lunes, 27 de febrero de 2017

VIEJAS IDEAS NUEVAS

Si quieres, puedes

El año pasado asistí a un cursillo de esos a los que tenemos que asistir de vez en cuando los que trabajamos para otros o los que no tienen plaza fija en alguna de las múltiples administraciones, por aquello de la importancia de la formación continua, que viene a ser una especie de ITV que sufrimos con resignación. El conferenciante[1] nos ilustró sobre la reciente teoría del 90/10. Este nuevo hallazgo se resume en que cuando tú te propones algún objetivo, tan solo el diez por ciento son condiciones que escapan a tu control, el otro noventa por ciento depende de ti. Y esta casilla se puede llenar con toda la basura optimista que se nos ocurra: afán de superación, constancia, desprecio al fracaso, creencia en las propias posibilidades... Vamos, el viejísimo “si quieres, puedes”. Sin embargo, es tan evidente que por mucho que yo me esfuerce jamás podré correr los cien metros lisos por debajo de los diez segundos o que tampoco podré levantar una pesa de ciento cincuenta kilos...

Por supuesto, lo interesante de esta frase no es su afirmación radiante y luminosa de la creencia en uno mismo sino su negación. Si no has podido, es porque no has querido lo suficiente, es decir, una vez más, la culpa es tuya. Sí, no hay que decirlo, la idea no tiene nada de nuevo. Los que venimos de una herencia judeocristiana sabemos que ya hemos nacido con un pecado, por lo que pueda pasar. Por eso hay que montar catarsis públicas como la del fin de semana pasado aquí donde yo vivo, donde ciento sesenta mil o medio millón (¿qué importa la exactitud ante semejante gesto?) salieron a proclamar que ellos son buenos aunque los gobernantes sean malos.
Lo he escrito más arriba, lo de que no hay límites es una idea más vieja que el mundo. De ella dan testimonio los relatos de milagros y héroes y los libros de magia. Sin embargo parece que ahora tiene más éxito que nunca, lejos queda ese sabio dicho de “fíate de la Virgen y no corras”. Y es que, (esta idea merecería más espacio y quizá alguna vez se lo dedique) me da la impresión de que en estos tiempos recientes la frontera entre realidad y ficción se está borrando a una velocidad alarmante. La demostración más cruda la proporcionan las páginas de Internet que recogen autofotos que se hicieron algunos creyentes en sus posibilidades de burlar los límites, segundos antes de morir[2].

Curiosamente, la gente que vivía en siglos anteriores, a la que estos miran con condescendencia como unos pobrecillos que nacieron “en la época equivocada”, sí tenía claros los códigos de lectura. Si leían una crónica en la que se decía que los cristianos habían matado a trescientos mil moros sin sufrir baja alguna gracias a la intercesión del apóstol Santiago, ya entendían que la batalla se ganó porque los cristianos tuvieron el viento a favor y mientras las flechas del enemigo se perdían en el trayecto, las propias contaban con un impulso suplementario.

Nunca como ahora

Pero pese a tanta inyección de moral somos pesimistas, ese es el diagnóstico. Los que trabajan por nuestro bien se han dado cuenta. La gente refunfuña de todo, se queja, no está contenta. Le ha dado por decir que la corrupción, la mentira y el despilfarro lo invaden todo, desde la Universidad Rey Juan Carlos hasta la familia del propio rey Juan Carlos. Hasta el Papa está asustado con lo que ve en su propia casa... Miremos donde miremos, no vemos más que escenarios deprimentes y Trump solo es la imagen que condensa el malestar pero los expertos, que no son tontos, saben que antes de la llegada del hombre de la mofeta en la cabeza también andábamos cabizbajos y renqueantes. Por tanto, descartan la salida fácil, que sería decir odiad a Trump, que es el causante de todos los males, pues saben que tendría corta vida.

