Si se observa la Ciencia con una perspectiva optimista,
hay que reconocer que ha sido una gran aportación a la lucha contra la
ignorancia y la superstición, una aliada objetiva de la liberación humana. Pero
desde otro punto de vista menos amable, también encontraremos atrocidades perpetradas
con su colaboración. La bomba atómica es la imagen más sencilla, pero la cuenta
se hace larga hasta en el ámbito médico ― un conocimiento que debería ser el más humanista de
todos ―, y el doctor Mengele es sólo el caso extremo, hay muchos más.
Porque como sucede con casi todas las actividades
humanas, la Ciencia, así como tal, con mayúscula, no existe. Existen
científicos, humanos con sus fortalezas y debilidades, y sus creaciones ― como el resto
―, están
sujetas al ambiente de su época, de forma que ni siquiera lo que se ha
considerado ciencia en un momento ha obtenido la legitimidad en el siguiente[1].
Más adelante me ocuparé de ese uso de la Ciencia como un absoluto. De
momento apuntaré que el desarrollo de la aritmética a fines de la Edad Media,
precisamente en aquellas zonas de Italia que estaban experimentando una gran
expansión comercial, no tiene nada de casual. Por el contrario, hacia 1650
Madrid y Roma no giraban en torno al Sol porque el Rey y el Papa se lo habían
prohibido y a fines del XIX, como las ideas de Darwin eran populares y
aceptadas en Castilla, el catalanismo estaba en contra de la hipótesis de la
Evolución[2].
¿Cuál es el lugar de la Ciencia hoy? Es una pregunta complicada de
responder de forma sencilla, me conformaré con apuntar algunas notas, dejando
claro antes que se trata más de cuestiones que me preocupan que de una visión
completa y objetiva.
La impresión general es que la ciencia está hoy en
manos de la industria y este proceso de poner la ciencia al servicio de la
economía ha traído varias consecuencias y la Universidad es un lugar
magnífico para observarlas.
Las primeras víctimas han sido las Humanidades, que
no aportan nada al valor contable de las empresas y, además, tienen el mal
gusto de fomentar el espíritu crítico, pues al conocer el pasado de primera
mano se llega a la conclusión de que el presente no es tan bello como lo pintan
y probablemente bastante peor de lo que cabía esperar. Se salvan algunos
engendros como la Economía, que no es sino ideología en estado puro, mil veces
contradicha por los hechos aunque sea la que enseña a la realidad cómo debe comportarse,
a pesar de que esta no suela hacerle caso. O la demoscopia, basada en que los
expertos en pronósticos electorales se limiten a dejar por escrito sus deseos
y, obviamente, no acierten una.
Pero no sólo ellas. También ha habido víctimas entre
las Ciencias, es decir, aquellas que se expresan utilizando el lenguaje
matemático. Como cabría esperar, entre las que no producen resultados
inmediatamente comerciables, es decir, todas las ramas teóricas.
Los poderosos apuestan contra sí mismos una vez más.
Otro ejemplo de cómo la idea del máximo beneficio inmediato socava la lógica
del máximo beneficio. La Teoría de Anillos es una rama del Álgebra (una de las
partes más abstractas de las Matemáticas), iniciada hace un par de siglos sin
más motivo aparente que el de dejar volar el pensamiento. Pues bien, una parte
de ella, la Teoría de Grupos, fue crucial para el desarrollo de la Informática,
aunque desde luego no cabe suponer que Evariste Galois tuviera siquiera la
noción de lo que podía ser un ordenador cuando empezó a darle forma. Sin ir tan
lejos, en la década de 1980 las luces LED, que hoy son símbolo de modernidad y
desarrollo, apenas se utilizaban en esferas de relojes digitales, equipos de
música y poco más, pues no se sabía en qué otra cosa emplearlas. Podríamos
decir que, como los diseños de la teoría de grupos, no habían sido buscadas
sino encontradas...
Bien, la Universidad está al servicio de la Empresa.
¿En qué se traduce esto?
Creadores de riqueza.
En 1950 la sociedad capitalista irradiaba optimismo,
seguramente con razón. Apenas veía barreras a su expansión y lo demostraba
financiando con generosidad estudios sobre los límites del Universo, las
partículas subatómicas o la especulación matemática más imaginativa[3].
