domingo, 7 de enero de 2018

PANGLOSSIANOS (I): CERTEZAS O ASÍ...


Hace un año me ocupé de ellos y si entonces parecían una tendencia marginal, en los últimos meses han cobrado fuelle y ya empiezan a ser letanía habitual  en algunos diarios. Me gustaría ocuparme extensamente de ellos y alguna cosa voy haciendo pero se aprende de los errores y no quiero prometer algo que no sé si estaré en disposición de cumplir.
El profesor Pangloss es un personaje del Cándido de Voltaire que proclama que “vivimos en el mejor de los mundos posibles”. El gran Voltaire se burlaba de Leibniz, que opinaba tal cosa, pero Leibniz había muerto en 1716 y casi cuarenta años después el devastador terremoto que sufrió Lisboa el primero de noviembre de 1755 hizo que muchos pensadores europeos se replantearan muchas cosas[1].
Últimamente florecen las llamadas al optimismo basadas en un único argumento: la humanidad nunca ha vivido tan bien como ahora y si somos pesimistas es porque el pesimismo vende mejor las noticias que el optimismo. Para empezar el año he elegido un ejemplo reciente pero si Fortuna me lo permite trataré de otros porque hay mucha tela que cortar. Se trata de un artículo escrito por Juan Ramón Rallo, aunque sólo me voy a centrar en uno de los diez gráficos que acompañan su texto.
Juan Ramón Rallo es un liberal. Y como a todos los que se definen así, tampoco le quedan mal los prefijos (neoliberal, ultraliberal, etc.). Tuvo su momento de notoriedad pública no hace mucho porque Rallo, como buen liberal, es de los que defiende que el Estado debe reducirse a su mínima expresión puesto que es ineficiente, dilapidador de recursos y todas esas cosas. El escollo surgió cuando le hicieron una oferta de Televisión Española para ir a discursear y la aceptó y unos cuantos le hicieron notar que aquello entraba en contradicción con su discurso. Hay que decir en su favor que acabó por renunciar.
El artículo de Rallo es un canto al optimismo, con el consiguiente tirón de orejas a los que estamos en el otro lado[2]. Por situar un poquito, el subtítulo dice “A pesar de todos los cenizos y agoreros que suelen copar las tribunas mediáticas, el mundo lleva varias décadas experimentando (gracias al capitalismo global) un progreso jamás antes visto” y la segunda frase dice, sin miedo a despeinarse, que “2017 fue el mejor año de la historia de la humanidad, pero 2018 será todavía mejor”. Y para probarlo incluye diez gráficos, de los que desdeñaré nueve y me centraré en uno, el quinto, por pura deformación profesional, como pronto entenderéis. Lo introduce con el siguiente texto:
Quinto: violencia. El progreso material y moral de las sociedades también se está dejando sentir en una menor propensión hacia la criminalidad. Las personas cada vez empatizan más con el prójimo y, merced al comercio, se vuelven más interdependientes y, por tanto, optamos por cooperar de buena fe antes que por extorsionar al vecino. Si, por ejemplo, nos restringimos a Europa y nos fijamos en una de las dimensiones más evidentes de la criminalidad el número de homicidios por cada mil habitantes , comprobaremos que esta se encuentra en el menor nivel de su historia.
Antes de ir con el gráfico habrá que ocuparse un poco del texto de presentación, porque las elecciones no son casuales. Eso de las bondades pacificadoras del comercio merecería capítulo aparte porque muchas guerras se han desatado por intereses comerciales, en especial las más modernas, pero dejémoslo para otra ocasión futura. Dice Rallo “si, por ejemplo, nos restringimos a Europa”. A ver, si estamos hablando del globo, ¿por qué nos hemos de restringir a Europa? Esta es una de las tácticas favoritas de estos sinvergüenzas: cuando conviene aplico el telescopio pero cuando me viene mejor utilizo el microscopio...
Pensando mal, los pesimistas fracasados nos podríamos preguntar por qué excluir de la visión a, digamos, Honduras, donde menores sin la menor instrucción se alquilan por cuatro chavos a una compañía de autobuses para lanzar cócteles molotov a los autobuses de la competencia sin importarles si churruscan a una docena de viajeros, y no es un ejemplo teórico...
Bien. Aceptemos la renuncia. Restrinjámonos a Europa. Ahora hay que hacer una nueva, ceñirnos al homicidio. Esta la ve hasta el más tonto: si en lugar de contar muertes violentas contamos homicidios nos quitamos de encima unas molestas decenas de millones que suman las dos guerras mundiales y los campos de exterminio y concentración. Sin salir de España, una Guerra Civil que no escaseó en muertos y al menos diez años de fusilamientos frecuentes que siguieron.
Con esto ya habría para decirle cuatro cositas al liberalete este, pero vayamos al gráfico.


