ámbito de la política, hay propuestas diversas y una parte de los posibles votantes se abstendrá. Este derecho a la abstención, sin embargo, no se ejerce al menos pienso que no se podría ejercer sin perder el derecho a protestar de un resultado que no gusta”. Ofrece un ejemplo: “Si la mujer le pregunta al marido que (sic) prefiere para cenar, y la respuesta es “tú misma”, es absurdo quejarse después si el plato que le presentan no le gusta. La abstención invalida cualquier protesta por un resultado”. (Aquí se nota la edad: ¡Cuánto mejor hubiera quedado el párrafo de ser el marido quien preguntara a la mujer!)
Esto de que quien se abstiene no puede protestar es un argumento tan viejo como falso, derivado de un concepto equivocado de lo que significa la abstención, no sé si nacido del error o de la mala fe. Se habla aquí, claro, del abstencionismo activo, entendido como postura personal nacida de una reflexión, lo que excluye a aquellos que van a votar o no, dependiendo de que sea un día soleado o nuboso. En la práctica se abstienen, pero el hecho de que otras veces voten, para mí les incluye en la categoría de los votantes. Inconstantes o infieles, pero votantes al fin.
Tampoco es abstencionista quien vota blanco o nulo, aunque no vote a un partido, puesto que vota. Esto, que parece evidente, es la clave del asunto, porque es lo que marca la diferencia clara entre las posturas y lo que pone al descubierto la trampa.
No se preocupe Espinàs: los abstencionistas jamás protestamos un resultado. Sabemos que las diferencias nunca son fundamentales sino de matiz. De talante, como diría el triste Zapatero. Unos aplican la reforma laboral con entusiasmo y los otros a regañadientes, pero ninguno desoye los consejos de los amigos de Berlín o de Washington, por no hablar de su afición por indultar banqueros o dejar que prescriban las multas que se les imponen.
No. Lo que los abstencionistas denunciamos es el método, ese del que el poco sospechoso Joaquín Estefanía decía que “permite votar pero no elegir”. Como en nuestra modesta y seguramente equivocada opinión, las cartas están marcadas por el que reparte, nos negamos a sumarnos a la partida. Desde nuestro punto de vista, el ejemplo habría que reformularlo así: “El marido le pregunta a la mujer qué prefiere para cenar y ella responde: “puesto que te gusta ir a la pocilga a cocinar comida caducada en una olla oxidada, tú mismo, pues no la pienso probar”.
En realidad, quien no tiene derecho a protestar es el que apuesta y pierde, el votante frustrado, y creo que esa es la razón última de un argumento tan ridículo, atacarnos a nosotros como cortina de humo para no tener que justificarse ellos. En cualquier caso, siempre hay algún tonto que se traiciona y en una noche electoral acaba por decir aquello de que “Hitler llegó al poder a través de unas elecciones” para desacreditar al rival. Lo cual, tampoco termina de ser cierto, pues Hitler consiguió su posición gracias a un enorme error de cálculo de algunos partidos tradicionales que pensaban que le podrían manejar fácilmente... y raro será que no se levante otro tertuliano y ensarte el otro topicazo para compensar: “Churchill decía que la democracia es el peor sistema posible, con la excepción de todos los demás”.
Lo curioso es que algunos demócratas tienen un concepto extraño de la democracia, que es maravillosa cuando ganan los suyos y sospechosamente manipulada cuando ganan los otros. Decir que los abstencionistas no tienen derecho a quejarse legitima, por oposición, que los votantes sí lo tienen. El ejemplo más repugnante que se me ocurre suena muy remoto, aunque no es lejano en el tiempo. Remite a cuando en las empresas se proponía hacer huelga y esta propuesta triunfaba en la votación. Entonces, los que habían votado que no y habían perdido, en lugar de acatar la decisión de la mayoría que eso y no otra cosa es la democracia invocaban un fantasmal “derecho al trabajo”, que no significaba que cualquiera que desease trabajar tuviera dónde, sino que la policía garantizase a palos su condición de esquiroles, frente a la mayoría de votantes.



[1] Josep Maria Espinàs, “Hablar y callar cuando toca”, El Periódico, 18/12/14

martes, 16 de diciembre de 2014

TODO SE PIERDE...

