viernes, 30 de diciembre de 2016

LAS HERMANITAS DE LA MALA CONCIENCIA


¿La clase obrera? No es problema, puedo comprar a la mitad para que mate a la otra mitad.
J. P. Morgan (1991)[1]

Creo que ya he escrito alguna vez que eldiario.es es el máximo portavoz de la corrección política en España, al menos entre los medios que reciben una cierta audiencia. Por eso me sorprendió encontrar el otro día un artículo titulado “Culpad a los apóstoles de la identidad, ellos nos empujaron al camino del populismo” y cuyo subtítulo “Con su excesiva defensa de las minorías, la izquierda ha puesto en peligro medio siglo de progresismo” me hizo augurar una catarata de comentarios en contra[2].
Me equivoqué. De los veintiséis comentarios que constaban cinco días después, doce eran favorables, ocho críticos y los otros seis no me ha bastado mi pobre intelecto para ubicarlos en ninguno de los bandos. No entraré en detalle en el artículo porque se escapa un poco de lo que quiero tratar aquí, me basta con reproducir un párrafo (quizá el más polémico) que sí viene al caso: El progresismo de identidad alzó a la “víctima sagrada”, a las minorías étnicas a las que no se puede criticar, a las mujeres, los homosexuales y los inmigrantes, a quienes Hillary Clinton se refirió una y otra vez en cada discurso. Por ende, favorecer a un grupo es excluir a otro, en este caso a los llamados olvidados, identificados como el “hombre blanco, rancio y fracasado”. Luego volveré sobre esta cita.

Marx y su compadre Engels no inventaron el socialismo (ni el comunismo, ni el concepto de revolución social). Esas ideas ya existían y hay quien las remonta hasta la Grecia Clásica, lo que no parece disparatado si se piensa que en esa época se inventó la democracia, y estas derivaciones son solo sus formulaciones más avanzadas... Lo que sí hicieron estos dos con infinita arrogancia fue definir el suyo como “socialismo científico” y catalogar los anteriores como socialismos “utópicos”, con el sentido de irrealizables.
No soy experto en Marx. He leído sus textos juveniles (que según algunos son los más aprovechables porque aún no estaba poseído por esa locura científica y se movía con más libertad) y alguna cosa posterior, aunque no de forma sistemática. En cualquier caso, de las ideas comúnmente aceptadas resulta difícil hasta para los expertos delimitar con exactitud dónde llega el pensamiento de Marx, cuál es la parte que añadió Engels[3] y, desde luego, sin un conocimiento profundo de ambos autores es imposible saber hasta qué punto lo que se identifica generalmente como marxismo en sus dos variantes de materialismo histórico y materialismo dialéctico refleja su pensamiento o el de comentaristas posteriores. Es sabido que Marx dijo en más de una ocasión que él no era marxista. Así que, una vez declarada mi ignorancia, me considero capacitado para escribir sobre hechos que sucedieron en el último siglo y medio a despecho de que alguien pueda acusarme de que aquello no lo dijo el barbudo. Lo dijera quien lo dijera, lo cierto es que tuvo muchos seguidores que lo aprobaron y siguieron con fe.