Lo primero que cabe decir es que es un tanto zafio porque resume ochocientos años en unos pocos centímetros y el resultado práctico es que a la hora de ir a datar un pico o un valle se puede errar medio siglo tranquilamente. El gráfico empieza con una tasa de homicidios bastante alta, alrededor de 32 en el año 1200. Parece caer un poquito hasta vísperas de la Peste Negra y ahí repunta espectacularmente hasta el año 1400 en que se eleva por encima de 40, pero a partir de ahí cae a la mitad en un siglo. Desde 1500 a 1700 pasa de ese 20 a aproximadamente un ridículo 3, que en los tres siglos siguientes cae aún más hasta prácticamente fregar el cero. El problema es que por mucho que les busco explicación no consigo adivinar de dónde pueden haber salido las cifras que le dan forma.
Soy medievalista y durante unos años estuve investigando sobre un asunto muy interesante de la edad media burgalesa. Burgos es una de las ciudades españolas que conserva más documentación de época medieval y aún así Teófilo F. Ruiz, uno de los grandes conocedores del Burgos medieval, confesaba con honradez que su estimación  sobre su población en la edad media era una cifra más bien “mágica”. Porque los medievales nunca se preocuparon por contar a la gente. No hay ningún documento que se parezca ni de lejos a lo que pueda ser el padrón de hoy. Hay que proceder siempre de forma indirecta y, por tanto, sujeta a errores.
Por ejemplo, existen listas que recogen los diezmos que algunos lugares pagaban a la catedral de la que dependían[3]. Las diferencias entre las cantidades se puede entender que obedecen a la diferencia de población entre unos núcleos y otros y si de alguno, especialmente los más pequeños, se puede obtener algún dato también indirecto de otra fuente que permita estimar la población, aparece la tentación de traducir los maravedís en habitantes y multiplicar por la cantidad señalada a cada lugar. A falta de algo mejor, al menos podremos hacer una estimación, aunque evidentemente llena de riesgos. Por señalar alguno, entonces los pueblos salineros se podían considerar ricos. La sal era un bien preciado por escaso, al menos en el interior, y era una actividad que precisaba poca mano de obra. La riqueza por habitante era muy superior a la de los pueblos que se dedicaban a sembrar cereal (como se decía entonces, “tierras de pan llevar”) y aplicarles el mismo coeficiente basado en la relación maravedís / número de habitantes desvirtuará el resultado. Tampoco sabemos si las cifras consignadas en ese único documento corresponden a un año bueno, regular o malo. Por otra parte, al ser documentos elaborados no para hacer una estimación poblacional sino para satisfacer las necesidades de unos canónigos que vivían a muchos kilómetros de distancia, no tienen por qué ser completas. Bien pudiera ser que una vez reunida la cifra que estimaban necesaria se desentendieran del resto, como parece ser el caso burgalés. En resumen, al menos para la Edad Media es imposible saber con certeza cuál era la población europea. Si es difícil para zonas bien documentadas, imaginemos lo que puede ser para las que carecen de documentación relevante, que son muchas y muy amplias.
La situación mejora a partir de mediados del siglo XVI en el área católica porque el Concilio de Trento decreta la obligatoriedad de que las parroquias lleven libros de bautismo y defunción, lo que ya se parece a un documento demográfico porque prácticamente toda la población se bautizaba y enterraba bajo el rito católico. Aún así, mucha documentación parroquial se ha perdido por culpa de guerras, incendios, inundaciones o simple negligencia en la custodia. Basta con que una sacristía arda durante un par de horas para que se pierda la información de cuatro siglos... Pero habrá que esperar a la creación de estados modernos, a partir del siglo XIX, para que surja la preocupación por contar a la gente de manera metódica y más o menos fiable y aún así con diferentes ritmos, según las posibilidades de cada país. Los escandinavos fueron los pioneros, como en tantas otras cosas.
Y si hasta el siglo XIX en el mejor de los casos no podemos decir nada con seguridad sobre la población de un territorio, ¿qué podemos decir sobre el índice de homicidios por cada cien mil habitantes?
Absolutamente nada, claro está. Es una cifra imposible de calcular con un mínimo de rigor y ningún historiador serio se ha dedicado a ello. Todo lo que se pueda decir sobre la criminalidad nace de datos cualitativos, no cuantitativos. Hay documentos especialmente locuaces que nos pueden mostrar una pincelada esclarecedora sobre un tiempo y un lugar, pero no se pueden generalizar más allá del tiempo y lugar al que aluden. Es así de simple y de desesperante.
Se puede decir en voz bien alta: las tasas de homicidios en Europa que presenta Rallo citando como fuente un Eisner, 2003 del que, como dijo aquel, ni sé ni curaré de lo saber , son pura invención.
Porque además van en contra de lo poco que se sabe con una mínima certeza. Por ejemplo, la tasa entre 1350 y 1400 no debería subir sino bajar porque, por paradójico que parezca, el periodo posterior a la Peste Negra de 1348 fue paradisiaco para los supervivientes. Porque la escasez de población permitía que los asalariados consiguieran mejoras espectaculares en su sueldo porque no había otro que fuera a hacer su trabajo cobrando menos. Para los que querían probar por su cuenta, había montones de tierras disponibles para trabajar y sitio de sobra para engordar ganado. Según una estimación[4], los campesinos alemanes consumían entonces cien kilos de carne por persona y año, una cifra a la que aún no ha conseguido llegar el capitalismo global y nunca lo conseguirá, pese lo que le pese a Rallo.
Habría más cosas que añadir sobre este gráfico ridículo. Por ejemplo, por qué esta gráfica empieza bastantes siglos más atrás que las otras nueve, pero no merece la pena, es un engañabobos.