Escucho en Catalunya Informació que ahora mismo hay una operación policial, aún abierta, contra el terrorismo anarquista. De momento, once detenidos en Cataluña y catorce registros, incluido uno en Madrid. Del Casal de la Muntanya de Gràcia se han llevado ordenadores, libretas y “mucho material eléctrico”.
En tiempos, cuando detenían a un comando terrorista, las fuerzas del orden exhibían una mesa con decenas de kilos de explosivos, detonadores, cordón detonante, mechas, algún fusil ametrallador, metralletas o subfusiles (nunca he tenido clara la diferencia), pistolas, ollas a presión, tornillería que podía servir de metralla y dinero en efectivo.
Hoy se detiene a una célula islamista y se muestra un zulo vacío pero que había contenido explosivos hasta hacía muy poco, porque “los perros se han puesto muy nerviosos al acercarse” o a un peligroso grupo anarquista que habría colocado una bomba en la basílica de El Pilar y, si no recuerdo mal, en la mesa había unos cuchillos de cocina como los que supongo tendrá Jorge Fernández Díaz en su casa. (Si recuerdo mal es que no había ni eso).

Uno tiende a considerar que la lucha antiterrorista ha perdido mucho brillo con el tiempo...


lunes, 15 de diciembre de 2014

EL CUENTO DE LOS DOS JOYEROS Y EL COLLAR

Un libro descatalogado hace tiempo[1] ofrece una simpática historia que puede recordarnos situaciones vividas en el presente y en el pasado cercano. Como supongo que será bastante difícil de encontrar, la reproduzco aquí. Dice así:

Isaac y Levi son dos joyeros instalados frente a frente en la misma calle. Un día Isaac compra por sólo diez dólares un collar de perlas finas. Va a jactarse ante Levy. Éste se queda maravillado. “Véndeme ese collar suplica ; justamente acabo de prometerle uno parecido a mi esposa Rebeca, con éste ella estará encantada. Aquí tienes once dólares.” Isaac se deja convencer. A mediodía cuenta el negocio a su esposa Sarah. “A las diez de la mañana dice compré un collar en diez dólares, a las diez y cinco se lo revendí a Levy en once dólares. Un dólar de ganancia en cinco minutos.”
Imbécil le dice Sarah . Sólo haces estupideces... Si Levy te compró ese collar en once dólares, es que se dio cuenta de que valía mucho más que eso. Ve rápidamente a recogerlo.
Temprano por la tarde Isaac llega con Levy. “Levy le dice si eres amigo mío, revéndeme ese collar. Sarah me ha hecho una de sus escenas... Aquí tienes doce dólares.”
Levy acepta, y esa noche cuenta la historia a Rebeca: “Esta mañana Isaac fue a venderme un collar en once dólares y por la tarde me lo volvió a comprar en doce. Me gané un dólar sin moverme de mi mostrador.”
Imbécil le dice Rebeca . Sólo haces estupideces. Si Isaac ha vuelto contigo para comprarte ese collar un dólar más caro, es que después se dio cuenta de que valía muchísimo más. Ve a recogérselo.
La mañana siguiente Levy deposita trece dólares en el mostrador de Isaac y vuelve a adquirir el collar. Al día siguiente toca el turno a Isaac quien lo compra por catorce dólares, y así siguieron.
Algunas semanas después, el collar fue vendido en veinticuatro dólares y se encuentra en poder de Isaac. Llega Levy y deposita ante él veinticinco dólares.
El collar, le dice.
Ya no hay collar responde Isaac . Ayer por la noche, antes de cerrar, pasó una norteamericana, se lo ofrecí en treinta dólares y lo compró.
Levy se desploma.
¡Vendiste nuestro collar! Pero, desdichado, con ese collar, agradablemente, calmadamente, cada uno de nosotros ganábamos un dólar diario. ¡Y lo vendiste! ¡Nuestro medio de sustento!

