lunes, 22 de diciembre de 2014

EL FILÓSOFO A SALTOS



Tengo la impresión de que Josep Maria Espinàs es tan conocido en Cataluña como desconocido fuera de ella. Hombre ya anciano, le gusta caminar y reunir sus caminatas en libros y también escribe una columna en El Periódico en la que suele ensartar simplezas, una tras otra, como si fueran argumentos de una lógica impecable. Un ejemplo similar sería Rosa Montero.
Normalmente no hago el menor caso de sus sabias enseñanzas, pero sucede que ha dado en tratar un asunto que me interesa mucho, la abstención electoral[1].
Como ejemplo de su forma de envolver el vacío en solemnidad sobra con la primera frase: “Ante cualquier propuesta política, profesional o familiar puede haber partidarios, contrarios e indiferentes”.
El problema es que su claridad de ideas se va apartando del camino, y en el tercer párrafo ya parece haberse perdido: “En el ámbito de la política, hay propuestas diversas y una parte de los posibles votantes se abstendrá. Este derecho a la abstención, sin embargo, no se ejerce al menos pienso que no se podría ejercer sin perder el derecho a protestar de un resultado que no gusta”. Ofrece un ejemplo: “Si la mujer le pregunta al marido que (sic) prefiere para cenar, y la respuesta es “tú misma”, es absurdo quejarse después si el plato que le presentan no le gusta. La abstención invalida cualquier protesta por un resultado”. (Aquí se nota la edad: ¡Cuánto mejor hubiera quedado el párrafo de ser el marido quien preguntara a la mujer!)
Esto de que quien se abstiene no puede protestar es un argumento tan viejo como falso, derivado de un concepto equivocado de lo que significa la abstención, no sé si nacido del error o de la mala fe. Se habla aquí, claro, del abstencionismo activo, entendido como postura personal nacida de una reflexión, lo que excluye a aquellos que van a votar o no, dependiendo de que sea un día soleado o nuboso. En la práctica se abstienen, pero el hecho de que otras veces voten, para mí les incluye en la categoría de los votantes. Inconstantes o infieles, pero votantes al fin.
Tampoco es abstencionista quien vota blanco o nulo, aunque no vote a un partido, puesto que vota. Esto, que parece evidente, es la clave del asunto, porque es lo que marca la diferencia clara entre las posturas y lo que pone al descubierto la trampa.
No se preocupe Espinàs: los abstencionistas jamás protestamos un resultado. Sabemos que las diferencias nunca son fundamentales sino de matiz. De talante, como diría el triste Zapatero. Unos aplican la reforma laboral con entusiasmo y los otros a regañadientes, pero ninguno desoye los consejos de los amigos de Berlín o de Washington, por no hablar de su afición por indultar banqueros o dejar que prescriban las multas que se les imponen.
No. Lo que los abstencionistas denunciamos es el método, ese del que el poco sospechoso Joaquín Estefanía decía que “permite votar pero no elegir”. Como en nuestra modesta y seguramente equivocada opinión, las cartas están marcadas por el que reparte, nos negamos a sumarnos a la partida. Desde nuestro punto de vista, el ejemplo habría que reformularlo así: “El marido le pregunta a la mujer qué prefiere para cenar y ella responde: “puesto que te gusta ir a la pocilga a cocinar comida caducada en una olla oxidada, tú mismo, pues no la pienso probar”.
En realidad, quien no tiene derecho a protestar es el que apuesta y pierde, el votante frustrado, y creo que esa es la razón última de un argumento tan ridículo, atacarnos a nosotros como cortina de humo para no tener que justificarse ellos. En cualquier caso, siempre hay algún tonto que se traiciona y en una noche electoral acaba por decir aquello de que “Hitler llegó al poder a través de unas elecciones” para desacreditar al rival. Lo cual, tampoco termina de ser cierto, pues Hitler consiguió su posición gracias a un enorme error de cálculo de algunos partidos tradicionales que pensaban que le podrían manejar fácilmente... y raro será que no se levante otro tertuliano y ensarte el otro topicazo para compensar: “Churchill decía que la democracia es el peor sistema posible, con la excepción de todos los demás”.
Lo curioso es que algunos demócratas tienen un concepto extraño de la democracia, que es maravillosa cuando ganan los suyos y sospechosamente manipulada cuando ganan los otros. Decir que los abstencionistas no tienen derecho a quejarse legitima, por oposición, que los votantes sí lo tienen. El ejemplo más repugnante que se me ocurre suena muy remoto, aunque no es lejano en el tiempo. Remite a cuando en las empresas se proponía hacer huelga y esta propuesta triunfaba en la votación. Entonces, los que habían votado que no y habían perdido, en lugar de acatar la decisión de la mayoría que eso y no otra cosa es la democracia invocaban un fantasmal “derecho al trabajo”, que no significaba que cualquiera que desease trabajar tuviera dónde, sino que la policía garantizase a palos su condición de esquiroles, frente a la mayoría de votantes.



[1] Josep Maria Espinàs, “Hablar y callar cuando toca”, El Periódico, 18/12/14

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