miércoles, 25 de marzo de 2015

PROFECÍAS


 Hace unas temporadas las cadenas de televisión invitaban a famosos videntes para que hicieran predicciones sobre el año entrante. Acabado el año, volvían a esos mismos programas y se daban a recordar sus escasísimos aciertos, mientras pasaban de largo ante sus muchos fallos, con la amnesia cómplice de los presentadores.
Siempre me llamó la atención que tanta gente gastara dinero en un negocio con tan pocas posibilidades de éxito. Pensaba que nadie compraría un pasaje a una aerolínea que perdiera nueve aviones de cada diez. Quisiera creer que su decadencia actual se debe al desencanto de sus antiguos clientes y no a que la crisis les haya dejado sin fondos.
Hoy abundan en los medios personajes que profetizan con igual o menor acierto y a los que tampoco se pide cuentas por sus errores. A diferencia de aquellos, estos no visten túnicas estrafalarias sino trajes a medida, cortados por los mejores sastres.
Una diferencia más importante es que, si los adivinos de entonces se ocupaban de temas frívolos y huían de anunciar desgracias o catástrofes, los de ahora se ocupan de asuntos graves y amenazan con consecuencias apocalípticas si no se siguen sus recomendaciones.
Recordaré una ya olvidada: cuando el presidente de Ecuador anunció que iba a aumentar los impuestos a las petroleras, los expertos dijeron que las compañías se irían del país y se instalaría el caos. Por supuesto, ninguna se fue. Es preferible pasar de ganar cincuenta a ganar treinta que quedarse sin nada.
Pero tengo otras de total actualidad, por ejemplo el aumento salarial. Es bien sabido que, si nos suben el sueldo, perderemos competitividad, y el resultado no puede ser otro que el empobrecimiento inmediato y quién sabe si la ruina a medio plazo. No, es mejor no tocar los salarios. Si acaso, reducirlos un poco, que aún hay margen.
Yo, que sé tanto de la Ciencia Económica como de las Ciencias Ocultas y tengo cierta tendencia a la demagogia populista, no puedo entender por qué a los países con salarios altos les ha ido mucho mejor en la crisis que a los que los tenían bajos. Sí sé que eso de la pérdida de competitividad es una chufa si se aplica a algunos negocios. Cierto que una fábrica de las de antes puede mudarse a un país con salarios más bajos y peores condiciones laborales. Basta recordar que prácticamente toda la industria automovilística extranjera que se instaló en España lo hizo durante el Franquismo, porque era un país barato y con trabajadores disciplinados a su pesar. Pero, ¿qué sucedería con las multinacionales de la comida rápida, por ejemplo?
La respuesta es sencilla. Un encargado de Burger King en Estados Unidos gana nueve dólares a la hora, mientras un empleado raso en Dinamarca gana veinte. Si miramos hacia Mc Donald’s, el trabajador americano gana el equivalente a 1,8 Big Macs por hora y el danés gana 3,4, casi el doble, sin contar con que la hamburguesa es más cara en Dinamarca que en Estados Unidos (5,60 $ frente a 4,80)[1]. Por supuesto, ambas cadenas obtienen beneficios más bajos en Dinamarca pero, como sucedió en Ecuador, nadie cierra un negocio rentable.
Una variedad especialmente curiosa de la categoría apocalíptica es la profecía autocumplida. Podemos ver por televisión al representante español de un fondo de inversiones, avisando de que los inversores extranjeros van a retirar su dinero de Grecia, justo el día antes de que el fondo para el que trabaja anuncie que se lleva de Grecia el dinero mal ganado allí.
Pero no todo son desgracias, también hay previsiones optimistas. Por ejemplo, cualquiera medianamente informado sabe que el futuro de la economía mundial está depositado en los brics[2], el conjunto de países emergentes formado por Brasil, Rusia, India y China.
No sé cómo van las cosas en la India porque llega muy poca información y es contradictoria. Parece un mal síntoma, porque a los países en expansión les gusta alardear[3] pero, como digo, faltan datos. En Rusia parecen ir bien, porque Putin ha recurrido a la vieja receta de sacar la cachiporra, que suele tener el éxito garantizado.
El milagro brasileño recordaba mucho a uno que vivimos muy de cerca: Expansión a toda costa, a base de la construcción y el crédito fácil. Por desgracia para la mayoría de brasileños, las consecuencias son las esperables[4].
Lo de China da más miedo. Pese a que Rajoy alabara su crecimiento al 7%, para su economía esa cifra significa estar a las puertas de la recesión, pues China arrastra una gran contradicción en su modelo. En un escenario de empobrecimiento general, China se convirtió en la fábrica del mundo porque era capaz de producir cantidades inmensas de mercancía muy barata. Como es obvio, su ventaja comparativa nacía de la enorme cantidad de mano de obra disponible, los bajos salarios y las condiciones laborales de semiesclavitud. Pero también es evidente que, al tratarse de una producción con muy poco valor añadido, los márgenes de ganancia son muy bajos y sólo se sostienen si el volumen sigue siendo muy elevado y no se altera ninguna de las condiciones dadas. Pero en China los salarios están subiendo, aunque sea tímidamente, y ese pequeño incremento altera todo el equilibrio...
Por supuesto, es un problema que tiene solución. Por ejemplo, un desarrollo tranquilo y equilibrado del mercado interior, como hicieron los países más sensatos de Europa en su momento. Pero fieles al espíritu de la época, los dirigentes chinos han preferido embarcarse en un colosal programa de obras públicas de consecuencias imprevisibles, aunque se podría sugerir algún paralelismo que induce más al temblor que al sosiego[5].
Ahora recuerdo a un profeta dominical de La Vanguardia que se hartó de proponer a China como el paraíso de las empresas españolas[6]. Por supuesto que no era el único que vendía tal receta y, probablemente, tampoco el más influyente, pero lo cierto es que la idea tuvo compradores. Desde luego, los grandes bancos que nunca saben cómo malgastar el dinero que tanto nos cuesta ganar , pero también grandes, medianas e incluso pequeñas empresas, sucumbieron al encanto de las profecías que anunciaban las bondades de ser el primero en llegar a “un mercado de mil millones de compradores”. Ahora, los que no han salido con grandes pérdidas, esperan a que la situación mejore, aunque sin creer demasiado en la posibilidad.
Bastaba un pequeño baño de realidad para ser consciente de que, como se ha indicado arriba, China aspiraba a ser la fábrica del mundo, no su mercado, que es muy pequeño y restringido a artículos de lujo extremo, que los millonarios irán a buscar al país de origen por propia voluntad.  Bastaba un mínimo conocimiento de la historia contemporánea del país para saber que la corrupción y el nacionalismo agresivo de sus dirigentes no auguraban buenas perspectivas de negocio[7]. Bastaba haber escuchado a los que fueron antes y volvieron escaldados, para saber que aquello no iba a ser una aventura fácil, que contaban a quien quisiera oírles que había que sobornar hasta para respirar,  que después les obligaban a llenar las empresas de cargos chinos, y que una vez habían aprendido los secretos del negocio, montaban uno paralelo que les dejaba fuera.
Pero aquellas profecías sonaban tan bien...




[1] “Where fast food pays a living wage”, International New York Times, 28/10/14, portada y p. 16. Hay un buen montón más de diferencias entre unos y otros, siempre favorables a Dinamarca, claro pero me conformo con estos datos.
[2] Uno de esos acrónimos a los que son tan dados los anglosajones, cada uno tiene sus vicios . Si no me equivoco, la ese sólo es un plural.
[3] ¿Hará falta recordar tantas estupideces como dijeron tantos sobre “el milagro español”?
[4] No parece casualidad que fuera Río de Janeiro quien se llevara los juegos olímpicos a los que aspiraba Madrid.
[5] ¿Será de nuevo casualidad que China sea el país con más kilómetros de vías de alta velocidad, justo por delante de... España?
[6] Creo que sigue en activo, aunque hace tiempo que dejé de leerle. Callaré su nombre porque, si él carece de vergüenza, yo tengo suficiente para los dos.
[7] Como se sabe, “las Humanidades no dan de comer”, pero a veces evitan perder un buen montón de dinero.

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