jueves, 6 de agosto de 2015

EL GUSANO EN LA MANZANA

Esta página estuvo en silencio más tiempo del que me hubiese gustado y el motivo se resume en dos frases bien conocidas: El que mucho abarca, poco aprieta y No empieces lo que no puedas terminar. Porque mi propósito original era demostrar que el capitalismo y por extensión , la sociedad a la que da forma, o bien están estancados, o en decadencia, o puede que al borde de la muerte.
Como es fácil comprender, es una tarea difícil y complicada que diría aquel , pues es una suposición que va en contra de la opinión general y para presentarla hay que desmontar muchas ideas que se encuentran firmemente arraigadas. Así que, tras mucho pelear con él, he decidido abandonar el plan general y contentarme con dar brochazos aquí y allá, con la intención de pintar un cuadro que tenga una cierta coherencia, salvo un asunto sobre el que me extenderé un poco más y que requerirá su propia entrada.
Para empezar, una impresión. A diferencia de lo que parece indicar el sentido común, las sociedades en decadencia grave suelen ser muy sofisticadas. Basta pensar en el significado que damos en castellano a palabras como “bizantino” o “rococó”, que reflejan el refinamiento que mostraban dos sociedades heridas de muerte. Pienso en ello cuando veo la perfección inútil de muchas aplicaciones de teléfono móvil, por poner un solo ejemplo.
En el pasado ha habido sociedades estáticas y sociedades que necesitaban expandirse. La sociedad medieval era estática en su teoría, aspiraba a conservar un orden que creía eterno, y fueron sus tendencias expansivas las que acabaron con ella. Por decirlo de forma sencilla, la llegada a América supuso una contradicción con sus ideales que fue imposible de resolver. Por contra, el Imperio Romano, que se fundaba en el aporte continuo de esclavos, acabó por contraerse hasta desaparecer, precisamente por no haber encontrado su América.
El capitalismo es un sistema expansivo, como el romano. A menudo se le compara con una bicicleta: o avanza o se cae. La raíz de esa necesidad de expansión continua se encuentra en la obtención de beneficio. Para aumentar el beneficio hay que crecer, pero cualquier crecimiento tiene límites, de modo que tarde o temprano aparecerá un freno.
El beneficio fue el gran motor de la expansión capitalista, el que por seguir con la imagen , acabó por llevarle a descubrir Américas en la propia América, en África y en buena parte de Asia. Un magnate de la época podía poseer minas de cobre en Iberoamérica, plantaciones de cacao en África Occidental y de caucho en el sur de Asia y dedicar parte de sus ganancias a comprar el arte europeo que se le antojase sobornando a curas codiciosos y analfabetos o aportando un poco de liquidez a aristócratas sin descendencia, corroídos por enfermedades contraídas en burdeles.
Sin embargo, era una carrera en la que no podían ganar todos, lo que obligó a desarrollar el concepto de competencia como algo sano y enriquecedor, algo que obligaba a aguzar el ingenio. Un acicate a la creatividad, en suma. Joseph Alois Schumpeter uno de los grandes teóricos del nuevo sistema , escribió que la destrucción capitalista era una destrucción creadora[1].
Tenemos aquí planteados los tres elementos que dan forma al capitalismo: el beneficio, la expansión y la competencia entendida como creatividad , y se diría que hoy ninguno de ellos corresponde a la idea con la que fue concebido.

