Hace unas temporadas las
cadenas de televisión invitaban a famosos videntes para que hicieran
predicciones sobre el año entrante. Acabado el año, volvían a esos mismos programas
y se daban a recordar sus escasísimos aciertos, mientras pasaban de largo ante
sus muchos fallos, con la amnesia cómplice de los presentadores.
Siempre me llamó la
atención que tanta gente gastara dinero en un negocio con tan pocas
posibilidades de éxito. Pensaba que nadie compraría un pasaje a una aerolínea que
perdiera nueve aviones de cada diez. Quisiera creer que su decadencia actual se
debe al desencanto de sus antiguos clientes y no a que la crisis les haya
dejado sin fondos.
Hoy abundan en los medios
personajes que profetizan con igual o menor acierto y a los que tampoco se pide
cuentas por sus errores. A diferencia de aquellos, estos no visten túnicas
estrafalarias sino trajes a medida, cortados por los mejores sastres.
Una diferencia más
importante es que, si los adivinos de entonces se ocupaban de temas frívolos y
huían de anunciar desgracias o catástrofes, los de ahora se ocupan de asuntos
graves y amenazan con consecuencias apocalípticas si no se siguen sus
recomendaciones.
Recordaré una ya olvidada:
cuando el presidente de Ecuador anunció que iba a aumentar los impuestos a las
petroleras, los expertos dijeron que las compañías se irían del país y se
instalaría el caos. Por supuesto, ninguna se fue. Es preferible pasar de ganar
cincuenta a ganar treinta que quedarse sin nada.
Pero tengo otras de total
actualidad, por ejemplo el aumento salarial. Es bien sabido que, si nos suben
el sueldo, perderemos competitividad, y el resultado no puede ser otro que el
empobrecimiento inmediato y quién sabe si la ruina a medio plazo. No, es mejor
no tocar los salarios. Si acaso, reducirlos un poco, que aún hay margen.
Yo, que sé tanto de la
Ciencia Económica como de las Ciencias Ocultas y tengo cierta tendencia a la
demagogia populista, no puedo entender por qué a los países con salarios altos
les ha ido mucho mejor en la crisis que a los que los tenían bajos. Sí sé que
eso de la pérdida de competitividad es una chufa si se aplica a algunos
negocios. Cierto que una fábrica de las de antes puede mudarse a un país
con salarios más bajos y peores condiciones laborales. Basta recordar que
prácticamente toda la industria automovilística extranjera que se instaló en
España lo hizo durante el Franquismo, porque era un país barato y con
trabajadores disciplinados a su pesar. Pero, ¿qué sucedería con las
multinacionales de la comida rápida, por ejemplo?
La respuesta es sencilla.
Un encargado de Burger King en Estados Unidos gana nueve dólares a la
hora, mientras un empleado raso en Dinamarca gana veinte. Si miramos hacia Mc
Donald’s, el trabajador americano gana el equivalente a 1,8 Big Macs
por hora y el danés gana 3,4, casi el doble, sin contar con que la hamburguesa
es más cara en Dinamarca que en Estados Unidos (5,60 $ frente a 4,80)[1].
Por supuesto, ambas cadenas obtienen beneficios más bajos en Dinamarca pero,
como sucedió en Ecuador, nadie cierra un negocio rentable.
Una variedad especialmente
curiosa de la categoría apocalíptica es la profecía autocumplida. Podemos ver
por televisión al representante español de un fondo de inversiones, avisando de
que los inversores extranjeros van a retirar su dinero de Grecia, justo el día
antes de que el fondo para el que trabaja anuncie que se lleva de Grecia el
dinero mal ganado allí.
Pero no todo son
desgracias, también hay previsiones optimistas. Por ejemplo, cualquiera
medianamente informado sabe que el futuro de la economía mundial está
depositado en los brics[2],
el conjunto de países emergentes formado por Brasil, Rusia, India y China.
No sé cómo van las cosas
en la India porque llega muy poca información y es contradictoria. Parece un
mal síntoma, porque a los países en expansión les gusta alardear[3]
pero, como digo, faltan datos. En Rusia parecen ir bien, porque Putin ha
recurrido a la vieja receta de sacar la cachiporra, que suele tener el éxito
garantizado.
