martes, 27 de junio de 2017

AUTORES, EDITORES Y LECTORES


 Si hace poco escribía sobre algunas pervivencias setenteras, estos días los periódicos informan sobre el enésimo caso de corrupción en la SGAE, “la rueda”, que también tiene sus antecedentes bien claros hace cuatro décadas. Entonces eran conocidos como “Los Tupamaros[1]” y se trataba de un núcleo de socios que falsificaba las listas de canciones más reproducidas en discotecas y fiestas populares para colocar en su lugar sus propias composiciones, absolutamente desconocidas.

En este caso se trataba de colar músicas en programas de televisión, bien fueran sus cancioncillas infames, que no hubieran sonado jamás en lugar alguno, o mediante “arreglos” de obras de dominio público que registraban como propias a cambio de favores fácilmente imaginables a algunos encargados de la programación televisiva[2]. En fin, de la rueda llevaba años hablándose, era un secreto a voces que ha acabado con algunos ingenuos que creían poder regenerar la SGAE desde dentro. Siempre parece haber fórmulas para que unos vivitos se lleven lo que en teoría generan los ciento veinte mil julais que registran allí sus músicas con la idea de recibir algo a cambio... No me extenderé mucho sobre el mecanismo del timo, que no contiene nada especialmente reseñable, pero aprovecharé la ocasión para divagar sobre algunas cuestiones relacionadas.

Un par de perfiles[3]

Rafael de Tena. Compositor, hermano del fallecido músico Manolo Tena. Fue expulsado de Telecinco por sus malas prácticas. Fue detenido y puesto en libertad bajo fianza de 100.000 euros. “Lidera otro grupo de personas en el ámbito de la rueda”, según el auto. “Mantiene fuertes contactos en varias televisiones que emiten sus repertorios como contraprestación de la cesión de derechos de obras y tratos de favor que por referencias consistentes se basan en el soborno”. Junto con otro autor, Juan Márquez, y tres empresas, habían registrado 14 temas hasta 2005, la cantidad pasa a 20.173 obras entre 2006 y 2012[4], con beneficios que superan los siete millones. Entre otras compañías, crea un centro de cirugía plástica y estética que “parece responder a objeto (sic) de invertir dinero obtenido irregularmente y acumulado durante todos estos años con procedencia la SGAE” (sic). En declaraciones a Europa Press, ha afirmado hoy que su implicación es “un disparate” y está “muy tranquilo”.

Aquí hay un primer lugar para la reflexión. No tengo en gran concepto a Manolo Tena, ni como músico ni como persona, pero he de reconocer que tuvo su momento de ventas, de conciertos y de fama pero su hermano... ¿qué méritos tiene aparte de haber nacido en la misma familia?
Es algo que se repite en la SGAE. Pensemos en sus dos rostros más conocidos de los últimos tiempos, para bien o para mal. Teddy Bautista... ¿quién puede decir qué aportó a la música después de cantar en la versión española de Jesucristo Superstar? Por si alguien no lo recuerda, que tampoco me extrañaría,, apunto que representó con mucha propiedad el papel de Judas. Pero de eso hace cuarenta años. ¿Y Ramoncín? Joaquín Sabina, que tampoco es santo de mi devoción, estuvo muy inspirado cuando dijo que los discos de Ramoncín no se vendían en el “top manta” porque estaban más baratos en El Corte Inglés...
Es una historia que se repite. El buen músico se gana la vida con sus actuaciones o sus alumnos. Algunos hasta redondean sus ingresos vendiendo discos porque, aunque parezca extraño, hay músicos que sacan más de lo que ponen con sus discos.