Más quisiera recalcar que, según Rallo, hoy la criminalidad “se encuentra en el menor nivel de su historia”.  Pero cuando yo era pequeño los niños íbamos y volvíamos solos del colegio y jugábamos en la calle durante tardes enteras sin padres cerca. Ahora eso es inconcebible, por desgracia para los niños de hoy, pero aquí entra en juego otra de las disociaciones de Rallo: si objetivamente los niños están más seguros en las calles hoy que hace cuarenta años, ¿quién ha metido el miedo en el cuerpo a los padres?
Pues, curiosamente, los optimistas.






[1] Es una de las fechas clave para la extensión del ateísmo. Portugal era uno de los reinos europeos más devotos y no sólo le cayó esa desgracia encima sino que sucedió en una fecha importante del calendario católico, el Día de Todos los Santos. Por supuesto, cabía la eterna justificación de que Dios castigaba a los portugueses por sus pecados, pero parecía haber otros reinos más propensos al castigo que el pequeño y ensimismado Portugal...
[2] Juan Ramón Rallo: “Diez gráficos que muestran que el mundo progresa imparablemente”, El Confidencial, 29/12/17.  Espero tener tiempo y fuerza para hacer una crítica más profunda a este movimiento pero de momento apunto aquí que si la mayoría de creyentes de esta nueva fe son Pinkertianos, este parece ser Norbergiano, pues en vez de citar al padre fundador cita a un tal Johan Norberg, un economista sueco.
[3] Se conservan listas de ese tipo para las diócesis de Ávila, Segovia y Burgos redactadas hacia 1250. La lista de Burgos es bastante incompleta, faltan muchísimos lugares documentados en otras fuentes de fecha cercana.
[4] Como se ve, esta es la palabra mágica cuando se trata de aportar datos referidos a la Edad Media.

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