Aunque lo que siga me lo han inspirado dos de los principales payasos
del circo en que se ha convertido el proceso, creo que no traiciono mi palabra
de no volver a ocuparme de él porque esto va de otra cosa.
El origen está en dos afirmaciones claramente equivocadas. Antes del
domingo Rajoy insistió en que no habría urnas y las hubo. Con la misma
rotundidad que empleó Junqueras para asegurar que ni la antigua Caixa ni el
Banc Sabadell trasladarían sus sedes.
Sabemos que la mentira es un recurso más que los políticos utilizan
para conseguir sus fines. Se ha escrito mucho sobre el tema pero a mí me sigue
pareciendo insuperable una reflexión de Maquiavelo, el primer analista político
digno de tal nombre (y quién sabe si el último). Tras enumerar las virtudes que
debe reunir el Príncipe dice: no es necesario, por tanto, que un príncipe
posea en realidad las dichas cualidades, pero es muy necesario que parezca
poseerlas. Incluso osaré decir que si se tienen y conservan siempre, resultan
dañinas y pareciendo tenerlas, resultan útiles[1].
Y aquí hay que diferenciar. Cuando Junqueras dice que ambos bancos
tienen su mayor volumen de negocio en Cataluña, está mintiendo. Él ostenta el
cargo de máximo responsable de la economía catalana y sabe de sobra que no es
así. Los balances contables de ambos son públicos y cualquiera los puede
comprobar. Pero cuando dijo que ninguno de los dos trasladaría su sede social
no mentía. Sólo estaba creyendo su propia mentira. Esa es la gran diferencia
entre los políticos actuales y los antiguos.
Según la definición que recuerdo del catecismo que estudiábamos en el
absurdo colegio al que acudí, mentir era “decir lo contrario de lo que se
piensa, con intención de engañar”. Si es el caso en el asunto de los
porcentajes del negocio bancario, en las otras cuestiones de lo que se trata es
de que los políticos han acabado creyendo sus propias mentiras, como si el
encargado de etiquetar un veneno lo ingiriera segundos después de haber
colocado el aviso...
Me cuesta encontrar ejemplos antiguos de un dirigente que crea su
propia propaganda. Otra cosa es que estuvieran mal informados o fueran presa de
aduladores, pero saber que la realidad es de una manera y pese a ello intentar
torcerla basándose en deseos, el pionero sería Adolf Hitler, dispuesto a abrir
todos los frentes sin pensar no sólo en quién podría cerrarlos sino siquiera en
si podría enviar soldados allí...
Hitler se convirtió en el ejemplo a esquivar precisamente por eso. El
loco que creía firmemente que la voluntad podía doblegar la realidad.
Obviamente, su derrota arrastró al descrédito a esas ideas. Pero el tiempo pasa
y acaba por sepultar consigo la memoria...
Lo vi muy claro cuando George Bush hijo ordenó la invasión de Irak.
Envenenado por su propia propaganda, pensó que bastaría con derrocar a Sadam
Hussein para que la democracia se instalase en Irak. El resultado fue
que el mismo día que proclamó el final de la guerra subido en un portaaviones
fue el día en que esta empezó en realidad. La guerra acabó cuando se dio cuenta
de que el grueso de los combates los ofrecía un ejército iraquí al que había
disuelto de un plumazo. Recapacitar y reintegrar a los oficiales a sus puestos
fue suficiente para que el número de soldados estadounidenses muertos cayera en
picado[2].
Sí, hay motivos para sentirse preocupado. Más allá de estos dos necios[3],
la tendencia parece general en la clase política de hoy, incluidos los dos
seres caricaturescos que tienen acceso a los botones rojos que podrían
reducirnos a cenizas en diez minutos...
Mejor no pensar en ello.
[1] Niccolò Machiavelli: Il Principe, cap. XVIII:
Quomodo fides a principibus sit servanda. Maquiavelo lo dice mucho mejor, he
improvisado una traducción del original. Es curiosa la maldición que persigue a
los grandes escritores italianos. Si Dante, autor de páginas hermosísimas, ha
dado el adjetivo “dantesco” para simbolizar el horror máximo, Maquiavelo, cuya
intención era aclarar cómo funcionan los mecanismos del poder ― y vaya si lo
aclaró que sus enseñanzas aún hoy son de provecho ―, ha pasado a la posteridad como lo contrario.
“Maquiavélico” como sinónimo de secreto
y retorcido significa lo opuesto a lo que escribió este hombre maravilloso.
Claro que Maquiavelo fue sometido a una campaña de desprestigio de siglos por
parte del Poder y sus aduladores desde que se difundieron sus escritos,
precisamente porque exponía sus maniobras de forma clara y lúcida. En este caso
maquiavélicos eran sus críticos, no él.
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