Un libro descatalogado hace tiempo[1]
ofrece una simpática historia que puede recordarnos situaciones vividas en el
presente y en el pasado cercano. Como supongo que será bastante difícil de
encontrar, la reproduzco aquí. Dice así:
Isaac y Levi son dos joyeros instalados frente a
frente en la misma calle. Un día Isaac compra por sólo diez dólares un collar
de perlas finas. Va a jactarse ante Levy. Éste se queda maravillado. “Véndeme
ese collar ― suplica ―; justamente acabo de prometerle uno parecido a mi esposa Rebeca, con
éste ella estará encantada. Aquí tienes once dólares.” Isaac se deja convencer.
A mediodía cuenta el negocio a su esposa Sarah. “A las diez de la mañana ― dice ― compré un collar
en diez dólares, a las diez y cinco se lo revendí a Levy en once dólares. Un
dólar de ganancia en cinco minutos.”
― Imbécil ― le dice Sarah ―. Sólo haces estupideces... Si Levy te compró ese
collar en once dólares, es que se dio cuenta de que valía mucho más que eso. Ve
rápidamente a recogerlo.
Temprano por la tarde Isaac llega con Levy. “Levy ― le dice ― si eres amigo
mío, revéndeme ese collar. Sarah me ha hecho una de sus escenas... Aquí tienes
doce dólares.”
Levy acepta, y esa noche cuenta la historia a Rebeca: “Esta mañana
Isaac fue a venderme un collar en once dólares y por la tarde me lo volvió a
comprar en doce. Me gané un dólar sin moverme de mi mostrador.”
― Imbécil ― le dice Rebeca ―. Sólo haces estupideces. Si Isaac ha vuelto contigo
para comprarte ese collar un dólar más caro, es que después se dio cuenta de
que valía muchísimo más. Ve a recogérselo.
La mañana siguiente Levy deposita trece dólares en el mostrador de
Isaac y vuelve a adquirir el collar. Al día siguiente toca el turno a Isaac quien
lo compra por catorce dólares, y así siguieron.
Algunas semanas después, el collar fue vendido en veinticuatro dólares
y se encuentra en poder de Isaac. Llega Levy y deposita ante él veinticinco
dólares.
― El collar, le dice.
― Ya no hay collar ― responde Isaac ―. Ayer por la noche, antes de cerrar, pasó una
norteamericana, se lo ofrecí en treinta dólares y lo compró.
Levy se desploma.
― ¡Vendiste nuestro collar! Pero, desdichado, con ese
collar, agradablemente, calmadamente, cada uno de nosotros ganábamos un dólar
diario. ¡Y lo vendiste! ¡Nuestro medio de sustento!
A continuación, el autor añadía: “Cuando se cuenta
esta historia, generalmente la gente se ríe. La idea de que se pueda enriquecer
sin producción ni enajenación les parece a todos divertida. Pero cuando se
produce exactamente lo mismo en la Bolsa, con la única diferencia de que en vez
de haber un Isaac y un Levy que se pasan mutuamente un collar, hay miles de
Dupont y de Durant, que se pasan acciones, la gente toma todo esto en serio y
aún se apresuran a fiarse de ello. Lo que era subjetivo e imaginario en el caso
de dos individuos, se vuelve objetivo y real en el caso de un gran número de
individuos.”
Supongo que en 1969, ― cuando Europa, Norteamérica, Japón y buena parte de
sus países satélites rebosaban de fábricas que producían objetos que se podían
ver, oír y tocar ― la Bolsa era el único disparate económico observable a simple vista. Hoy
sabemos que cualquier rama de la actividad, desde la vivienda hasta el fútbol,
puede ser campo abonado para los joyeros ilusos.
El pobre Arghiri Emmanuel no se libró de verlo. Murió
en el año 2011 y, aunque por razones dictadas por una vida apasionante
escribiera en francés, había nacido en Grecia. Supongo que el espectáculo que
ofrecía su tierra natal no debió alegrar precisamente sus últimos días.
[1] Arghiri
Emmanuel: El intercambio desigual. Ensayo sobre los antagonismos en las
relaciones económicas internacionales. Siglo XXI, Madrid, 1973 (3ª ed.). El
original francés es de 1969 y la traducción castellana es obra de Jorge Eduardo
Navarrete y Sergio Fernández Bravo, revisada por Julio Moguel. Las citas
aparecen en las páginas 145-146 y he respetado los americanismos del texto.
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