Cuando quedó claro para los científicos que el tránsito de una sociedad capitalista a otra socialista solo podía tener lugar por medio de una revolución, se planteó cuál sería el sujeto histórico encargado de llevarla a cabo. Para definirlo recuperaron una categoría ya olvidada del Imperio Romano, los proletarios. En Roma se clasificaba a los ciudadanos por su riqueza y la última categoría la ocupaban los que no poseían otra que sus hijos, su prole. Traspasado a la época de la Industrialización, el concepto aludía a aquellos que no poseían más que su fuerza de trabajo y se veían obligados a venderla a los propietarios de los medios de producción, ya fueran dueños de industrias, talleres u otro tipo de negocios. En teoría esa clase abarcaría también a los campesinos sin tierra, pero ambos barbudos pensaban que el campo era un lugar dominado por las fuerzas antiguas, de modo que solo en las ciudades podía darse el motor necesario para el cambio, lo que Engels sintetizaba con un antiguo proverbio alemán: “El aire de la ciudad hace libre”. Este proceso llevó a que se acabase identificando al proletario con el obrero industrial, que sería el encargado de conducir el tránsito a la nueva sociedad mediante la dictadura del proletariado, entendida también a la manera romana, es decir, un periodo en el que alguien, investido de todos los poderes de forma temporal, llevaría a cabo las transformaciones necesarias que no permitían las leyes comunes[4].
El problema de las teorías es que por mucho que uno las bautice como científicas, necesitan que la realidad les haga caso y en esta ocasión no fue así. Para empezar, los obreros se mostraron más partidarios del socialismo (entendido como tal el que aspiraba a reformar el sistema, que hoy llamaríamos socialdemocracia) que del comunismo que proponía la revolución. Pero los herederos no se dieron por vencidos y probaron con un nuevo concepto, el internacionalismo proletario. Dado que habían demostrado de forma irrefutable que los obreros eran los encargados de hacer la revolución, ahora era necesario convencerles a ellos de que la hicieran y uno de los argumentos fue ese internacionalismo proletario, hacerles ver que pertenecían a una clase que era la misma más allá de las fronteras. Estaban tan convencidos de haberlo logrado que cuando se declaró la Primera Guerra Mundial daban por hecho que los obreros se negarían a participar en ella porque no estarían dispuestos a disparar sobre sus compañeros, pero lo cierto es que muchos de ellos se alistaron alegremente para matar o morir en nombre de su monarca[5].
Acabada la Segunda Guerra Mundial, la presión de tener en casa a varios millones de jóvenes que habían desafiado a la muerte y sabían usar las armas, junto con el miedo al contagio del ejemplo ruso (que no soviético, que de eso no tenía nada), llevó a la invención del concepto del “Estado del Bienestar” (que hoy hay quien lo llama con gracia el “Estado del Bienestuvo”). Una idea muy sencilla: que los asalariados obtuvieran mayor parte en el reparto de la riqueza, mediante subidas periódicas de sueldos y mediante acceso a servicios básicos como la sanidad o la educación para sus hijos. Y, por supuesto, a los bienes de consumo. El historiador Pierre Vilar decía que hay más objetos en un hogar medio actual que en un palacio antiguo[6]. Y para algunos científicos ahí se pinchó el globo, con los obreros no se podía ir ni a la vuelta de la esquina (pero como veremos más adelante, para otros no).

Así que cabía buscar otro sujeto histórico. Siguiendo la tradición, tenía que tratarse de un oprimido y la época lo ponía muy fácil: los súbditos de las colonias que luchaban por su liberación. Sobre este punto no hace falta insistir mucho porque todavía está muy reciente el espectáculo de la procesión del churrasco de Fidel Castro de punta a punta de la isla, que evoca una combinación grotesca entre la multitud que desfiló ante la capilla ardiente de Paco Franco y el traslado a hombros de los restos de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante al monasterio de El Escorial. Aún hay algún despistado que llama gobierno progresista a lo de Daniel Ortega y su mujer en Nicaragua, pero es que por comparación aún lo podría parecer, porque si miramos a África... Y aquí está uno de los trucos: no mirar. Aunque se sucedan durante más de medio siglo dictaduras de ladrones matarifes de su propio pueblo, la culpa no es suya, sino del pérfido hombre blanco que tiene nosequé oscuros intereses. No se suele señalar lo que hay de racista en este argumento, donde el negro es siempre una marioneta en manos del blanco, como perpetuo menor de edad fácil de engañar...
La cuestión es que los colonizados también salieron rana y cada vez quedaba menos campo hacia el que volverse. A raíz de las agitaciones de Berkeley el desafío mucho más serio del mayo del 68 francés, los buscadores descubrieron a los estudiantes como sujeto histórico[7]. Lamentablemente para ellos, los Situacionistas ya se les habían adelantado publicando una crítica demoledora titulada “Sobre la miseria en el medio estudiantil” antes de que los científicos volviesen sus ojos hacia los estudiantes. El panfleto se tradujo a varios idiomas y alcanzó una difusión notable.
Desde entonces todo fue a peor. La entrada en los años setenta ofrecía muy buenas perspectivas. Mayo del 68 fue un momento mucho más decisivo de lo que nos han transmitido los relatos posteriores, descrito de forma interesada como una especie de jolgorio estudiantil que reivindicaba lemas pueriles como “la imaginación al poder”. Lo cierto es que la inquietud se trasladó a las fábricas y el partido comunista francés tuvo que apoyar públicamente al gobierno de De Gaulle y utilizar toda su influencia para evitar un movimiento huelguístico masivo que quién sabe dónde hubiera llevado... Pero casi como por arte de magia, la década entrante acabó por barrer de las mentes la posibilidad de una revolución en Europa. Hubo una esperanza, la Revolución de los claveles portuguesa, desencadenada por el protagonista más insospechado uno de los últimos ejércitos coloniales de Europa , pero su indecisión en el momento clave la llevó a ser tranquilamente “encarrilada” tras un golpe de estado incruento dado por la rama derechista del ejército.
Siguió un canto del cisne, el Movimiento de la Autonomía italiano de 1977[8], pero sin pretender frivolizar sobre el tema, pues hubo mucha gente que iba a por todas y lo pagó muy caro , recordaba demasiado a un intento de reverdecer los laureles del mayo francés. Y ya que he escrito reverdecer, al mismo tiempo hubo un grupo de científicos que volvieron a la idea del obrero como sujeto histórico de la revolución. Les llamaban obreristas y el más conocido fue Toni Negri, un profesor que en su vida había empuñado una herramienta, hablaba desde fuera. Al pobre le tomaron tan en serio que la justicia italiana le acusó de ser el ideólogo de las Brigadas Rojas, con las que no tenía ninguna relación...
El hecho es que al inicio de la década de los ochenta la posibilidad de la revolución había desaparecido del mapa. Subsistían de mala manera grupos que habían optado por la lucha armada como las Brigadas Rojas en Italia, la RAF en Alemania, Acción Directa en Francia o los GRAPO en España, pero se hallaban desconectados de cualquier tipo de apoyo de masas... Todas las opciones con un mínimo de influencia eran reformistas, partidarias de entrar en las instituciones. Pero de algún modo, esa especie de “subasta a la baja” del antiguo sujeto revolucionario se había mantenido. Basta recordar el primer gobierno de Felipe González, que no se cansó de arrear a los obreros con la Reconversión Industrial mientras al mismo tiempo creaba un Ministerio de Asuntos Sociales para cumplir debidamente con las diferentes minorías en el sentido en el que él lo entendía, es decir, repartiendo dinero sin miramientos entre las asociaciones que se arrogaban su representación.

