sábado, 12 de septiembre de 2015

CIENCIA A LA CARTA

Si se observa la Ciencia con una perspectiva optimista, hay que reconocer que ha sido una gran aportación a la lucha contra la ignorancia y la superstición, una aliada objetiva de la liberación humana. Pero desde otro punto de vista menos amable, también encontraremos atrocidades perpetradas con su colaboración. La bomba atómica es la imagen más sencilla, pero la cuenta se hace larga hasta en el ámbito médico un conocimiento que debería ser el más humanista de todos , y el doctor Mengele es sólo el caso extremo, hay muchos más.
Porque como sucede con casi todas las actividades humanas, la Ciencia, así como tal, con mayúscula, no existe. Existen científicos, humanos con sus fortalezas y debilidades, y sus creaciones como el resto , están sujetas al ambiente de su época, de forma que ni siquiera lo que se ha considerado ciencia en un momento ha obtenido la legitimidad en el siguiente[1]. Más adelante me ocuparé de ese uso de la Ciencia como un absoluto. De momento apuntaré que el desarrollo de la aritmética a fines de la Edad Media, precisamente en aquellas zonas de Italia que estaban experimentando una gran expansión comercial, no tiene nada de casual. Por el contrario, hacia 1650 Madrid y Roma no giraban en torno al Sol porque el Rey y el Papa se lo habían prohibido y a fines del XIX, como las ideas de Darwin eran populares y aceptadas en Castilla, el catalanismo estaba en contra de la hipótesis de la Evolución[2].
¿Cuál es el lugar de la Ciencia hoy? Es una pregunta complicada de responder de forma sencilla, me conformaré con apuntar algunas notas, dejando claro antes que se trata más de cuestiones que me preocupan que de una visión completa y objetiva.
La impresión general es que la ciencia está hoy en manos de la industria y este proceso de poner la ciencia al servicio de la economía ha traído varias consecuencias y la Universidad es un lugar magnífico para observarlas.
Las primeras víctimas han sido las Humanidades, que no aportan nada al valor contable de las empresas y, además, tienen el mal gusto de fomentar el espíritu crítico, pues al conocer el pasado de primera mano se llega a la conclusión de que el presente no es tan bello como lo pintan y probablemente bastante peor de lo que cabía esperar. Se salvan algunos engendros como la Economía, que no es sino ideología en estado puro, mil veces contradicha por los hechos aunque sea la que enseña a la realidad cómo debe comportarse, a pesar de que esta no suela hacerle caso. O la demoscopia, basada en que los expertos en pronósticos electorales se limiten a dejar por escrito sus deseos y, obviamente, no acierten una.
Pero no sólo ellas. También ha habido víctimas entre las Ciencias, es decir, aquellas que se expresan utilizando el lenguaje matemático. Como cabría esperar, entre las que no producen resultados inmediatamente comerciables, es decir, todas las ramas teóricas.
Los poderosos apuestan contra sí mismos una vez más. Otro ejemplo de cómo la idea del máximo beneficio inmediato socava la lógica del máximo beneficio. La Teoría de Anillos es una rama del Álgebra (una de las partes más abstractas de las Matemáticas), iniciada hace un par de siglos sin más motivo aparente que el de dejar volar el pensamiento. Pues bien, una parte de ella, la Teoría de Grupos, fue crucial para el desarrollo de la Informática, aunque desde luego no cabe suponer que Evariste Galois tuviera siquiera la noción de lo que podía ser un ordenador cuando empezó a darle forma. Sin ir tan lejos, en la década de 1980 las luces LED, que hoy son símbolo de modernidad y desarrollo, apenas se utilizaban en esferas de relojes digitales, equipos de música y poco más, pues no se sabía en qué otra cosa emplearlas. Podríamos decir que, como los diseños de la teoría de grupos, no habían sido buscadas sino encontradas...
Bien, la Universidad está al servicio de la Empresa. ¿En qué se traduce esto?

Creadores de riqueza.

En 1950 la sociedad capitalista irradiaba optimismo, seguramente con razón. Apenas veía barreras a su expansión y lo demostraba financiando con generosidad estudios sobre los límites del Universo, las partículas subatómicas o la especulación matemática más imaginativa[3]. De aquellos años deriva la inmensa popularidad que aún hoy disfruta la figura de Albert Einstein, (aunque no tanto su obra). Sin embargo, pronto se desataría la carrera espacial o la escalada del armamento nuclear y aquellas especulaciones cesaron en gran parte para ser puestas al servicio de logros concretos, que pudieran tocarse. Es cierto que “la conquista del espacio” la desató una Unión Soviética que a la larga acabó por perder el paso ante los avances prácticos de la NASA, pero la verdad es que entonces la URSS se sentía igualmente optimista por razones parecidas.
Hoy sucede un proceso similar pero agravado, pues los capitalistas más inteligentes son conscientes de que han tocado el límite hace tiempo.
El discurso oficial dice que la Universidad debe buscar la excelencia y ser útil a la sociedad. Para medir algo tan abstracto como “la excelencia” se elaboran clasificaciones anuales de universidades que tienen en cuenta el número de citas de sus artículos en “revistas científicas”, el de patentes y el de premios Nobel que han estudiado o dan clase en ellas. Este criterio de medición tiene una consecuencia cómica, que es ver las revistas de las universidades de cualquier país llenas de artículos escritos en inglés mendigando una cita[4] y, por supuesto, acuerdos no escritos entre profesores o departamentos de varias universidades para citarse mutuamente. Es obvio que lo de fabricar premios Nobel es más complicado, pero ficharlos como profesores no es problema si los fondos son abundantes. En cuanto a las patentes, basta con ir al registro y pagar la cantidad pedida, con independencia de que luego funcionen o no. Por eso leemos a veces que tal universidad ha patentado una pila eterna o la cura de la jaqueca y décadas después seguimos sin saber nada de ellas. Los registradores de patentes no exigen que funcionen, simplemente toman nota para evitar que otro utilice la misma fórmula sin pagar los derechos correspondientes[5].
Pero también se da el fenómeno contrario, empresas que patrocinan estudios con vistas a capitalizar los beneficios. Y las universidades compiten por atraerlas, con lo que, partiendo de una mínima inversión, esas empresas pueden obtener enormes beneficios desarrollando esas patentes por las que acaban pagando cantidades ridículas en virtud de acuerdos desequilibrados en los que tiene enorme peso, sobre todo, la visibilidad que les puede dar la asociación con el nombre de una gran empresa. Y una parte risible, el afán de novedades. Hay un arqueólogo subvencionado que descubre la ciudad más antigua de América más o menos cada cinco años y se ha dicho que asuntos tan turbios como los graffiti de Veleia tenían que ver con la presión que los patrocinadores ejercían sobre el excavador[6]...


La ciencia kamikaze.

La dieta del siglo XXI estará formada por alimentos manipulados genéticamente. En 1998 el 30% de las plantaciones de soja y el 25% de los maizales correspondían a semillas transgénicas y la industria biotecnológica vaticina que en unos 10 años el 80% de los alimentos serán transgénicos.
Los mayores beneficiarios de la dieta transgénica son los agricultores y las empresas de biotecnología que maximizan sus rendimientos.
Todavía queda tiempo para saber si son perjudiciales para la salud, pero entre los riesgos se encuentran las alergias y una menor respuesta a los antibióticos.
La normativa europea obliga a que los alimentos transgénicos lo indiquen en su etiqueta, para defender el derecho del consumidor a elegir.

(Mundogar, 5, diciembre de 2000, p. 16[7])