A continuación, el autor añadía: “Cuando se cuenta esta historia, generalmente la gente se ríe. La idea de que se pueda enriquecer sin producción ni enajenación les parece a todos divertida. Pero cuando se produce exactamente lo mismo en la Bolsa, con la única diferencia de que en vez de haber un Isaac y un Levy que se pasan mutuamente un collar, hay miles de Dupont y de Durant, que se pasan acciones, la gente toma todo esto en serio y aún se apresuran a fiarse de ello. Lo que era subjetivo e imaginario en el caso de dos individuos, se vuelve objetivo y real en el caso de un gran número de individuos.”
Supongo que en 1969, cuando Europa, Norteamérica, Japón y buena parte de sus países satélites rebosaban de fábricas que producían objetos que se podían ver, oír y tocar la Bolsa era el único disparate económico observable a simple vista. Hoy sabemos que cualquier rama de la actividad, desde la vivienda hasta el fútbol, puede ser campo abonado para los joyeros ilusos.
El pobre Arghiri Emmanuel no se libró de verlo. Murió en el año 2011 y, aunque por razones dictadas por una vida apasionante escribiera en francés, había nacido en Grecia. Supongo que el espectáculo que ofrecía su tierra natal no debió alegrar precisamente sus últimos días.



[1] Arghiri Emmanuel: El intercambio desigual. Ensayo sobre los antagonismos en las relaciones económicas internacionales. Siglo XXI, Madrid, 1973 (3ª ed.). El original francés es de 1969 y la traducción castellana es obra de Jorge Eduardo Navarrete y Sergio Fernández Bravo, revisada por Julio Moguel. Las citas aparecen en las páginas 145-146 y he respetado los americanismos del texto.

jueves, 11 de diciembre de 2014

PALABRAS PARA UNA CRISIS

I.
Allá por los tiempos felices en que parecíamos millonarios gracias al crédito fácil, los ideólogos estaban muy preocupados porque la población seguía teniendo mala imagen de los empresarios. Para dar la vuelta a la situación inventaron un nuevo concepto, emprendedor, que hasta entonces sólo significaba “que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas”. La idea era sustituir la palabra desprestigiada por otra con connotaciones positivas, como en otras lenguas existe, por ejemplo, capitanes de empresa.
Los medios se volcaron en ella y, de la noche a la mañana, el viejo empresario pasó a ser el nuevo emprendedor. Creo que se juntaron ahí consignas discretas transmitidas desde los despachos de algunos directores con esa extraña afición que tienen los periodistas por reproducir lo que les parece lenguaje actual, aunque carezca de valor (“saltar todas las alarmas”, “cruzar las líneas rojas”, “ha venido para quedarse”) o sea directamente incorrecto (deflagración por detonación). Por si acaso, los gobernantes no olvidaron el viejo sistema de adoctrinar a la infancia y aparecieron planes para introducir una asignatura escolar de “emprendimiento”, una canción que volvemos a escuchar hoy.
Pero el éxito fue sólo relativo. Si bien obtuvo una victoria que al principio parecía total, con el tiempo volvieron los empresarios y los emprendedores quedaron reducidos a los jóvenes empresarios, en especial aquellos que reproducían el modelo de lo que en inglés llaman “El mito del garaje de Silicon Valley”. Es decir, uno o varios jóvenes sin experiencia tienen una idea brillante y, frente a la indiferencia general, trabajan sin descanso hasta que consiguen que el mundo reconozca su talento y les premie haciéndoles multimillonarios antes de cumplir los cuarenta.
A fuerza de buscar, encontraron algunos, pero con el tiempo han acabado por hundirse estrepitosamente, como Jenaro García y su Gowex o, simplemente, se los ha tragado la tierra.
Ahora la cosa se ha complicado un poquito más con el parto de un nuevo engendro, las “start-ups”, cuyo significado concreto confieso ignorar (en inglés sería “arrancar” o “echar a andar”) pero que, por lo que observo, se aplica sobre todo a Internet y a las aplicaciones para teléfonos inteligentes.