Así que últimamente les ha dado por glosar lo bien que vivimos, visto en perspectiva. Que si el hambre y la pobreza han retrocedido, que si avanza la alfabetización, que si nunca ha habido menos violencia, como recordaba hace poco un tonto egregio[3]. Parece que siguen un guión escrito por otros, y bien pudiera ser[4]... En cualquier caso, la idea a retener es que nunca se ha vivido mejor que ahora, la Humanidad jamás ha estado mejor. Y por uno de esos azares del destino, descubro que no hacen sino reproducir un argumento que ya se usaba en Inglaterra cinco años atrás, pues según decía el número de navidad de 2012 de la revista The Spectator: “Puede que no se perciba así, pero 2012 ha sido el año más extraordinario en la historia mundial. Puede parecer una afirmación extravagante, pero los datos la corroboran. Nunca ha habido menos hambre, menos enfermedad ni más prosperidad. Occidente sigue en su bache económico, pero casi todos los países en vías de desarrollo progresan rápidamente, y la gente sale de la pobreza a un ritmo como nunca se recuerda. Las víctimas mortales de la guerra y de los desastres naturales felizmente también han sido bajas. Vivimos en una edad de oro”[5].



En fin, tanto Gibraltar español y siguen mirándose en el espejo británico como palurdos que salen de casa por primera vez. Hasta Rajoy dijo que quería hacer de RTVE una cadena como la BBC que, por cierto, tampoco es ya una cosa extraordinaria. Algunas alcaldías están contratando asesores dotados de poderes mágicos para conseguir que las compañías radicadas en Londres se trasladen por arte de birlibirloque a su ciudad, sin dudar de que conseguirán tan dudoso objetivo. ¡Qué demonios, es la ley del 90/10!
Está claro, el que no se consuela es porque no quiere, en los países donde una parte importante de la población ha pasado de ganar un dólar diario a un dólar y medio ha aumentado su poder adquisitivo en un cincuenta por ciento, lo que es un considerable avance de la distribución de la riqueza que redunda en un enorme beneficio para la Humanidad en su conjunto.
Puede ser que haya elegido muy mal a la gente con la que me relaciono, pero diría que el noventa y cinco por ciento de ellos[6] están dispuestos a declarar que vivían mejor hace diez o quince años...





[1] Un tipo que tuvo la osadía de atribuir a Quevedo una frase de Antonio Machado (“solo el necio confunde valor y precio”). Fue muy divertido, una pequeña satisfacción después de asistir a semejante tabarra. Cuando le hice notar que se había equivocado de autor, me respondió citando al Quevedo de los chistes: Sí, sí, Quevedo, el de “entre el clavel y la rosa, su majestad escoja”. Después me sopló un colega que mientras este la pifiaba, su compañero buscaba la cita en el portátil y le hacía un gesto de “cambia de tema”. Desde luego, nadie está obligado a conocer la obra de Quevedo o la de Machado, pero sí parece buena práctica centrarse en lo que uno conoce...
[2] Son tan deprimentes que no voy a dar referencias, pero encontrarlas es muy sencillo.
[3] El mismo que habla del fin de nuestra civilización cuando hay un atentado. ¿En qué quedamos?
[4] No me gustan las teorías de la conspiración, que pienso que tratan de atribuir un orden, aunque sea “diabólico”, al caos en que vivimos pero por una circunstancia que me involucró casi directamente (un suicidio en la acera de enfrente de donde me encontraba), acabé descubriendo que cuando comenzó la crisis los editores de los principales diarios suscribieron un pacto con el gobierno para no informar sobre suicidios, por miedo a la imitación y por ser una noticia que bajaría la moral colectiva. Sucedió bajo la presidencia de Zapatero pero parece que Rajoy no renegó de esa parte de la herencia.
[5] Citado en Slavoj Žiżek: Problemas en el paraíso. Del fin de la historia al fin del capitalismo, Anagrama, (Barcelona), 2016, p. 27s.
[6] Excluidos los funcionarios de carrera, que quizá no debieran sentirse tan optimistas si contemplasen las barbas rapadas de sus vecinos griegos.

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