Nota previa: Fiel a mi costumbre de no enredarme en cuestiones semánticas, aquí
llamaré terrorismo a lo que los periódicos más difundidos del mundo
entienden por terrorismo. Que cada quien aplique sus propios filtros y
correcciones.
Según un artículo reciente[1],
se han producido más de dos mil setecientas operaciones antiterroristas en
Francia desde que el presidente francés declaró el estado de emergencia tras
los ataques del 13 de noviembre pasado, lo que da una media de más de cincuenta
al día. Sin embargo, los resultados no se corresponden con la magnitud de los
esfuerzos. Ante semejante despliegue se tendría que haber garantizado la celebración
de actos que han acabado suspendidos por miedo, alguno de ellos demasiado
simbólico como para que no se entienda su suspensión como una debilidad
demasiado evidente.
Pero hay más. Registros domiciliarios, clausuras arbitrarias de
asociaciones y restricción del derecho de reunión, todo ello sin necesidad de
comunicárselo a un juez. Puedes quejarte ante un tribunal, pero solo después.
Como recuerda el artículo, con las leyes existentes nada impidió a Hollande
decretar el estado de emergencia el 13 de noviembre ni prorrogarlo hasta el 26
de febrero, pero quiere más. Reformar la constitución para facilitar la declaración
del estado de emergencia y eliminar impedimentos legales a las acciones del
gobierno bajo el estado de emergencia, que incluyen registros sin orden
judicial y detenciones preventivas, así como despojar de la nacionalidad
francesa a nativos convictos de terrorismo, lo que recuerda demasiado a aquello
de implantar la pena de muerte para disuadir a los terroristas suicidas[2]...
Hollande ha decretado que Francia está en guerra y, en cierto modo, ha
acertado. Las solicitudes para ingresar
en el ejército se han disparado después de los atentados, aunque no se ha dicho
nada parecido de la policía, parece que ha calado la visión de una guerra
entendida como guerra convencional, de las que se libran con ejércitos[3].
Una brevísima historia de la lucha moderna contra el terrorismo
debería comenzar con la incapacidad del ejército inglés para derrotar a la EOKA
del coronel Grivas en Chipre, en los años cincuenta. Las tácticas militares de
los ingleses nada valían contra un enemigo que no se comportaba como preveían
sus reglamentos y las amenazas y la aplicación de la fuerza solo servían para
incrementar el apoyo a su causa. Poco después Francia tuvo que hacer frente al
FLN argelino y como aún se movía con esa vieja lógica, descargó el peso de la
lucha sobre el ejército, en especial los temibles paracaidistas[4],
que combinaron lo que se podría definir un acierto estratégico con un enorme
error táctico. El acierto fue darse cuenta de que la clave para derrotar al FLN
consistía en reunir la máxima información posible sobre el enemigo a batir y el
error, conseguirla mediante el empleo sistemático de la violencia, con la
tortura como su método básico. Desarbolaron al Frente en la capital, pero no
pudieron detener el proceso de independencia, al que alimentaron indirectamente
con su brutalidad[5].
Tuvieron que pasar dos décadas para que el general de los carabineros italianos
Alberto Dalla Chiesa diera una lección de cómo se podía derrotar al terrorismo
sin recurrir a lo que luego se llamó eufemísticamente atajos. Dalla
Chiesa decía que para derrotar a las Brigadas Rojas había que llegar a pensar
como ellos, es decir, había que reunir toda la información posible y saber
interpretarla. No cabe duda de su aplicación magistral. Aún hoy, los antiguos
brigadistas se preguntan cómo fue posible que de sus filas saliera un
porcentaje tan enorme de arrepentidos y disociados y la única
explicación lógica es que cuando se conoce al enemigo como a uno mismo, se le
puede golpear donde más le duele. Su
victoria sobre las Brigadas Rojas es modélica por haber sido hecha sin
porquerías y el gobierno italiano se lo recompensó mandándole a combatir a la
mafia siciliana sin la protección adecuada. Apenas duró unos meses, claro, y
muchos italianos piensan que fue precisamente su obsesión por reunir
información lo que le perdió, pues suponen que llegaron a su conocimiento
muchos datos molestos[6]...
La receta de Dalla Chiesa sigue teniendo validez hoy. Parece
obvio repetirlo pero la información es la clave de las victorias. Por eso,
entre las medidas disparatadas que han pedido loa cuerpos policiales y los
servicios de inteligencia, está la de poder intervenir a su albedrío los
servicios de mensajería instantánea. ¿De verdad necesitan acceder a ellos?
¿Cuánta gente necesitarían para seguir la pista a las decenas de millones de
mensajes que se emiten a diario?
No. La lección más dolorosa que proporcionó la comisión oficial que
investigó los atentados del 11―S fue que se disponía de toda la información para
haberlos evitado, pero cada servicio la guardó para sí en lugar de ponerla en
común. De modo que todo el mundo tenía alguna pieza clave del rompecabezas,
pero nadie tenía acceso a la imagen completa. Seguía en vigor ― y
probablemente aún sigue, pese a la dolorosa lección ―, el lema que Francis Bacon puso por escrito por
primera vez, “La información es poder[7]”.
No, la receta es la que ha funcionado siempre: sobornar o chantajear a
los elementos más débiles, seguir la pista de las armas utilizadas, infiltrar
agentes en los puntos sensibles y vigilar los lugares “calientes”. No hace
falta más. Pero claro, hace falta gente que sepa árabe, por ejemplo, y eso
obliga a un esfuerzo suplementario.
Por cierto, magnífica la portada del número de aniversario de Charlie
Hebdo...
[2] Y el
propio New York Times recuerda que Hollande ― junto con su partido ―, se opuso cuando Sarkozy
propuso la misma medida.
[3] A
diferencia de Afganistán, donde Osama Bin Laden era un mero invitado del
régimen talibán, o Irak, que no tenía nada que ver con el 11-S, el Estado
Islámico controla un territorio bien definido. Sí, por supuesto, existe el
riesgo de que mueran civiles, pero aún estamos por ver la primera guerra en la
que no mueran civiles. Por cierto, según dicen los medios, las solicitudes
para ingresar en el ejército francés se
han multiplicado por diez. Parece que hay ganas de ajustar cuentas...
[5] Aprovecho
aquí para recomendar una película, La batalla de Argel, de Gillo
Pontecorvo (1966) que es una sobria recreación del desmantelamiento del FLN en
la capital argelina y que se podría definir como un “documental con actores”.
Su Operación Ogro (1979) es decepcionante porque en ella se toma muchas
más libertades. Aun con eso, la secuencia del atentado contra Carrero está tan
bien resuelta que ha sido reproducida innumerables veces, de tal manera que en
estos tiempos de confusión no descarto que haya quien crea que se trata de
imágenes originales.
[6]Como anécdota,
hace poco he encontrado una especie de eslabón intermedio entre los paracaidistas
franceses y Dalla Chiesa. El entonces capitán del ejército uruguayo Luis
Agosto, que tenía obsesión por reunir los “papelitos” que encontraban a los
tupamaros detenidos, lo que le permitió reconstruir infraestructuras,
organigramas y todo tipo de lazos. Pero utilizaba la tortura, aunque una
tortura “moderada”; presume de que nadie se le murió en la bañera, que era su
método. El tacho, que dicen por allá. Desde luego, visto en contexto era
un gran avance, pues la policía uruguaya utilizaba la tortura como técnica
desde siempre y solo al comisario Otero ― hoy famoso
pero al que nadie hizo caso entonces ―, le dio por
reunir información. Tampoco resulta presentable, aunque también es cierto que
la mayoría de tupamaros que pasaron por sus manos hablan bien de él, muchos de
ellos por comparación con lo que vivieron en otros cuarteles, lo que da lugar a reflexiones interesantes de
las que me gustaría ocuparme en el futuro. Su historia se relata en un libro
curiosísimo, Leonardo Haberkorn: Milicos y tupas, Fin de Siglo,
(¿Montevideo?), 2011.
[7] Ahora ha llegado al castellano una expresión curiosa, “comunidad de
inteligencia”, que es una traducción literal de una expresión inglesa. Es
absolutamente engañosa. Si por algo se caracterizan los servicios de
inteligencia es por guardarse la información para ellos solos y no compartirla,
salvo que les obligue un juez.
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