Aquí es donde entra en juego Juan Márquez, el otro “autor”. ¿Y quién es Juan Márquez? Sí, esta es difícil por lo dicho arriba, otra mediocridad andante cuya falta de talento le impedía ganarse la vida tocando o enseñando. Juan Márquez era el alma del grupo Coz. Coz quería dar el “pelotazo” y en una época que abandonaba una profunda represión sexual sacó la canción “Más sexy”, cuyo título invitaba, pero no acabó de cuajar... Después les salió medio bien con “Las chicas son guerreras”, pero llegó La Movida y les comió cualquier terreno en ese aspecto. Hay que pensar que en ese grupo estaban los hermanos De Castro, las almas de Barón Rojo, y lo del pop no terminaba de sonar sincero. Así que los hermanos fundaron su banda y se ganaron su sitio y los supervivientes probaron con el género, lo que en esos años se llamaba “rock duro”. Guardaron tan poco las formas que titularon Duro a su disco. Y les fue mal. Los “heavies” de entonces teníamos un extraño concepto de la autenticidad. Seguramente no hubiéramos sabido razonar por qué un grupo era “auténtico” y otro no, pero lo sentíamos. Y Coz no sonaba auténtico. Esto fue en el año 1982. ¿Qué fue de Márquez a partir de ahí? Copio al pie de la letra de la página oficial de Coz: “En 1992, Juan Márquez había sido nombrado Director General de EMI Music Publishing Spain&Portugal en 1994 Vicepresidente Editor de la SGAE, Presidente de la Asociación Española de Editores de Música, AEDEM, miembro del Board de la Federación Internacional de Editores de Música, IFPMP, Presidente de la Fundación de Artistas e Intelectuales por los Pueblos Indígenas de Ibero América, FAIPII, en 1996 Director de Sony ATV Spain y en 2001 Vicepresidente de Sony ATV para Latin América”.
Es un caso entre muchos de músico mediocre sin el menor conocimiento del negocio ascendido a directivo de grandes compañías.  ¿A alguien le extraña que la gran industria discográfica cayera de un soplo como la casa del más tonto de Los Tres Cerditos? Curiosamente, la gran industria editorial parece empeñada en repetir los mismos errores[5].

