“Y mira si hay mayor disparate que no beber vino y no comer tocino, y
tiene la ley de Mahoma que lo abone”.
Francisco de Quevedo, Libro de todas las cosas y otras muchas más.
Se dice que no hay peor sordo que el que no quiere
oír y es gran verdad. Vuelven los crímenes religiosos a Francia y vuelven los
papanatas de aquí a negar que los que empezaron a disparar al grito de ¡Alá es
grande! tengan que ver con la religión. Es evidente que no pretendo convencer
de nada a mentes cerradas tan herméticamente, solo quería añadir algo sobre lo
que pasé por encima cuando traté el asunto de Charlie Hebdo. Tiene que
ver con las justificaciones que exhiben los bienpensantes, que ya las invocaban
entonces pero a las que en ese momento no dediqué espacio.
Las noticias de París me llevaron a buscar buenas
lecturas, para que la razón pudiese dominar a la rabia, y entre ellas estaba
Ibn Warraq, que es el seudónimo de un autor que tuvo la desgracia de criarse en
un ambiente musulmán pero tuvo también la lucidez suficiente para despegarse
por completo del entorno de podredumbre moral que le rodeaba. Elegí Por qué
no soy musulmán[1],
libro inspirado por el clásico artículo de Bertrand Russell “Por qué no soy
cristiano”. No creo necesario insistir en que ambos son lecturas bien
recomendables para oxigenar las neuronas.
Como a mí no me convence que Mahoma haya volado por los aires gracias
a un caballo sin haber sido coceado primero y veo q que tanto él como su dios ― responsable
civil subsidiario en este caso ―, fallaron lastimosamente sus profecías acerca de la
llegada del hombre a la Luna, no me queda otra opción que interpretar el Corán
y sus adiciones posteriores como obra humana, es decir, como una recopilación ideológica
y moral. Y aquí es donde choco con los inventores del concepto de islamofobia
(que, literalmente, significaría “fobia a la sumisión”, lo que no parece malo
de por sí). Al parecer la palabrota fue definida por primera vez en 1997[2],
en un informe de un cierto The Runnymede Trust encargado el año
anterior. La parte más conocida del informe consta de ocho puntos que tienen
dos versiones, una abierta y otra cerrada. Poca sorpresa aquí, la cerrada es la
del islamófobo. El quinto punto dice en su versión abierta que se ve el Islam
“como una genuina fe religiosa, practicada sinceramente por sus partidarios,” y
en su versión cerrada como “una ideología política, utilizada para obtener una
ventaja política o militar[3]”.
Dos consideraciones irritantes. La primera es que
según este consejo de sabios soy un islamófobo de la peor especie. Confieso que
duermo poco y mal desde que lo supe... La segunda y obvia es que esta
superposición de enunciados es una manipulación burda y mezquina, una
simplificación rastrera porque, si se excluyen los elementos tendenciosos, ambas versiones son compatibles. Veamos. La
buena hace hincapié en que es una fe genuina (lo de religiosa es
redundante) practicada sinceramente. Desde luego, los asesinos de París
la practicaban sinceramente y para constatar que es una fe genuina basta
con ver que sus practicantes cumplen la definición de fe, que es “creer lo que
no vimos”. Sin embargo, nada de eso es incompatible con que sea una ideología
política si le quitamos lo que no vimos.
Como dice Sayeed Abdul A’la Maududi, una de las
cuatro grandes influencias que colaboraron en el surgimiento moderno del
islamismo militante, “En realidad el islamismo es una ideología y un plan
revolucionarios que tienen por fin alterar el orden social del mundo entero y
establecer uno nuevo que obedezca a los principios e ideales propios.
“Musulmán” es el nombre de este Partido Revolucionario Internacional organizado
por el islamismo para llevar a cabo su programa revolucionario, y la jihad
es la lucha revolucionaria y el principal empeño del Partido Islámico para
conseguir este objetivo”[4].
Dicho sea con la modestia que debe caracterizar a
quien no pertenece a una comisión internacional de sabios, yo aquí veo a
alguien que considera el Islam como una genuina fe religiosa, que además es la
suya y la practica sinceramente ― quizá demasiado sinceramente ―, y al tiempo
la ve como una ideología política utilizada para obtener una ventaja política y
militar a la vez. Posee la verdad correcta y la errónea al mismo tiempo, según
la ha decretado esa banda de manipuladores. No olvidemos que estos sofistas
ridículos son los creadores del concepto de islamofobia, que a día de hoy es
prácticamente inexistente o completamente marginal en Europa, por mucho que
estos asalariados de la mentira lo agiten como espantajo. En su caso la Islamofobia
es un deseo que no se ha convertido en realidad.
Uno diría que examinando la tradición escrita de la
doctrina musulmana encuentra muchas justificaciones a lo ocurrido en París,
casi una en cada página. Pero no, quien piense eso está equivocado, las verdaderas
justificaciones son muy otras, aunque en realidad todas acaben siendo la
misma...
El 19 de noviembre del 2015 El País publicaba
un artículo muy extraño titulado “Para el Estado Islámico, el islam no es paz”.
Ya la primera frase me dejó perplejo: Puede parecer increíble, pero el
Estado Islámico quiere (¡y necesita!) convencer especialmente a los musulmanes
europeos de que el “islam no es paz”. Tras leer una frase tan estupenda fui
al final del artículo por ver si había alguna referencia sobre el autor y me
topé con esto: “Jaume Flaquer, jesuita, es responsable del área teológica de Cristianisme
y Justícia”. El disparate empezaba a encajar mejor. ¿Increíble que una
banda que se carga a ciento treinta a sangre fría trate de convencer de que la
ideología por la que lucha no es pacífica?