Comerse los frutos en flor

Es un lugar común que el objetivo de cualquier empresario es la obtención del máximo beneficio. Es una frase que ha servido para justificar muchos desmanes pero que, en teoría, también tenía su parte positiva. La explicaba como si fuera un cuento , un ideólogo, viejo representante del liberalismo más clásico, al que regalaron un programa en la TVE de Aznar[2]. Defendía la privatización de los mares, con el argumento de que los concesionarios serían los primeros interesados en mantener la diversidad marina, para no perder los caladeros de pesca. Por supuesto, bien sabía él que estaba mintiendo pues, al mismo tiempo, explicaba las bondades de la globalización, que es el concepto que ha acabado con esa visión del capitalismo que remite a cincuenta, setenta o cien años atrás[3].
Porque, desde hace unas décadas, la obtención del máximo beneficio se ha transformado gradualmente en la obtención del máximo beneficio inmediato. Por no abandonar el sector primario, frente al ejemplo virtuoso (y totalmente ficticio) de los privatizadores del mar que cuidarían de él para poderse aprovechar de su riqueza en años posteriores, está el ejemplo real de los madereros de la cuenca amazónica.
La selva del Amazonas encierra en sí una enorme contradicción: siendo como es el lugar que alberga la mayor concentración de vida vegetal y animal del planeta, sus suelos son muy pobres. Llamados lateríticos (de la palabra ladrillo), sólo mantienen su fertilidad por el riquísimo aporte de materia orgánica que reciben, gracias a la descomposición continua y abundante de plantas y animales. Por tanto, un aprovechamiento inteligente de su riqueza maderera tendría la forma de una entresaca, el sistema aplicado en Europa durante siglos, una tala controlada que nunca pone en peligro la subsistencia del propio bosque, pues está calculada de acuerdo con sus posibilidades de reproducción, de forma que los bosques a los que se aplica subsisten cientos de años sin perder su tamaño. Esa sería la obtención ideal del máximo beneficio, extraer el máximo sin poner en riesgo el conjunto.
Sin embargo, sabemos que en la cuenca amazónica las cosas no se hacen así. Las talas son indiscriminadas, se arrasa con todo y, una vez que la tierra está vacía de árboles y otro tipo de vida, se instalan en ella campesinos que tratan de cultivarla por medios tradicionales para acabar por abandonarla a los cinco años, una vez que son conscientes de que esa tierra, sin su aporte de nutrientes, es pasto de la erosión y se vuelve completamente estéril.
Frente a la teoría bondadosa, los madereros no tienen ningún interés en conservar el ecosistema pues, una vez arrasada su porción de selva, saben que podrán invertir sus beneficios en comprar una parte en cualquier negocio rentable que les ofrezca el planeta, bien sean minas de oro, alquileres de pisos, cosechas de maíz o teléfonos móviles. El beneficio inmediato socava las propias raíces ideológicas del capitalismo, al ir estrechando sus oportunidades de negocio.

Rebañando el fondo del caldero

La expansión del capitalismo se amoldó a la teoría hasta que llegó la descolonización, allá por los años sesenta. Mientras tuvo a sus ejércitos detrás  se había dedicado a la extracción de materias primas de las colonias, y basta ver un simple mapa de los ferrocarriles africanos de entonces para comprobar que básicamente se dirigían desde las minas o plantaciones al puerto más cercano, a veces con un ramal que unía la capital administrativa a la costa cuando la ciudad estaba situada tierra adentro.
El paso siguiente debería haber sido crear un mercado interior, como se hizo en Europa. Establecer fábricas que produjeran bienes para ser consumidos allí y vías de comunicación para el transporte de mercancías y personas. Las ciudades se desarrollarían y acabaría por aparecer una nueva clase con capacidad de consumo, la famosa clase media. Pero renunciaron a hacer esa inversión y, simplemente, los grandes grupos se aseguraron de que el suministro de materias primas estuviera garantizado, con la colaboración entusiasta de las élites locales y sus nuevos ejércitos, que tampoco tenían mucho interés en el proyecto de desarrollo de sus gobernados. Renunciaron a un posible mercado de cientos de millones de consumidores y decidieron centrarse en el que ya tenían.
Mala combinación. Un espacio cerrado para un sistema expansivo, su única manera de perpetuarse es extraer más de los que están dentro, porque la teoría dice que hay que aspirar al máximo beneficio. Tuvieron que inventar necesidades desconocidas hasta entonces, como el dentífrico para niños con dientes de leche, y no faltaron médicos que respaldaran tal absurdo. Para el otro extremo de la pirámide de edad que tampoco consumía demasiado, los ancianos, se inventaron las preferentes y basuras financieras similares, vestidas como si fueran inversiones magníficas. O se trataba de normalizar negocios hasta entonces vergonzantes, como la pornografía, aunque Internet acabó con el intento. La popularidad de Nacho Vidal da fe de la amplitud de la operación. Trataron de ampliar el negocio a lo largo y a lo ancho, pero eran intentos vanos. Rascar los extremos no garantiza un 3% de crecimiento anual...
Entonces los ideólogos, que viven en el mundo limpio de la teoría, decidieron que una vez expandido el mercado al máximo, sólo cabía reducir los sueldos de los empleados para mantener la tasa de beneficio, sin darse cuenta de que esa mayoría de asalariados conforma la mayoría de consumidores, que calzan los mismos zapatos. Consiguieron que sus consumidores ideales cada vez tuvieran menos dinero para gastar.
Así que hubo que trasladar la producción de mercancías a lugares más baratos. Primero fueron los países del Este, después China y, por fin, lugares aún más baratos, como las cárceles chinas... Después de eso, obviamente, nada. Otro callejón sin salida.