Tres décadas después la adoración acrítica de las minorías como fermento de quiensabequé y la santificación del camino reformista han cocinado una sopa infernal. Uno puede leer disparates como este: “Para el buen marxista, la interpretación del mundo en principio debe servir para transformarlo. Y esto solo puede hacerse desde dentro de las instituciones, renovándolas y relegitimándolas para propiciar su conexión a las necesidades ciudadanas, no cuestionándolas en nombre de una alternativa ignota o diluida en mera teatralidad”[9]. Ingenuo de mí, yo que me creía eso que había leído tantas veces de que Marx cuando supo sobre la Comuna de París dijo que esa era la forma de organización que él había estado buscando...
Pero no es el reformismo lo que más daño ha hecho a la izquierda mediática sino esa deformación de la doctrina cristiana que dicta que el izquierdista siempre tiene que sacrificarse por otro, nunca tiene derecho a exigir lo suyo porque siempre hay uno que está peor. Es una visión tan degenerada que acaba por llevar a que el izquierdista se sienta mal por serlo y pida perdón por arrogarse algo que en teoría no le compete. Pondré un ejemplo bastante significativo del mismo diario, una periodista que humildemente solicita su sitio porque siendo quien es reivindica lo que reivindica. El texto recuerda más a las “autocríticas” de la época de Stalin que a otra cosa, pero dejémosle golpearse el pecho a gusto: “Como trabajadora que ha sido delegada sindical despedida ilegalmente por ello además pero jamás obrera ni jornalera, que no puedo definirme como proletaria sin sentirme impostora, sino miembro, por mi realidad socio-económica, de la clase media, reivindico mi derecho a ser, vestirme y ejercer mi ideología de izquierdas”[10].
El acabose. Primero, nadie tiene conocimiento de que Marx fuera proletario o jornalero. De hecho, hay datos fehacientes que indican que no la hincó un solo día de su vida. Esta chica fue despedida de su trabajo por hacer actividad sindical pero no le es suficiente porque debe cometer el terrible pecado de ganar lo suficiente como para pagarse el alquiler o la hipoteca. Aún peor, puede ser que ni aún así le llegue y sus padres contribuyan a sus gastos, lo que ya sería una vergüenza muy difícil de sobrellevar, una hija de papá...
Pues anda que no ha habido jornaleros lameculos... el Paco el Bajo que ideó Delibes y retrató magníficamente Mario Camus no era un producto de la imaginación. Y respecto a los obreros, fui testigo durante una época de mi vida de cómo, en cuanto llegaba la hora de la pausa, el peón más joven de la obra de enfrente era el encargado de ir al bar a comprar los bocadillos de todos sus “compañeros”. Los ideales aristocráticos en estado puro.
Sin embargo no era eso lo que proponían los utópicos. La mayoría de ellos creían en una comunidad de gente que abrazara lo que proponían, no pensaban que el hecho de nacer en una casa u otra marcase tu destino. Una comunidad de gente consciente. No me importa de dónde vienes sino hacia dónde quieres ir. Pero por desgracia ganaron los científicos.  