Lo de la normativa europea no sé si habrá empeorado (prefiero no saberlo), pero ya entonces era tan tramposa que si un producto llevaba soja transgénica debía indicarlo, pero si lo que llevaba era lecitina de soja extraída de soja transgénica, entonces ya no, puesto que era otra cosa. De este modo, hasta el lector de etiquetas más atento puede haber ingerido una cantidad enorme de transgénicos sin ser consciente de ello.
La Genética, he aquí un campo donde el Capital ha apostado con ojos cerrados. Obviamente, pensando en grandes beneficios futuros. Como revela la cita de Mundogar, la apuesta se hizo firme hacia el cambio de milenio. Abarcaba tres frentes: la clonación, la secuenciación del genoma humano y los transgénicos.
La clonación fue un desastre sin paliativos. Duplicaron una oveja que nació vieja y enferma. La pobre Dolly quedó como ejemplo de la suprema ignorancia de los genetistas, que obtuvieron un resultado que se oponía a cuanto habían soñado. Que sepamos, no ha habido más intentos de clonación. Parece que escarmentaron. Parece...
La secuenciación del genoma humano, presentada como uno de los grandes logros de la Humanidad por gente tan dañina como Tony Blair o Bill Clinton , trajo una gran sorpresa. Resultó que el genoma humano contenía un 30% menos de los genes que se suponía que se iban a encontrar. Por supuesto, ese es un resultado inadmisible en cualquier tipo de disciplina científica, un 30% de error no se puede aplicar a un aparato de medición, es un error de concepto, lo que significa volver a replanteárselo todo desde el principio, lo que, desde luego, no sucedió. También es cierto que nada de lo prometido entonces se ha cumplido, quizá por esa maligna tendencia de la realidad a resistirse a acoplarse a esquemas preconcebidos que no funcionan...
Cuestión diferente es la de los transgénicos. Al menos los más sencillos estaban listos para ser comercializados a la vuelta del siglo. Como la semilla Terminator de Monsanto, que era estéril es decir, que obligaba a comprarla año tras año , y que se vendía en el Tercer Mundo. Aparte de eso había “campos experimentales” en los países desarrollados llevados por universidades pero financiados por Monsanto, de los que no se podían conocer sus efectos contaminantes sobre el entorno. Por supuesto, no faltaban catedráticos de esas universidades que saltaban a la palestra para decir que éramos idiotas, ignorantes, o las dos cosas a la vez, pero sin aportar prueba alguna.
No quería dedicarles espacio por su insignificancia, pero en agosto han aparecido en tres periódicos artículos de escépticos[8] que atacan a los críticos de los transgénicos poniéndolos al nivel de los que dicen que los aviones nos fumigan con metales pesados. La crítica a los transgénicos está muy bien argumentada, y si no que se lo digan a The Ecologist, que vio uno de sus números censurado por las denuncias de Monsanto en los tribunales. Afortunadamente fue replicado en muchos países, incluida una edición castellana.
Estos creyentes de la Ciencia repiten lo que leen, pero les falta sentido crítico al elegir sus lecturas. Si fuera malvado, diría que ojalá su vida dependiera de la decisión de un ejecutivo de Monsanto...






[1] Aprovecho aquí para recomendar un libro que me resultó muy inspirador, Thomas S. Kuhn: La estructura de las revoluciones científicas. Publicado por primera vez en 1962, en castellano lo ha editado FCE y la última reedición es del 2014.
[2] Aún hoy basta con observar una botella de Anís del Mono para ver que el mono de la etiqueta tiene la cara de Darwin.
[3] Los profesionales suelen decir que las Matemáticas son bellas, pero a mí siempre me costó encontrarles esa cualidad. Sin embargo disfruté mucho en su momento con el torbellino de ideas que rodeaba a la “hipótesis del continuo”, que creo se puede seguir hoy en Internet sin grandes conocimientos previos. Trata de algo en apariencia tan ilógico como el tamaño de los infinitos, es decir, que hay unos infinitos que son mayores que otros y lo que se deriva de esa constatación...
[4] En algunos casos firmados por viejas estrellas que desconocen una palabra de ese idioma pero a los que rodean becarios deseosos de hacer puntos. Podría dar nombres...
[5] Como curiosidad, el mago autodenominado David Copperfield ha registrado varios de sus trucos que, por cierto, no ha elaborado él sino fabricantes californianos de artículos de magia según sus deseos. Nadie más los puede utilizar sin pagar el canon, pero se puede ver cómo lo hace visitando páginas de Internet que reproducen la patente.
[6] Aunque este en concreto no estaba asociado a ninguna universidad, pero consiguió unos patrocinios muy razonables.
[7] Mundogar era una revista editada por Iberdrola de la que tuve la precaución de guardar este número para comprobar sus predicciones de futuro. Hija de su tiempo cuando Aznar gobernaba con mayoría absoluta y el crédito fluía a raudales , me llamó mucho la atención que en la Carta que hace de editorial, Javier Allende (Director Comercial de Iberdrola entonces) escribiera que “El milenio viene repleto de emociones fuertes, más que de chaquetas metálicas”.  Quien haya leído la novela de Gustav Hasford de ese título o visto la maravillosa película de Stanley Kubrick sabrá que la chaqueta metálica era sólo el revestimiento de un proyectil, sin ninguna otra connotación.
[8] Hay escépticos valientes y escépticos gallinas. Los valientes atacan primero a las creencias más dañinas es decir, las tres religiones monoteístas, la cristiana, la musulmana y la judía , mientras los gallinas se conforman con los homeópatas, los tarotistas,  los videntes y demás anécdotas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario