Desde que irrumpieron los nuevos partidos en
las municipales de mayo pasado doy vueltas a la cuestión de por qué entre todas
las formas que podrían haber adoptado, han acabado en lo que son. Creo que en
ello tienen mucho que ver las circunstancias históricas, que en España
estuvieron marcadas sin duda por la larga duración del periodo franquista, lo
que dotó a la izquierda local de características originales respecto a las de
otros países vecinos.
Dos cuestiones me parecen especialmente importantes:
la actitud respecto al nacionalismo ― que trataré aquí ―, y la influencia de algunas corrientes religiosas,
que quedará para otro texto[1].
Hace poco entrevistaron a Ada Colau y a algunos
comentaristas les llamó la atención que la alcaldesa utilizara la ridícula
perífrasis “el estado español” para evitar decir España[2].Creo
que para entender el empleo de una fórmula tan absurda hay que recurrir a la
historia de la izquierda desde el final de la Guerra Civil hasta la época
constitucional, que se podría resumir en una palabra: debilidad.
Por supuesto, es sencillo de explicar. Durante la
guerra y la fase dura de la posguerra (digamos unos diez años a contar desde la
victoria), el franquismo se dedicó a la eliminación física de la oposición
mediante ejecuciones o con largas condenas de cárcel. En los años que
siguieron, apenas fue necesario tomar medidas tan extremas, pues los diversos
servicios de información conocían perfectamente sus estructuras clandestinas y
las desarticulaban cada vez que consideraban que habían alcanzado un tamaño
peligroso. Solo a finales del franquismo pareció que el control de la oposición
se les fue un poco de las manos, pero no hay que descartar que solo lo
pareciera[3].
En paralelo se produjo otro proceso, la distancia
creciente entre los militantes del interior y las viejas cúpulas exiliadas
desde 1939. Basta comprobar cómo en los años 70 algunos partidos hacían
llamamientos a los campesinos, que ya no existían como tales. O habían emigrado
a las ciudades y se habían convertido en obreros industriales o, los que se
quedaron en el pueblo, habían tenido acceso a maquinaria, abonos y semillas
seleccionadas y se habían convertido en agricultores, que es otra cosa muy
distinta[4].
De forma que había diferencias, a veces muy
importantes, entre la visión del exilio y la visión del interior, aunque con
suerte dispar para unos y otros. El incalificable Carrillo[5]
no permitió nunca que el PCE del interior se le fuera de las manos ― aunque
hubiera que recurrir a las tretas más viles ―, mientras en el PSOE se dio un “golpe de estado”
que aupó al poder a mi querido Felipe González y su camarilla, los que apenas
ocho años después llegaban al gobierno con todas las bendiciones.
En cualquier caso, la izquierda del interior era débil, así que tuvo
que recurrir a alianzas en las que tampoco estaba en disposición de elegir,
simplemente si el otro tenía algo que mejorase su situación, con él se juntaba.
En los lugares donde existía un nacionalismo bien enraizado, a él se acercaba. Obviamente
en el País Vasco y Cataluña. También en Galicia, pero este era mucho menos
potente.
Sin embargo, el nacionalismo histórico no era
izquierdista, estaba compuesto por gente de orden. Su comportamiento durante la
Guerra Civil fue bastante vergonzante. El PNV se ocupó de velar para que no se
destruyera la industria pesada vizcaína ― mirando por los intereses de sus propietarios y
accionistas ―, aunque sabía de sobra que desde el día siguiente esa industria se
pondría a trabajar en contra del bando republicano. Por su parte, el
nacionalismo catalán se entregó en cuerpo y alma a desbaratar la revolución que
se llevaba a cabo en su territorio, quizá la más profunda que se haya producido
jamás en parte alguna, pero que era obra de murcianos, andaluces y otras gentes
de oscuros orígenes[6].
Es cierto que existía un ala izquierda del nacionalismo vasco, Acción
Nacionalista Vasca (ANV), pero aparte de ser bastante tibia ― hoy diríamos
socialdemócrata ―, era muy minoritaria. Lo más
llamativo de ella era su laicismo militante, frente al catolicismo
intransigente del PNV. Su grito de guerra era “Gora Euskadi sin sotanas”. En
cuanto a Esquerra Republicana de Catalunya, basta apuntar dos datos. Los
dirigentes veteranos de Esquerra en el poder que recordamos (como Carod Rovira)
militaron durante los setenta en el PSAN (siglas catalanas del Partido
Socialista de Liberación Nacional), porque la Esquerra de entonces, dirigida
por Heribert Barrera, aún no se había puesto al día y no tenía mayor problema
en culpar a los inmigrantes de todas las desgracias de Cataluña. El otro es más
divertido: Ramón Franco fue senador por ERC en las cortes republicanas. Por
supuesto, Ramón era hermano del futuro generalísimo Paco y ― para más
escarnio ―, su avión desapareció en el mar cuando, según sospechas bien
fundadas, se dirigía a bombardear Barcelona.
La relación con ETA puede servir de ejemplo de la
ambigüedad de la izquierda de entonces hacia el nacionalismo. La primera ETA
era anticomunista ― lo que no es raro porque nació de una escisión en EGI, las juventudes
del PNV ―, pero a raíz de los triunfos de Castro en Cuba y el FLN en Argelia
adoptó lo que entonces se llamó un enfoque tercermundista, considerando
a Euskadi una colonia e importando el socialismo que formaba parte de la
ideología de los movimientos de liberación nacional. No por casualidad su
consigna Aberria ala hil! es una traducción literal del ¡Patria o
muerte! cubano. La izquierda del interior comenzó a relacionarse con ella,
muchas veces sin conocimiento del exilio, por el prestigio que le aportaba
entonces el uso de las armas, que se multiplicó con la admiración que causó la
osadía y perfección técnica del atentado contra Carrero Blanco[7].
Un prestigio que no sufrió daños cuando al año siguiente cometió la infame
masacre de la cafetería Rolando en la calle Correo de Madrid[8].
Entonces se produjeron situaciones muy extrañas. Recuerdo haber tenido en mis
manos una edición de la época de Operación Ogro ― el libro en
el que ETA da su versión del atentado contra Carrero ―, dedicada a Felipe González[9].
Estaba muy extendida la visión de ETA como una campeona del antifranquismo y,
sin embargo, ETA había sido muy clara en ese punto. Decía que los partidos españoles
luchaban contra Franco como si no existiera opresión nacional en Euskadi,
mientras ETA luchaba contra la opresión nacional en Euskadi como si no
existiera Franco, así que sólo se engañaba quien quería engañarse.
Más allá de este ejemplo, la relación con el
nacionalismo llevó a la izquierda a asumir de forma natural muchos de sus
conceptos, lo que marcaba una diferencia muy clara con la mayoría de la
izquierda europea. No hace falta buscar demasiado para encontrar fotografías de
finales de los 70 en las que futuros ministros y altos cargos del PSOE
sostienen pancartas en defensa del derecho de autodeterminación.
Citaré un ejemplo entre otros muchos, pero muy
llamativo. En 1983 se aprobaba en el parlamento catalán la Ley de
Normalización Lingüística, que dispone que el catalán es la “lengua
vehicular” para la enseñanza. Entonces el PSOE de Felipe González disfrutaba la
mayoría absoluta más numerosa que haya disfrutado nadie desde 1977, no
necesitaba a los nacionalistas catalanes para nada. No entraré aquí en si la
ley es buena o mala, hay opiniones para todos los gustos. Creo que la enseñanza
está tan desvirtuada que tanto da una ley como otra, pero esa es otra
historia... La cuestión es ¿cuántos países homologables a España permiten que
en una parte de su territorio no se pueda enseñar en la lengua oficial? La
respuesta es ninguno, y no hace falta irse al ejemplo extremo de Francia. La
lengua vernácula podrá ser co-oficial, pero en ninguna parte es exclusiva, solo
en Cataluña. Esa es una cesión que ningún gobierno del entorno hubiera hecho. Y
si alguien recuerda que en ese mismo año nacieron los GAL, también se le puede
recordar que el PSE llegó a ceder la presidencia del Gobierno Vasco al PNV sin
pelear, tras haberle aventajado en votos, aunque no en escaños. Basta pensar en
los desafíos actuales de Pedro Sánchez a Rajoy para percibir la diferencia.
Se trataba simplemente de que para esa izquierda que se había vestido
de prestado tanto tiempo, el nacionalismo atesoraba una superioridad moral, con
lo que acabaron por cederles la primacía en algo tan intangible como el
discurso público, las claves que deben marcar la opinión general. Esta
tendencia ha llegado hasta hoy. En Cataluña se observa cómo los que marcan las
reglas del juego son los catalanistas y se vio muy claro con la cuestión del
referéndum. En 2014 era el asunto central[10]
y los opinantes se dividían entre los que lo reclamaban ― mayoría en
los medios públicos y subvencionados, que aquí son casi todos ― y los que lo
rechazaban. Sin embargo, la mera aceptación de la hipótesis del referéndum como
opción natural ya era una cesión de terreno por parte de los que no son
catalanistas, porque procesos separatistas hay varias decenas en el mundo, pero
votaciones solo ha habido en dos, Quebec y Escocia. No hay visos de que las
vaya a haber en Bélgica, Córcega, Trentino Alto Adigio, Irlanda del Norte
(curioso que nadie lo mencionase cuando lo de Escocia) o cualquier otro lugar
de Europa. Por no recordar situaciones de fuera del continente tan dramáticas
como Sahara, Palestina o el Tíbet. Por tanto, el referéndum no es la conclusión
lógica, sino, de nuevo, la excepción clamorosa. Pero nadie lo dijo claramente,
ni siquiera la derecha más correosa, que se agarraba a la constitución de 1978
como a un clavo ardiendo. Lo denunciaba por ilegal, en lugar de descartarlo por
ser una opción totalmente marginal en términos estadísticos.
[1] La idea
original estaba pensada como una sola entrada, pero acabó complicándose hasta
alcanzar un tamaño poco manejable, así que he decidido partirla en dos.
[2] Ridícula
porque los que la utilizan solo la emplean para España y Francia. Nunca hablan
del estado noruego o el estado italiano, dicen Noruega o Italia, como la gente
normal.
[3] Esta es
una materia quizá irresoluble, al menos en un futuro cercano. La administración
española no se caracteriza por su transparencia y muchos documentos clave se
han destruido. Se sabe que el incalificable Martín Villa (incalificable
porque cualquier otro adjetivo aplicable a su persona cae dentro del código
penal) ordenó quemar los archivos del
Movimiento. Alguien pensará que no es extraño que acabara su carrera como alto
ejecutivo del grupo PRISA.
[4] Quedaban
los jornaleros, pero muy localizados en Extremadura y Andalucía, nada que ver
con las ideas que tenían en la cabeza las viejas momias.
[5] No es
extraño que acabase sus días compartiendo tertulia en la SER con Rodolfo Martín
Villa (el señorito recibía en casa). Allí se dedicaban a lavar sus biografías
bajo el silencio ignorante de la presentadora.
[6] Lo que,
por supuesto, no es cierto. Abundaban los apellidos catalanes entre los
revolucionarios, solo que ese dato no cuadraba con su historia canónica. Como
decía el historiador Vicens Vives, el anarquismo era una idea extraña a
Cataluña.
[7] Sintetizada
en la famosa frase del entonces ministro de Gobernación (y futuro sustituto del
propio Carrero) Carlos Arias Navarro: “Cabrones, qué bien les ha salido...”
[8] Estos
dos atentados son buena muestra de lo escrito. Para llevarlos a cabo fue
imprescindible la ayuda de dos militantes críticos del PCE ― Alfonso Sastre y Genoveva
Forest ―, que pusieron a disposición de ETA buena parte de la infraestructura
clandestina del PCE en Madrid sin saberlo la dirección en París. ETA nunca se
atrevió a reivindicar la matanza de la cafetería, cuya discusión llevó a la
escisión ETAm – ETA pm, pero resultaba evidente que habían sido ellos.
[10] Se
supone que ya no lo es, tras el inicio de la desconexión. Sin embargo, alguno
de los comentadores que se mueven en los círculos cercanos a Junts pel Sí dicen que la declaración sería en realidad
una maniobra para forzar el referéndum. Sea como fuere, ahora mismo los únicos
que defienden la opción con claridad son Podemos y sus asociados.
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