Ayer escuchaba en Catalunya Radio a un tal Kílian o Kilian
Sebrià que hablaba de “estado de excepción” e inmediatamente informaba de que
había miles de personas en una concentración sin autorizar. Supongo que cualquier
persona con edad suficiente como para recordar los estados de excepción
franquistas como el de 1969, no digamos ya los iberoamericanos exiliados por
razones políticas, reiría o lloraría al escuchar semejante cosa. Bajo un estado
de excepción una reunión de más de diez personas se disuelve a tiros. Ese
analfabeto político debería saberlo.
Pero hoy estoy de buen humor y si este periodista de mercadillo quiere
llamarlo así, sea. El caso es que el causante de este “estado de excepción” es
un juez, Juan Antonio Ramírez Sunyer, y he encontrado un perfil suyo bastante
interesante en la prensa de hoy.
Primero una de reír: “en 2016 fue condecorado por los Mossos
d’Esquadra por su trayectoria profesional, junto con otros magistrados y unas
230 personas más, en el Dia de les Esquadres, un acto presidido por Carles
Puigdemont”. Ay, ahora se tirarán de los pelos, pero entonces pensaban que
tenían un buen motivo...
Prosigue el artículo: “Es en su actual destino donde más enemigos
se ha granjeado, principalmente entre representantes del colectivo
anarquista y okupa. En 2004 ordenó prisión preventiva de dos vecinos de
l’Hospitalet de Llobregat de 18 y 19 años por participar presuntamente en un
ataque con cócteles Molotov a una comisaría en el Distrito de Sants de Barcelona.
Ramírez Sunyer consideró que existía “riesgo de fuga”. Permanecieron en la
cárcel unos dos meses hasta que salieron en libertad. En el juicio fueron declarados
inocentes por lo que después de una reclamación al Estado tuvo que
indemnizarlos por el tiempo pasado en prisión. Un año después también ordenó
cárcel para varios anarquistas que habían participado en una protesta de apoyo
a compañeros de Italia y en 2006 envió a la cárcel a un anarquista detenido por
poner artefactos incendiarios en bancos. Por eso, el grupo anarquista Las
Brigadas de la Cólera le envió un paquete bomba, que fue desactivado por los
TEDAX antes de explotar, por su “especial celo en perseguir la disidencia
anarquista y antiautoritaria””. Fin de la cita, que diría aquel[1].
La memoria es un artefacto curioso. Tomemos como ejemplo la memoria de
las buenas familias de Cataluña, los que aquí llaman “de casa buena”[2].
Suelen olvidar los orígenes de sus fortunas. Últimamente han aparecido estudios
que demuestran que la de la familia de Artur Mas procede del tráfico de
esclavos. Vulgares “negreros” que compraron su honorabilidad con un dinero de
la procedencia más sucia posible pero, como digo, la memoria obedece a sus
propias reglas, no siempre fáciles de entender. Han hecho cargar con toda la
culpa a Antonio López, el charnego (hoy dirían español), y quieren tirar
su estatua en un exorcismo colectivo como si su muerte simbólica purgara los
pecados del resto. Tampoco suelen pararse a explicar cómo durante el Franquismo
una familia podía salir más rica de lo que entró sin haber sido al menos neutral.
Lo digo así de suave porque hoy estoy más alegre que otra cosa. En este caso no
hay chivo expiatorio porque está todo demasiado cercano aún y las familias están
demasiado mezcladas como para que no les salpique por un lado u otro.
Sin embargo hay algo que tienen bien clavado, bien metido en la
mollera, me atrevería a decir que grabado en el ADN: el malvado enemigo
anarquista.
Sí. Recuerdan muy bien la única vez que han pasado miedo en su vida.
La única vez en que el dinero no servía para salvarles. Peor aún, la única vez
en su vida en que ese dinero podía condenarlos a muerte.
Sus verdugos eran los anarquistas. No es este lugar para entrar en si
tenían o no razón, si matar es lícito o si la violencia anarquista se quedó muy
por debajo de la violencia patronal. Quien quiera ilustrarse sobre el tema
tiene bibliografía de sobra y para todos los gustos. No hablo de historia sino
de memoria. La burguesía catalana temía y odiaba al anarquismo y supo transmitirlo
a sus descendientes y estos a sus perritos falderos.
La consecuencia es que para los del proceso condecorar a un juez que
empura anarquistas es la cosa más lógica y natural del mundo y los gilipollas
que quieren relacionar el proceso con el anarquismo son sólo eso, gilipollas.
Así que ayer les escuchaba pidiendo cuentas a Europa por haberles
abandonado[3]
y recordaba que cuando los míos cobraban de mala manera ellos estaban en casa
viendo el partido del Barça bebiendo el brebaje infame que comercializan los
herederos del ministro franquista Carceller.
Por mi parte, rencoroso y vengativo como soy, me estoy dando una buena
ración de sofá y palomitas, como dice un amigo. Y cerveza digna de ese
nombre...
[1] Germán González: “Un juez veterano y antianarquista”,
El Mundo, 21/09/17. Las negritas y cursivas son suyas.
[2] Hay otro nombre más gracioso, “los de la cebolla”,
pero nadie me ha dado aún una explicación sobre su origen que me satisfaga
completamente.
[3] Uno de los momentos más hilarantes de una jornada
que fue de mucho reír. Mientras se quejaban ante el silencio europeo una mujer
les dijo “¿De qué os quejáis, si los ingleses ya nos dejaron tirados en 1714?”.
Juro que no me lo invento.
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