Brevísima historia de los derechos de autor

En el asunto de los derechos de autor se entremezclan dos conceptos. Hablaré aquí de obras literarias, no musicales, porque fueron las que dieron origen al concepto, lo musical vino después. En realidad, como veremos pronto, sería más propio hablar de derechos (y deberes) del editor, pues el autor no tiene vela en el entierro durante muchos siglos.
Si echamos un vistazo con perspectiva histórica, muy pocos autores han vivido de sus obras. Ese es un fenómeno que apenas tiene un siglo y medio de existencia. Durante la mayor parte de la historia de la literatura se escribía buscando lo que Juan del Enzina llamó la fama y la gloria. Y muchos solo la segunda. Hay tantas obras maestras que no están firmadas o lo están con seudónimo...  Los estudiosos de hoy, que maldita la cosa que entienden, andan en guerras sobre la paternidad del Lazarillo. Quevedo nunca reconoció ser el autor de El Buscón, la obra por la que más se le recuerda.
Hasta la invención de la imprenta se escribía por afán de enseñar, por vanidad o por algún motivo similar. Entonces algunos firmaban con el nombre de una autoridad del pasado por obtener una mayor difusión. Por eso hoy hablamos del Pseudo Aristóteles  o el Pseudo Alberto Magno, por ejemplo.
Pero la imprenta lo cambió todo. Desde ese momento cualquier libro tenía una posibilidad de reproducción teóricamente infinita. Y entonces nació lo que en inglés llaman copyright y en España se conocía como Privilegio. A cambio de un dinero pagado al fisco, un impresor obtenía la exclusividad para imprimir un libro durante un periodo, y si alguien lo imprimía sin haber llegado a un acuerdo con él, sufriría el peso de la ley.
En aquellos siglos solo vivían de escribir los que se dedicaban al teatro. Vendían su obra a una compañía teatral y esta hacía con ella lo que quería, pues para eso la había comprado. A tal punto que se llamaba autor al jefe de la compañía que la había pagado, no al dramaturgo que la escribió. Los escritores de otros géneros tenían la opción de vendérsela a un editor (entonces llamados libreros) o, más comúnmente, buscar un patrón que le pagase la edición o costearla ellos de su bolsillo.
Pero después sucedió que algunas de esas obras ganaron el favor del público. Y sus autores andaban quejosos cuando veían que ellos habían vendido el manuscrito al librero por seiscientas monedas mientras el otro podía obtener treinta mil de beneficio sin haber aportado ningún talento.
Ahí nace el concepto de derecho de autor. No se concibe como un impuesto al lector por el hecho de leerte sino como un reparto con el editor que se está aprovechando de la obra por la que ha pagado una miseria para hacerse rico. Es una cuestión entre autores y editores que deja al lector en paz.
Pero en algún momento del camino, en tiempos muy recientes, se ha virado la tortilla y se acusa de pirata, destructor del arte y yo qué sé qué barbaridades al que en otro tiempo era el único faro que guiaba al escritor; imaginar la satisfacción, el espasmo, la sonrisa o el llanto de tal o cual lector cando llegase a este o al otro párrafo... Ha pasado a ser un chacal que le roba su 10%. Lo cierto es que podían haberse vuelto hacia el editor y pedirle mitad y mitad, como hacen las distribuidoras con las editoriales pequeñas, pero hablamos de una gente muy especial.
Lo que cabe ahora, con estos salarios de miseria que tenemos, es cambiar la perspectiva histórica. Hubo una época en que unos cuantos se hicieron millonarios con sus porquerías. Hablamos de lumbreras como Arturo Pérez-Reverte. Pero esa época está a punto de pasar. Volvemos al momento en que la gente escribe por amor al arte, como en todos los siglos anteriores. Se acabó una anormalidad histórica. ¿Quién ha vendido más libros en la historia de la humanidad?
Agatha Christie  ¿Sería una gran pérdida que esta industria desapareciera?



Para mí escribir es como besar y quien cobra por los textos es como quien cobra por los besos.




[1] No he leído una explicación convincente de por qué llevaban el nombre de los sediciosos uruguayos. No olvido mi promesa y me ocuparé de ellos en el futuro. De los uruguayos, claro.
[2] Eso de los arreglos (en su gran mayoría destrozos) es una cosa kafkiana. Hasta el gobierno de Aznar, cada vez que sonaba la Marcha Real (el actual himno) los herederos de uno de esos arreglistas se embolsaban un dinerito. Y la forma de solventarlo no fue demasiado honrosa, les pagaron una pasta por renunciar a sus derechos. En realidad podían haber cambiado un par de acordes y registrarlo como un arreglo nuevo, de titularidad estatal, pero supongo que se trataba de una familia como hay que ser. En el caso de la rueda hay un detalle para llorar: registraron obras de Mozart por las que recibían derechos. Se sabe que Mozart y su esposa pasaban noches bailando para entrar en calor porque no tenían para echar un tronco a la chimenea...
[3] Tommaso Koch: “Los principales investigados del ‘caso rueda’ de la SGAE y las televisiones”, El País, 22/06/17. El País, como el resto de medios del grupo PRISA, en un tiempo concedió mucho espacio al infame Teddy Bautista, jefe indiscutido de la SGAE durante muchos años, para que expusiera su basura argumental sin la menor crítica.
[4] Hasta ahora se consideraba a Georg Philip Telemann el compositor más prolífico de todos los tiempos, con unas tres mil obras escritas en ochenta y seis años de vida. Un vago, comparado con estos linces. También es cierto que todo lo que escribió es muy bueno...
[5] Hablo de la gran industria porque aún hay sellos discográficos pequeños que son rentables, aunque cueste creerlo. Eso sí, a diferencia de los antiguos gigantes, siempre han tratado a su público con consideración y respeto.

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