jueves, 21 de septiembre de 2017

SOY UN RESENTIDO. Y LO QUE DISFRUTO...


 Ayer escuchaba en Catalunya Radio a un tal Kílian o Kilian Sebrià que hablaba de “estado de excepción” e inmediatamente informaba de que había miles de personas en una concentración sin autorizar. Supongo que cualquier persona con edad suficiente como para recordar los estados de excepción franquistas como el de 1969, no digamos ya los iberoamericanos exiliados por razones políticas, reiría o lloraría al escuchar semejante cosa. Bajo un estado de excepción una reunión de más de diez personas se disuelve a tiros. Ese analfabeto político debería saberlo.
Pero hoy estoy de buen humor y si este periodista de mercadillo quiere llamarlo así, sea. El caso es que el causante de este “estado de excepción” es un juez, Juan Antonio Ramírez Sunyer, y he encontrado un perfil suyo bastante interesante en la prensa de hoy.

Primero una de reír: “en 2016 fue condecorado por los Mossos d’Esquadra por su trayectoria profesional, junto con otros magistrados y unas 230 personas más, en el Dia de les Esquadres, un acto presidido por Carles Puigdemont”. Ay, ahora se tirarán de los pelos, pero entonces pensaban que tenían un buen motivo...
Prosigue el artículo: “Es en su actual destino donde más enemigos se ha granjeado, principalmente entre representantes del colectivo anarquista y okupa. En 2004 ordenó prisión preventiva de dos vecinos de l’Hospitalet de Llobregat de 18 y 19 años por participar presuntamente en un ataque con cócteles Molotov a una comisaría en el Distrito de Sants de Barcelona. Ramírez Sunyer consideró que existía “riesgo de fuga”. Permanecieron en la cárcel unos dos meses hasta que salieron en libertad. En el juicio fueron declarados inocentes por lo que después de una reclamación al Estado tuvo que indemnizarlos por el tiempo pasado en prisión. Un año después también ordenó cárcel para varios anarquistas que habían participado en una protesta de apoyo a compañeros de Italia y en 2006 envió a la cárcel a un anarquista detenido por poner artefactos incendiarios en bancos. Por eso, el grupo anarquista Las Brigadas de la Cólera le envió un paquete bomba, que fue desactivado por los TEDAX antes de explotar, por su “especial celo en perseguir la disidencia anarquista y antiautoritaria””. Fin de la cita, que diría aquel[1].

La memoria es un artefacto curioso. Tomemos como ejemplo la memoria de las buenas familias de Cataluña, los que aquí llaman “de casa buena”[2]. Suelen olvidar los orígenes de sus fortunas. Últimamente han aparecido estudios que demuestran que la de la familia de Artur Mas procede del tráfico de esclavos. Vulgares “negreros” que compraron su honorabilidad con un dinero de la procedencia más sucia posible pero, como digo, la memoria obedece a sus propias reglas, no siempre fáciles de entender. Han hecho cargar con toda la culpa a Antonio López, el charnego (hoy dirían español), y quieren tirar su estatua en un exorcismo colectivo como si su muerte simbólica purgara los pecados del resto. Tampoco suelen pararse a explicar cómo durante el Franquismo una familia podía salir más rica de lo que entró sin haber sido al menos neutral. Lo digo así de suave porque hoy estoy más alegre que otra cosa. En este caso no hay chivo expiatorio porque está todo demasiado cercano aún y las familias están demasiado mezcladas como para que no les salpique por un lado u otro.
Sin embargo hay algo que tienen bien clavado, bien metido en la mollera, me atrevería a decir que grabado en el ADN: el malvado enemigo anarquista.
Sí. Recuerdan muy bien la única vez que han pasado miedo en su vida. La única vez en que el dinero no servía para salvarles. Peor aún, la única vez en su vida en que ese dinero podía condenarlos a muerte.
Sus verdugos eran los anarquistas. No es este lugar para entrar en si tenían o no razón, si matar es lícito o si la violencia anarquista se quedó muy por debajo de la violencia patronal. Quien quiera ilustrarse sobre el tema tiene bibliografía de sobra y para todos los gustos. No hablo de historia sino de memoria. La burguesía catalana temía y odiaba al anarquismo y supo transmitirlo a sus descendientes y estos a sus perritos falderos.

La consecuencia es que para los del proceso condecorar a un juez que empura anarquistas es la cosa más lógica y natural del mundo y los gilipollas que quieren relacionar el proceso con el anarquismo son sólo eso, gilipollas.
Así que ayer les escuchaba pidiendo cuentas a Europa por haberles abandonado[3] y recordaba que cuando los míos cobraban de mala manera ellos estaban en casa viendo el partido del Barça bebiendo el brebaje infame que comercializan los herederos del ministro franquista Carceller.
Por mi parte, rencoroso y vengativo como soy, me estoy dando una buena ración de sofá y palomitas, como dice un amigo. Y cerveza digna de ese nombre...





[1] Germán González: “Un juez veterano y antianarquista”, El Mundo, 21/09/17. Las negritas y cursivas son suyas.
[2] Hay otro nombre más gracioso, “los de la cebolla”, pero nadie me ha dado aún una explicación sobre su origen que me satisfaga completamente.
[3] Uno de los momentos más hilarantes de una jornada que fue de mucho reír. Mientras se quejaban ante el silencio europeo una mujer les dijo “¿De qué os quejáis, si los ingleses ya nos dejaron tirados en 1714?”. Juro que no me lo invento.

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