De aquellos años deriva la inmensa popularidad que aún hoy disfruta la figura
de Albert Einstein, (aunque no tanto su obra). Sin embargo, pronto se desataría
la carrera espacial o la escalada del armamento nuclear y aquellas
especulaciones cesaron en gran parte para ser puestas al servicio de logros
concretos, que pudieran tocarse. Es cierto que “la conquista del espacio” la
desató una Unión Soviética que a la larga acabó por perder el paso ante los
avances prácticos de la NASA, pero la verdad es que entonces la URSS se sentía
igualmente optimista por razones parecidas.
Hoy sucede un proceso similar pero agravado, pues
los capitalistas más inteligentes son conscientes de que han tocado el límite
hace tiempo.
El discurso oficial dice que la Universidad debe buscar
la excelencia y ser útil a la sociedad. Para medir algo tan abstracto
como “la excelencia” se elaboran clasificaciones anuales de universidades que
tienen en cuenta el número de citas de sus artículos en “revistas científicas”,
el de patentes y el de premios Nobel que han estudiado o dan clase en ellas.
Este criterio de medición tiene una consecuencia cómica, que es ver las
revistas de las universidades de cualquier país llenas de artículos escritos en
inglés mendigando una cita[4]
y, por supuesto, acuerdos no escritos entre profesores o departamentos de
varias universidades para citarse mutuamente. Es obvio que lo de fabricar premios
Nobel es más complicado, pero ficharlos como profesores no es problema si los
fondos son abundantes. En cuanto a las patentes, basta con ir al registro y
pagar la cantidad pedida, con independencia de que luego funcionen o no. Por
eso leemos a veces que tal universidad ha patentado una pila eterna o la cura
de la jaqueca y décadas después seguimos sin saber nada de ellas. Los
registradores de patentes no exigen que funcionen, simplemente toman nota para
evitar que otro utilice la misma fórmula sin pagar los derechos
correspondientes[5].
Pero también se da el fenómeno contrario, empresas
que patrocinan estudios con vistas a capitalizar los beneficios. Y las
universidades compiten por atraerlas, con lo que, partiendo de una mínima
inversión, esas empresas pueden obtener enormes beneficios desarrollando esas
patentes por las que acaban pagando cantidades ridículas en virtud de acuerdos desequilibrados
en los que tiene enorme peso, sobre todo, la visibilidad que les puede
dar la asociación con el nombre de una gran empresa. Y una parte risible, el
afán de novedades. Hay un arqueólogo subvencionado que descubre la ciudad más
antigua de América más o menos cada cinco años y se ha dicho que asuntos tan turbios
como los graffiti de Veleia tenían que ver con la presión que los
patrocinadores ejercían sobre el excavador[6]...
La ciencia kamikaze.
La dieta del siglo XXI estará formada por alimentos
manipulados genéticamente. En 1998 el 30% de las plantaciones de soja y el 25%
de los maizales correspondían a semillas transgénicas y la industria
biotecnológica vaticina que en unos 10 años el 80% de los alimentos serán
transgénicos.
Los mayores beneficiarios de la dieta transgénica son los agricultores
y las empresas de biotecnología que maximizan sus rendimientos.
Todavía queda tiempo para saber si son perjudiciales
para la salud, pero entre los riesgos se encuentran las alergias y una menor
respuesta a los antibióticos.
La normativa europea obliga a que los alimentos
transgénicos lo indiquen en su etiqueta, para defender el derecho del
consumidor a elegir.
(Mundogar, 5, diciembre de 2000, p. 16[7])
Lo de la normativa europea no sé si habrá empeorado
(prefiero no saberlo), pero ya entonces era tan tramposa que si un producto
llevaba soja transgénica debía indicarlo, pero si lo que llevaba era lecitina
de soja extraída de soja transgénica, entonces ya no, puesto que era otra cosa.
De este modo, hasta el lector de etiquetas más atento puede haber ingerido una
cantidad enorme de transgénicos sin ser consciente de ello.
La Genética, he aquí un campo donde el Capital ha
apostado con ojos cerrados. Obviamente, pensando en grandes beneficios futuros.
Como revela la cita de Mundogar, la apuesta se hizo firme hacia el
cambio de milenio. Abarcaba tres frentes: la clonación, la secuenciación del
genoma humano y los transgénicos.
La clonación fue un desastre sin paliativos.
Duplicaron una oveja que nació vieja y enferma. La pobre Dolly quedó como
ejemplo de la suprema ignorancia de los genetistas, que obtuvieron un resultado
que se oponía a cuanto habían soñado. Que sepamos, no ha habido más intentos de
clonación. Parece que escarmentaron. Parece...