¿”El hombre es un lobo para el hombre”  o “Entre bueyes no hay cornadas”?

¿Qué se hizo de la competencia, el gran dinamizador del sistema? El asunto de la competencia es el que aparece menos claro a simple vista. Por un lado hay acusaciones de que empresas del mismo gremio pactan los precios en secreto. En el ámbito provincial las autoescuelas son un clásico y en ámbitos estatales son los grandes proveedores de servicios telefónicos. Por otro se denuncia a conocidas multinacionales por vulnerar las reglas y aprovecharse de su tamaño para imponer su ley.
Porque hay comisiones y tribunales que velan por el cumplimiento de las leyes de la competencia y, según la teoría del capitalismo, habrían de ser innecesarios, pues la famosa mano invisible del Mercado debería regularla de modo óptimo sin necesidad de más. Pero es evidente que esa mano sabia jamás ha funcionado. Los Estados Unidos de América en teoría los mayores defensores del “libre mercado” llevan más de un siglo aplicando aranceles a las mercancías extranjeras más baratas que las propias y subvencionando sus sectores menos competitivos, como la agricultura. Y su alumno más tonto, la Unión Europea, les sigue de cerca con su PAC[4], que atenta contra todas las políticas “liberalizadoras” que muestran con la otra mano, como trileros vulgares. En cualquier caso, por defecto o exceso, el dogma de la libre competencia tampoco parece gozar de buena salud.

Pues no, el cuadro no tiene ninguna coherencia. Según informa Cinco Días en su portada del 20 de julio, “Los buenos datos sobre la marcha de la economía en el mundo y en España configuran un horizonte bastante despejado para las empresas”. El titular es Tres años de vacas gordas. Tres años. Mil tristes días que pasan volando... ¿Y después qué?[5]




[1] Dos apuntes inquietantes. La frase se parece demasiado a una anterior del anarquista Bakunin (que, dicho sea de paso, he leído en varias versiones diferentes) acerca de que la violencia revolucionaria tenía “un matiz creador” y el propio Schumpeter predijo el fin del capitalismo que, como se diría hoy, moriría de éxito.
[2] Pedro Schwartz, que fue dirigente del partido en el que se estrenó Esperanza Aguirre. Como curiosidad, Pedro Schwartz significa Pedro Negro.
[3] No sé si en este caso tiene mucho sentido plantearse el dilema gallina huevo, pero entiendo que aquí fue primero el hecho la expansión mundial del capital financiero, que no productivo ―, y tras él vino su justificación teórica, las mundializaciones y globalizaciones con las que tanto nos dieron la paliza en el cambio de siglo.
[4] La Política Agrícola Común se aplica de dos formas: a través de subvenciones y de compra de excedentes. El sistema de subvenciones muchas veces valora la extensión sobre la producción, con lo que sus grandes beneficiados acaban siendo gente muy necesitada de ayuda como la fallecida Duquesa de Alba o Mario Conde. La compra de excedentes conlleva la destrucción de enormes cantidades de alimentos o su venta a precio de ganga en otros países cuyos mercados interiores desequilibra.
[5] Al calor de las informaciones sobre esa extraña debacle que padecen estos días sus bolsas, comienza a hablarse de una caída del crecimiento del PIB chino. Como ya comenté en otra entrada, su 7% anual que tanto alabó Rajoy era estar a las puertas del desastre. Cerremos los ojos...

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