Volviendo a la cita de Jenkins, material de sobra para entender el triunfo de Trump y los que quedan por venir, salvo que la realidad es aún peor. Ya no se trata de que la población, digamos, homogénea haya de sacrificarse por un congénere más desfavorecido, es que ahora también debe preocuparse primero por los derechos de los animales. Y no es una broma, aunque lo parezca. El PACMA, el partido de los zoófilos, fue el más votado entre los que no obtuvieron representación parlamentaria en las últimas elecciones generales. Muy probablemente, el número le hubiese bastado para lograr asiento en elecciones con circunscripción única como las europeas. Los partidos nuevos han incluido el asunto en su agenda, en especial lo que atañe a los espectáculos taurinos. No seré yo quien los defienda, pero creer que el mayor problema que tiene esta sociedad es el “maltrato animal” me suena a delirio. Y tras ellos vienen los herbívoros, que aunque aún no cuentan con una organización fuerte, van ganando un espacio en los medios del que no disfrutan grupos con reivindicaciones que yo diría mucho más atinadas, pero seguramente estaré equivocado de nuevo.
Hay un dato que la ultraderecha mediática repite con insistencia desde que el Frente Nacional francés salió de la marginalidad, hace ya unos treinta años: muchos barrios que votan al FN votaban antes al Partido Comunista. Por una vez, dicen la verdad.





[1] Unfinished business... the politics of Class War, The Class War Federation y A. K. Press, (Stirling), 1992, p. 55.
[2] El autor es Simon Jenkins y se publicó el 04/12/16 en la sección de Internacional, que incluye muchos textos procedentes de The Guardian como este. No he buscado el original, me he conformado con la traducción de Javier Biosca Azcoiti.
[3] Al parecer la mayor parte de El Capital, aunque se dice que se basó en los apuntes que dejó Marx y en las muchas conversaciones que tuvieron.
[4] Por supuesto, el asunto es más complejo y he de simplificarlo para que se entienda. Por ejemplo, por debajo del proletariado existiría el lumpenproletariado, compuesto por elementos marginales como mendigos, delincuentes o prostitutas y cerca de los burgueses se encontrarían los pequeñoburgueses, que incluirían entre otros a los tenderos o a las llamadas “profesiones liberales”.
[5] Desde luego, se cuentan historias heroicas de desertores individuales o unidades enteras que se negaron a participar en la carnicería y lo pagaron muy caro, pero no conviene olvidar que fueron muy pocos. La mayoría siguió una trayectoria similar a la de un don nadie llamado Adolf Hitler, que se alistó voluntario con gran entusiasmo y fue ascendido a cabo y ganó la Cruz de Hierro por su comportamiento. El resto son ilusiones. Y la misma actitud se repitió en la Segunda Guerra Mundial, incluidos muchísimos obreros que fueron a defender a tiros las ideas salvajes del antiguo cabo.
[6] No es una cita literal, aunque sí fiel. Y hay que tener en cuenta que hablaba de un hogar de hace por lo menos cuarenta años...
[7] Como he escrito más arriba, tengo que simplificar en favor de la claridad. Hubo quien apostó por la minoría negra estadounidense, cuyo representante más combativo (por no decir el único) eran los Panteras Negras, otro fenómeno cuyos ecos retumban hoy. El mismo día que publicaba este artículo, eldiario.es incluía otro de Andrés Gil titulado “Todo el poder para el pueblo”; las Panteras Negras en las que se mira Pablo Iglesias”.
[8] Todos estos hechos son muy desconocidos, por razones obvias. Un buen resumen en Encyclopédie des Nuisances: Historia de diez años. Esbozo para un cuadro histórico de los progresos de la alienación social, Klinamen, (¿Sevilla?), 2005.
[9] Fernando Vallespín: “Transgresiones fútiles”, El País, 08/12/16. Por supuesto, es un ataque a Podemos...
[10] María Iglesias: “Separémonos todos en la lucha final”, eldiario.es, 05/12/16. Una anécdota. Leyendo un blog anarquista que parece escrito por gente muy joven (regeneracionlibertaria.org) uno de los contribuyentes se define como “Anarquista social y de la rama comunista libertaria solo en cuanto a pensamiento político. Por lo demás soy una persona normal. Aportando mi pluma como un diminuto grano de arena a que el anarquismo sea una alternativa política real y transformadora. Deconstruyendo mis privilegios de hombre. ¡Luchar, crear, poder popular!”. Se ve obligado a pedir perdón por haber nacido con un rabo entre las piernas. En la misma línea, en su último congreso el sindicato CNT se declaró feminista. Yo pensaba que en el programa anarquista estaba incluida la igualdad entre sexos pero está claro que debo ser de otra época... 

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