Un jesuita en activo que termina su artículo con un
párrafo que lo resume todo perfectamente: “Si este es su objetivo, Europa debe
ser cauta e inteligente para no caer en la trampa de la islamofobia. De lo
contrario, ayudaremos al Estado Islámico a desarrollarse como le ayudamos a
nacer cuando invadimos Irak”.
¿Cuando invadimos Irak? Un servidor se manifestó varias veces
contra la invasión en dos ciudades distintas y un sábado me tocó correr para
enlazar con una manifestación porque venía de otra. ¿Qué responsabilidad tengo
yo en la invasión de Irak y de rebote en el desarrollo del Estado Islámico?
Toda. Da igual lo que yo diga. Llevo encima una
culpa imborrable que no puedo expiar ni tras la absolución de un jesuita, pues
tuve la enorme desgracia de nacer en Europa antes de que Sadam Hussein llegara
al poder en Irak. Culpables por nacer donde nacimos, que evidentemente es culpa
nuestra y que, además, no caduca nunca[5].
La cuestión de la culpa arrastrada eternamente la
resume muy bien Elie Kedourie: “El éxito político justificaba al Islam, y el
curso de la historia mundial probaba la verdad de la religión. Los musulmanes
lucharon para extender los límites del Islam y humillar a los no creyentes; la
lucha era sagrada y la recompensa para quien caía luchando era la dicha eterna.
La propia historia del Islam parecía mostrar sin lugar a dudas tal creencia, lo
que insufló a los musulmanes confianza en sí mismos y un fuerte sentimiento de
superioridad. De aquí que la larga serie de derrotas sufridas a manos de la
Europa cristiana solo pudieran socavar la autoestima de los musulmanes y
trajeran como resultado una crisis moral e intelectual de grandes proporciones.
Porque la derrota militar no solo era una derrota en sentido material, también
ponía en duda la verdad de la propia revelación musulmana”[6]
Aquí descansa todo. En el momento en que se detuvo
la expansión de una religión creada por y para la guerra, una religión de la
espada. Se puede hablar de Siria, pero antes de los atentados de Madrid no
existía Siria. Se puede hablar de Irak, pero antes de los atentados de Bali no
existía Irak. Se puede hablar de Afganistán, pero antes de los atentados de
Nueva York no existía Afganistán.
Osama Bin Laden[7]
justificó el 11-S porque diez años atrás las tropas de Estados Unidos habían
profanado lugares santos de Arabia Saudí. Un crimen así no prescribe nunca. Ha
habido idiotas estos días que se han remontado a la caída del imperio otomano o
a las propias cruzadas y contra eso no hay defensa[8].
En cualquier caso, pese a Siria, Irak, Afganistán o
la toma de Granada, la reivindicación del Estado Islámico ― esa
organización que no tiene nada que ver con la religión, como deja claro su
nombre ―, acusaba a los muertos de frívolos, decadentes y degenerados.
Literalmente, de haber caído en la abominación, perversión e idolatría.
Murieron por salir a cenar, beber, reír, cantar y besar un viernes, en lugar de
quedarse en casa culo en pompa hacia La Meca, balbuceando salmodias y
sacudiendo un rato a la mujer entre rezo y rezo...[9]
[1] La historia editorial de este libro es un poco complicada. Hubo una edición española pero
no llegué a conseguirla porque se editó como si fuera algo clandestino y
vergonzante y cuando fui a pedirla a la librería ya estaba agotada y
descatalogada. Solo los editores sabrán por qué no reeditaron un libro con
tanta demanda... Europa Laica ha colgado en Internet un extracto generoso
(nueve de los diecisiete capítulos). Ibn Warraq: Why I am not a muslim,
Prometheus books, Amherst, 1995 es la edición original.
[2] Aunque
se empleaba con anterioridad. La utiliza Joseph Hoffmann en el prólogo al libro
de Ibn Warraq (edición original, p. X). Sin embargo, todas las referencias que
he leído de diversos agelastas remiten a ese documento.
[3] Literalmente,
“Islam seen as a genuine religious faith, practised sincerely by its adherents”
o “Islam seen as a political
ideology, used for political or military advantage”.
[4] Ambas
citas proceden de la página 16 de la edición extractada por Europa Laica. No
aparecen en el original porque fueron escritas expresamente para el prólogo a
la traducción castellana.
[5] Sobre
esta cuestión me explicaré mejor cuando explique la Doctrina Colau,
sobre la que me ocupé antes de los atentados parisinos pero aún está en
revisión y, espero, de publicación próxima.
[6] Citado
por Ibn Warraq a través de B. Lewis (ed): The World of Islam, Londres,
1976, p. 322. La traducción se basa en la reproducida por Europa Laica (p. 220)
pero con unos cuantos cambios a la vista del original (p. 209). Alguien podrá
decir que Kedourie era un conservador con todas las letras. Cierto. Sucede que
me parece un buen resumen, breve y centrado, de ideas que han expuesto otros
muchos. Sucede también que no soy sectario y valoro las ideas por lo que valen,
no por quién las emita.
[7] Al
parecer la transcripción correcta de su apellido sería Ben Laden, pero se cambió
la e por la i porque con e sonaba “demasiado judío”
[8] Respecto
al imperio otomano, recuerdo que hace muchísimo tiempo vi en televisión un
documental en el que un anciano palestino muy simpático contaba cómo cuando aún
eran parte del imperio, los turcos les decían “vosotros los árabes sois unos
burros”. Y al vejete le entraba la risa al recordarlo...
[9] Terminado de escribir esto se ha hecho pública la noticia de que Samra
Kesinović, una adolescente austriaca que fue engañada para unirse
al Estado Islámico a los 17 años, ha sido asesinada a golpes cuando pretendía
escapar