II.
Llegó la crisis y nuestra fortuna de papel se la llevó el viento. Miles de personas perdían su trabajo a diario, los negocios quebraban y las calles se llenaron de tiendas, talleres, oficinas y viviendas con carteles de venta o alquiler. La alegría anterior se transformó en pesimismo, la moral colectiva estaba por los suelos y los ideólogos se emplearon a fondo para levantarla. El intento de pintar la situación como mejor de lo que era la suave desaceleración, la recuperación inminente, los brotes verdes sólo sirvió para hacer mofa de un gobierno que perdía prestigio a cada hora que pasaba, de modo que decidieron que lo mejor era inyectar optimismo.

Eran los tiempos del “Esto lo arreglamos entre todos”, una campaña que resultaba insultante porque la protagonizaba gente que ya tenía su vida muy bien arreglada, y como los resultados fueron muy escasos, un nuevo concepto acudió en su ayuda, reinventarse.
Fue un buen hallazgo, durante una temporada la reinvención parecía la cura de cualquier mal. Los medios la acogieron con entusiasmo, recuerdo una portada de El Periódico que anunciaba que “Los Pirineos se reinventan”.
Había dos modelos de historias personales. El primero era el de un profesional bien remunerado que renunciaba a su cómoda posición para perseguir el sueño de su vida, que no tenía nada que ver con su ocupación anterior. El ejecutivo de una multinacional se reinventaba como guía de alta montaña de la noche a la mañana. El segundo era un parado o asalariado modesto que montaba un pequeño negocio con mucha ilusión y animaba a todo el mundo a hacer lo mismo.
Aunque no ha desaparecido por completo, la reinvención ha perdido mucha presencia con el tiempo. Es sospechoso que los periodistas no hayan vuelto a entrevistar a los protagonistas de los titulares de entonces, pero cabe suponer que le habrá ido mejor al ejecutivo en su retiro dorado que a la peluquera en su tienda de artesanía.

III.
Hay que hacer un esfuerzo de memoria para recordar cuándo empezó la crisis. ¿Estamos en su sexto, séptimo u octavo año? Es una pregunta difícil. El gobierno dice que las cifras importantes se recuperan con fuerza y que se está creando empleo. Sin embargo, hay más parados que antes de la reforma laboral. El empleo que se crea es sólo un ajuste: el abaratamiento de las indemnizaciones provocó una borrachera de despidos tal que muchos empresarios despidieron de más y ahora se han dado cuenta de que se les fue la mano y han tenido que volver a contratar.
Descontado ese efecto, el empleo no mejora y, una vez más, los ideólogos han de salir a explicarlo. El punto de partida de su análisis es que los empresarios desean crear el máximo número de puestos de trabajo posible, por tanto el problema no está en ese lado. Hay una acusación zafia y cruel que se repite de vez en cuando: los parados no se mueven lo suficiente y prefieren vivir del subsidio. Es un argumento muy burdo, que provoca rechazo y lleva a contradicciones tan estúpidas como que los expertos afirmen que el uso de Internet es básico para encontrar empleo mientras algún político dice que cómo se atreven a quejarse parados que tienen conexión a Internet en casa. Esta vía es poco popular, así que sólo reaparece de vez en cuando, entre portavoces de la patronal y políticos de autoridad municipal.
Más eficaz resultó insistir en la formación continua, el reciclaje y la cualificación. La formación continua para los trabajadores con empleo y el reciclaje para los parados se ha revelado, además, como una gran fuente de ingresos irregulares para las patronales y los sindicatos subvencionados que las monopolizaban.
La falta de cualificación ha sido una buena explicación hasta que la gente la ha tomado en serio y se ha dedicado a estudiar y conseguir certificados. Desde entonces ya no sirve y ha llevado a inventar el concepto contrario, la sobrecualificación, en un intento de conciliar opuestos. Mala es la falta y malo el exceso, aunque se guardan mucho de explicar cuál es el punto exacto.

El último hallazgo en el cajón de las excusas es la empleabilidad, y hay que reconocer que está cerca de la perfección. Si consigues un trabajo es porque tienes empleabilidad y si no te lo dan, es porque te falta empleabilidad. Evidente, como aquellos médicos de Molière que explicaban que el vino hacía dormir porque tenía “virtud dormitiva”. Nadie sabe en qué consiste, cómo ni dónde se adquiere, pero deja una cosa muy clara: si no tienes trabajo, es culpa tuya.