El milagro brasileño
recordaba mucho a uno que vivimos muy de cerca: Expansión a toda costa, a base
de la construcción y el crédito fácil. Por desgracia para la mayoría de
brasileños, las consecuencias son las esperables[4].
Lo de China da más miedo.
Pese a que Rajoy alabara su crecimiento al 7%, para su economía esa cifra
significa estar a las puertas de la recesión, pues China arrastra una gran
contradicción en su modelo. En un escenario de empobrecimiento general, China
se convirtió en la fábrica del mundo porque era capaz de producir
cantidades inmensas de mercancía muy barata. Como es obvio, su ventaja
comparativa nacía de la enorme cantidad de mano de obra disponible, los bajos
salarios y las condiciones laborales de semiesclavitud. Pero también es
evidente que, al tratarse de una producción con muy poco valor añadido, los
márgenes de ganancia son muy bajos y sólo se sostienen si el volumen sigue
siendo muy elevado y no se altera ninguna de las condiciones dadas. Pero en
China los salarios están subiendo, aunque sea tímidamente, y ese pequeño
incremento altera todo el equilibrio...
Por supuesto, es un
problema que tiene solución. Por ejemplo, un desarrollo tranquilo y equilibrado
del mercado interior, como hicieron los países más sensatos de Europa en su
momento. Pero fieles al espíritu de la época, los dirigentes chinos han
preferido embarcarse en un colosal programa de obras públicas de consecuencias
imprevisibles, aunque se podría sugerir algún paralelismo que induce más al
temblor que al sosiego[5].
Ahora recuerdo a un
profeta dominical de La Vanguardia que se hartó de proponer a China como
el paraíso de las empresas españolas[6].
Por supuesto que no era el único que vendía tal receta y, probablemente,
tampoco el más influyente, pero lo cierto es que la idea tuvo compradores.
Desde luego, los grandes bancos ― que nunca
saben cómo malgastar el dinero que tanto nos cuesta ganar ―, pero también grandes, medianas e incluso pequeñas
empresas, sucumbieron al encanto de las profecías que anunciaban las bondades
de ser el primero en llegar a “un mercado de mil millones de compradores”. Ahora,
los que no han salido con grandes pérdidas, esperan a que la situación mejore,
aunque sin creer demasiado en la posibilidad.
Bastaba un pequeño baño de realidad para ser
consciente de que, como se ha indicado arriba, China aspiraba a ser la fábrica
del mundo, no su mercado, que es muy pequeño y restringido a artículos
de lujo extremo, que los millonarios irán a buscar al país de origen por propia
voluntad. Bastaba un mínimo conocimiento
de la historia contemporánea del país para saber que la corrupción y el
nacionalismo agresivo de sus dirigentes no auguraban buenas perspectivas de
negocio[7].
Bastaba haber escuchado a los que fueron antes y volvieron escaldados, para
saber que aquello no iba a ser una aventura fácil, que contaban a quien
quisiera oírles que había que sobornar hasta para respirar, que después les obligaban a llenar las
empresas de cargos chinos, y que una vez habían aprendido los secretos del
negocio, montaban uno paralelo que les dejaba fuera.
Pero aquellas profecías
sonaban tan bien...
[1] “Where
fast food pays a living wage”, International New York Times, 28/10/14,
portada y p. 16. Hay un buen montón más de diferencias entre unos y otros, ― siempre favorables a Dinamarca,
claro ― pero me conformo con estos datos.
[2] Uno de
esos acrónimos a los que son tan dados los anglosajones, ― cada uno tiene sus vicios ―. Si no me equivoco, la ese sólo
es un plural.
[4] No
parece casualidad que fuera Río de Janeiro quien se llevara los juegos
olímpicos a los que aspiraba Madrid.
[5] ¿Será
de nuevo casualidad que China sea el país con más kilómetros de vías de alta
velocidad, justo por delante de... España?
[6] Creo
que sigue en activo, aunque hace tiempo que dejé de leerle. Callaré su nombre
porque, si él carece de vergüenza, yo tengo suficiente para los dos.
[7] Como se
sabe, “las Humanidades no dan de comer”, pero a veces evitan perder un buen
montón de dinero.
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