La secuenciación del genoma humano, ― presentada
como uno de los grandes logros de la Humanidad por gente tan dañina como Tony
Blair o Bill Clinton ―, trajo una gran sorpresa. Resultó que el genoma
humano contenía un 30% menos de los genes que se suponía que se iban a
encontrar. Por supuesto, ese es un resultado inadmisible en cualquier tipo de
disciplina científica, un 30% de error no se puede aplicar a un aparato de
medición, es un error de concepto, lo que significa volver a replanteárselo
todo desde el principio, lo que, desde luego, no sucedió. También es cierto que
nada de lo prometido entonces se ha cumplido, quizá por esa maligna tendencia
de la realidad a resistirse a acoplarse a esquemas preconcebidos que no
funcionan...
Cuestión diferente es la de los transgénicos. Al
menos los más sencillos estaban listos para ser comercializados a la vuelta del
siglo. Como la semilla Terminator de Monsanto, que era estéril ― es decir, que
obligaba a comprarla año tras año ―, y que se vendía en el Tercer Mundo. Aparte de eso
había “campos experimentales” en los países desarrollados llevados por
universidades pero financiados por Monsanto, de los que no se podían conocer
sus efectos contaminantes sobre el entorno. Por supuesto, no faltaban
catedráticos de esas universidades que saltaban a la palestra para decir que
éramos idiotas, ignorantes, o las dos cosas a la vez, pero sin aportar prueba
alguna.
No quería dedicarles espacio por su insignificancia,
pero en agosto han aparecido en tres periódicos artículos de escépticos[8]
que atacan a los críticos de los transgénicos poniéndolos al nivel de los que
dicen que los aviones nos fumigan con metales pesados. La crítica a los
transgénicos está muy bien argumentada, y si no que se lo digan a The
Ecologist, que vio uno de sus números censurado por las denuncias de
Monsanto en los tribunales. Afortunadamente fue replicado en muchos países,
incluida una edición castellana.
Estos creyentes de la Ciencia repiten lo que
leen, pero les falta sentido crítico al elegir sus lecturas. Si fuera malvado,
diría que ojalá su vida dependiera de la decisión de un ejecutivo de
Monsanto...
[1] Aprovecho
aquí para recomendar un libro que me resultó muy inspirador, Thomas S. Kuhn: La
estructura de las revoluciones científicas. Publicado por primera vez en
1962, en castellano lo ha editado FCE y la última reedición es del 2014.
[2] Aún hoy
basta con observar una botella de Anís del Mono para ver que el mono de
la etiqueta tiene la cara de Darwin.
[3] Los
profesionales suelen decir que las Matemáticas son bellas, pero a mí siempre me
costó encontrarles esa cualidad. Sin embargo disfruté mucho en su momento con
el torbellino de ideas que rodeaba a la “hipótesis del continuo”, que creo se
puede seguir hoy en Internet sin grandes conocimientos previos. Trata de algo
en apariencia tan ilógico como el tamaño de los infinitos, es decir, que hay
unos infinitos que son mayores que otros y lo que se deriva de esa
constatación...
[4] En
algunos casos firmados por viejas estrellas que desconocen una palabra de ese
idioma pero a los que rodean becarios deseosos de hacer puntos. Podría dar
nombres...
[5] Como
curiosidad, el mago autodenominado David Copperfield ha registrado varios de
sus trucos que, por cierto, no ha elaborado él sino fabricantes californianos
de artículos de magia según sus deseos. Nadie más los puede utilizar sin pagar
el canon, pero se puede ver cómo lo hace visitando páginas de Internet
que reproducen la patente.
[6] Aunque
este en concreto no estaba asociado a ninguna universidad, pero consiguió unos
patrocinios muy razonables.
[7] Mundogar
era una revista
editada por Iberdrola de la que tuve la precaución de guardar este número para
comprobar sus predicciones de futuro. Hija de su tiempo ― cuando Aznar gobernaba con
mayoría absoluta y el crédito fluía a raudales ―, me llamó mucho la atención que
en la Carta que hace de editorial, Javier Allende (Director Comercial de
Iberdrola entonces) escribiera que “El milenio viene repleto de emociones
fuertes, más que de chaquetas metálicas”.
Quien haya leído la novela de Gustav Hasford de ese título o visto la
maravillosa película de Stanley Kubrick sabrá que la chaqueta metálica era sólo
el revestimiento de un proyectil, sin ninguna otra connotación.
[8] Hay
escépticos valientes y escépticos gallinas. Los valientes atacan primero a las
creencias más dañinas ― es decir, las tres religiones monoteístas, la cristiana, la musulmana
y la judía ―, mientras los gallinas se conforman con los homeópatas, los
tarotistas, los videntes y demás
anécdotas.
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