No es fácil escribir sobre asuntos históricos,
aunque muchos novelistas medianejos se crean capacitados para ello. Por un lado
está la necesidad de simplificar. Los procesos humanos son largos, complejos y
llenos de matices, si se explicaran como fueron, con todos sus detalles, sus
vacilaciones y sus contradicciones, resultarían incomprensibles. Así pues, hay
que aligerar la cantidad de información hasta encontrar la línea que conduce de
un hecho a otro sin caer en una simplificación grosera. Por otra parte, la
Historia sólo puede construirse mirando hacia atrás, del presente al pasado. Por
supuesto, es una obviedad, pero conlleva un peligro del que es difícil escapar:
buscar en el pasado la justificación del presente. Dar importancia a aquello
que se parece a lo que tenemos y olvidar lo que hubiera llevado a otros
escenarios. Hay que ser muy competente para evitar ambas trampas y, sobre todo,
hay que tener voluntad de evitarlas. No es el caso de nuestra historia
contemporánea, que recuerda más a una película clásica del Oeste, con sus buenos
y malos claramente diferenciados y fáciles de distinguir.
En el año 2006, con motivo del estreno de la
película Salvador, Salvador Puig Antich y el MIL recibieron un poco de
atención de los medios de masas. Salvador ha conseguido su pequeño espacio
porque él y Heinz Chez ― un “delincuente común” que había matado a un
guardia civil en un camping de Tarragona ―, fueron los últimos ejecutados con el garrote vil
(hasta el momento, claro, todo puede empeorar)[1].
Salvador ― basada en un libro bastante superficial del periodista Francesc
Escribano, una estrella de TV3 ―, hacía hincapié en varios puntos que, en realidad,
son bastante dudosos. Veamos alguno. Salvador enfrentó el garrote porque en el
tiroteo que siguió a su detención murió un subinspector de la Brigada Político
Social, que era lo peor de lo peor del régimen franquista. Es cierto que nunca
se probó que las balas de su pistola mataran al policía, entre otras cosas
porque los compañeros del muerto requisaban las balas según iban siendo
extraídas de su cadáver y de ellas nunca más se supo, algo debían temer. Pero
también es cierto, y el propio Escribano lo refleja en su texto, que los
miembros más activos del MIL habían jurado no dejarse atrapar vivos. Así que es
muy probable que Salvador no matase al subinspector, dado el afán de sus
colegas por hacer desaparecer los proyectiles, pero también es muy claro que no
le hubiese pesado demasiado.
Otro atractivo para el movimiento de la Memoria
Histórica, que en el 2006 estaba en su apogeo, era presentarlo como un
antifranquista asesinado en virtud de leyes injustas. Sólo que el MIL no era
antifranquista sino anticapitalista, y ellos dejaban muy claro en sus textos
que atacaban al régimen de Franco porque era la forma que adoptaba el
capitalismo en España en ese momento.
Las hermanas de Salvador aprovecharon entonces para
pedir la anulación del consejo de guerra ― que, por supuesto, no les fue concedida ―, basándose en
esos motivos antifranquistas tan contrarios a la ideología de su hermano. (Y
que conste que el reproche a la incomprensión de la ideología de Salvador
convive con el mayor respeto hacia la determinación y el valor personal que han
demostrado siempre: el día que fue detenido, cosido a balazos, se las
ingeniaron para colarse en el hospital, acercarse lo suficiente a su habitación
y gritarle un “Salvador, estamos aquí” que él oyó y, sin duda, le debió
emocionar[2]).
Esto fue hace nueve años y se lo ha llevado el viento, aunque aún me
resuenan en los oídos los gritos aterradores de Isabel San Sebastián diciendo
“¿y el policía? ¿y el policía?”.
Pero el momento de Salvador acabó por pasar junto
con su película y volvió el olvido. Apenas ha quedado memoria de aquello. En la
época de las redes sociales, lo que sucedió esta mañana es pretérito
indefinido. Debemos, pues, acudir a las historias canónicas. Tomemos una de
ellas donde, como diría aquel, es más el papel que la erudición[3].
Siguiendo la misma tónica del libro de Escribano y la película de Huerga basada
en él, se dedican tres páginas a la muerte de Salvador pero apenas un párrafo al
MIL: “(Movimiento Ibérico de Liberación), una organización de base libertaria
que, al parecer, nunca llegó a contar con más allá de una quincena de
militantes. El grupo había nacido al comenzar la década de los setenta con la
intención de apoyar “las luchas y las fracciones más radicales del movimiento
obrero de Barcelona”; pero lo más que llegaron a hacer fue algunas
“expropiaciones” a entidades bancarias para ayudar a los huelguistas”. Salvo
error por mi parte, esa es toda la información sobre el MIL que contiene esta biblia.
Por contra, la información sobre la Asamblea de
Cataluña[4]
es mucho más abundante e incluye un capítulo con ese título, dividido en
epígrafes fascinantes como Un semáforo llamado Teresa, Cinco horas para
entrar en una iglesia o La gitana detenida por los conspiradores.
Porque, a diferencia del MIL, una docena de locos que atracaban bancos, la tal
asamblea era nada menos que la reunión de todos aquellos que, muerto Franco,
pactaron con los restos del Franquismo para repartirse el poder y legitimarse mutuamente. Allí estaban desde el
representante de Pujol hasta el PSUC que con el tiempo fue a dar en Izquierda
Unida y todo lo que había entre medio, los que realmente escribieron la
Historia.
Así que mientras leía las memorias de Jann-Marc
Rouillan, que fue miembro del MIL, no he podido aguantar la risa cuando
recuerda que en el otoño de 1971 fue invitado a una reunión con “el responsable
de la Assemblea de Catalunya que, a su vez, era el dirigente “clandestino” del
partido socialista”. Un médico que vive en un lujoso piso del Eixample y
se hace servir por dos criadas uniformadas. (Emigrantes, claro, pero andaluzas
o murcianas, entonces no se necesitaba permiso de residencia para estos
trabajos). Y que, por cierto, había hecho la guerra como oficial en el ejército
franquista.
¿Qué quería la pulcra Asamblea de Cataluña de estos
delincuentes desviados? Una petición muy concreta que no necesita grandes
palabras para escribirse: que les financiaran con cincuenta millones de pesetas[5].
¿Cuánto dinero reunió el MIL con sus atracos? No es
fácil dar una cifra. Según Antonio Téllez serían unos diez millones y según
Telesforo Tajuelo, veinticuatro. Téllez parece basarse en el libro de Carlota
Tolosa y Telesforo Tajuelo parece demasiado optimista. En mi opinión la
cifra más adecuada es la de Tolosa, que consigna las fechas y lugares de
los atracos y la cantidad obtenida en cada uno. Siguiendo su relato, el MIL
habría obtenido unos diecisiete millones de pesetas, de los que alrededor de
cinco se perdieron, un millón trescientas mil por confiar en quien no debían y
el resto por imprevistos y problemas en las fugas[6].
No era moco de pavo para un año de golpes ― según los
servicios secretos, en trece años de actividad ETA había recaudado “una cantidad
de dinero que es aproximadamente de veinte millones de pesetas”[7]
―, pero, desde
luego, estaba muy lejos de las fabulosas sumas de dinero que los chicos buenos
de la Asamblea imaginaban en sus delirios.
En sus memorias Rouillan recuerda que estaba en su celda
de la prisión de Muret viendo en TVE “la reemisión de un culebrón muy popular
al otro lado de los Pirineos: Cuéntame cómo pasó. (...) El episodio
tiene como fondo el regreso del tío de Francia. En la estación, debe entregar
una maleta a un contacto de la Resistencia, pero se cruza con la mirada
inquisidora de dos grises y se va asustado. De repente, la maleta se
encuentra en la mesa, justo en medio del salón familiar. El padre decide
abrirla: está llena de billetes de mil. La mujer y la abuela dan marcha atrás
santiguándose.
― Pero... Me cago en la leche... ¿En qué lío te
has metido? Joder... ¿Qué coño es este puto dinero?
Y el tío responde:
― ¡Es dinero del MIL!
Casi cuarenta años más tarde, el dinero del MIL sigue siendo como un
viejo El Dorado”[8].
Por otro lado, su traductor nos informa de que el
dirigente de la Asamblea con el que se entrevistó, el socialista converso desde
las filas de la oficialidad guerrera franquista, era Felip Solé i Sabarís, tío
de algún miembro del MIL y padre del catedrático de historia Josep Maria Solé i
Sabaté, lo que no parece un detalle insignificante[9].
[1] Hoy va a ser el día de los seudónimos. Heinz Chez se llamaba en realidad Georg
Michael Welzel y no era polaco, como se dijo, sino alemán. Las autoridades
franquistas sabían la verdad, por qué no ofrecieron su identidad real sigue
siendo un misterio.
[2] Carlota Tolosa: La torna de la torna. Salvador Puig Antich i el
MIL. Empúries, Barcelona, 1999, p. 85. Carlota Tolosa es el
seudónimo colectivo de un profesor y nueve alumnos de quinto de Periodismo del
curso 1983 – 1984 de la Universidad Autónoma de Barcelona.
[3] Fernando
Jáuregui y Pedro Vega: Crónica del antifranquismo 1939-1975. Todos los que
lucharon por devolver la democracia a España. Planeta, Barcelona, 2007
(aunque al parecer la primera edición es de 1983, pero no queda muy claro). Se
extiende a través de 1.117 páginas.
[4] Nada
que ver con la ANC de hoy día, salvo su afán de querer representar a todo el
mundo sin pedirle permiso primero.
[5] Jann-Marc
Rouillan: De memoria (II) El duelo de la inocencia: un día de septiembre de
1973 en Barcelona. Virus, Barcelona, 2011, pp. 141-144.
[6] Antonio
Téllez Solá: El MIL y Puig Antich, Virus, Barcelona, 1994, Telesforo
Tajuelo: El Movimiento Ibérico de Liberación, Salvador Puig Antich y los
grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista. Teoría y práctica 1969-1976.
Ruedo Ibérico, (s.l.), 1977, p. 39.
[7] Federico
de Arteaga: “ETA” y el proceso de Burgos (La quimera separatista). E.
Aguado, Madrid, 1971, p. 350. Federico de Arteaga era el seudónimo
colectivo del grupo del Servicio Central de Documentación (SECED) que dirigía
José Ignacio San Martín.
[8] Jann-Marc
Rouillan: De memoria (III) La breve etapa de los GARI: Toulouse 1974,
Virus, Barcelona, 2015, pp. 62s. Las palabras en cursiva están en castellano en
el original.
[9] De memoria (II), p. 144, n. 18. El traductor es Didac P.
Lagarriga. Sobre la
honestidad intelectual de Josep Maria Solé i Sabaté sólo daré una pista:
Prologó un libro sobre Oriol Solé al que Sergi Rosés hizo algunas objeciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario