Hace un año me ocupé de ellos y si entonces parecían una tendencia
marginal, en los últimos meses han cobrado fuelle y ya empiezan a ser letanía
habitual en algunos diarios. Me gustaría
ocuparme extensamente de ellos y alguna cosa voy haciendo pero se aprende de
los errores y no quiero prometer algo que no sé si estaré en disposición de
cumplir.
El profesor Pangloss es un personaje del Cándido de Voltaire que
proclama que “vivimos en el mejor de los mundos posibles”. El gran Voltaire se
burlaba de Leibniz, que opinaba tal cosa, pero Leibniz había muerto en 1716 y
casi cuarenta años después el devastador terremoto que sufrió Lisboa el primero
de noviembre de 1755 hizo que muchos pensadores europeos se replantearan muchas
cosas[1].
Últimamente florecen las llamadas al optimismo basadas en un único
argumento: la humanidad nunca ha vivido tan bien como ahora y si somos
pesimistas es porque el pesimismo vende mejor las noticias que el optimismo.
Para empezar el año he elegido un ejemplo reciente pero si Fortuna me lo
permite trataré de otros porque hay mucha tela que cortar. Se trata de un
artículo escrito por Juan Ramón Rallo, aunque sólo me voy a centrar en uno de
los diez gráficos que acompañan su texto.
Juan Ramón Rallo es un liberal. Y como a todos los que se definen así,
tampoco le quedan mal los prefijos (neoliberal, ultraliberal, etc.). Tuvo su
momento de notoriedad pública no hace mucho porque Rallo, como buen liberal, es
de los que defiende que el Estado debe reducirse a su mínima expresión puesto
que es ineficiente, dilapidador de recursos y todas esas cosas. El escollo
surgió cuando le hicieron una oferta de Televisión Española para ir a discursear
y la aceptó y unos cuantos le hicieron notar que aquello entraba en contradicción
con su discurso. Hay que decir en su favor que acabó por renunciar.
El artículo de Rallo es un canto al optimismo, con el consiguiente
tirón de orejas a los que estamos en el otro lado[2].
Por situar un poquito, el subtítulo dice “A pesar de todos los cenizos y
agoreros que suelen copar las tribunas mediáticas, el mundo lleva varias
décadas experimentando (gracias al capitalismo global) un progreso jamás antes
visto” y la segunda frase dice, sin miedo a despeinarse, que “2017 fue el mejor
año de la historia de la humanidad, pero 2018 será todavía mejor”. Y para
probarlo incluye diez gráficos, de los que desdeñaré nueve y me centraré en
uno, el quinto, por pura deformación profesional, como pronto entenderéis. Lo
introduce con el siguiente texto:
Quinto: violencia. El progreso material y moral de las sociedades
también se está dejando sentir en una menor propensión hacia la criminalidad.
Las personas cada vez empatizan más con el prójimo ― y,
merced al comercio, se vuelven más interdependientes ― y, por
tanto, optamos por cooperar de buena fe antes que por extorsionar al vecino.
Si, por ejemplo, nos restringimos a Europa y nos fijamos en una de las
dimensiones más evidentes de la criminalidad ― el número de homicidios
por cada mil habitantes ―, comprobaremos que esta se encuentra en el menor
nivel de su historia.
Antes de ir con el gráfico habrá que ocuparse un poco del texto de
presentación, porque las elecciones no son casuales. Eso de las bondades
pacificadoras del comercio merecería capítulo aparte porque muchas guerras se
han desatado por intereses comerciales, en especial las más modernas, pero
dejémoslo para otra ocasión futura. Dice Rallo “si, por ejemplo, nos
restringimos a Europa”. A ver, si estamos hablando del globo, ¿por qué nos
hemos de restringir a Europa? Esta es una de las tácticas favoritas de estos
sinvergüenzas: cuando conviene aplico el telescopio pero cuando me viene mejor
utilizo el microscopio...
Pensando mal, los pesimistas fracasados nos podríamos preguntar por
qué excluir de la visión a, digamos, Honduras, donde menores sin la menor
instrucción se alquilan por cuatro chavos a una compañía de autobuses para
lanzar cócteles molotov a los autobuses de la competencia sin importarles si
churruscan a una docena de viajeros, y no es un ejemplo teórico...
Bien. Aceptemos la renuncia. Restrinjámonos a Europa. Ahora hay que
hacer una nueva, ceñirnos al homicidio. Esta la ve hasta el más tonto: si en
lugar de contar muertes violentas contamos homicidios nos quitamos de encima
unas molestas decenas de millones que suman las dos guerras mundiales y los
campos de exterminio y concentración. Sin salir de España, una Guerra Civil que
no escaseó en muertos y al menos diez años de fusilamientos frecuentes que
siguieron.
Con esto ya habría para decirle cuatro cositas al liberalete este,
pero vayamos al gráfico.
Lo primero que cabe decir es que es un tanto zafio porque resume
ochocientos años en unos pocos centímetros y el resultado práctico es que a la
hora de ir a datar un pico o un valle se puede errar medio siglo tranquilamente.
El gráfico empieza con una tasa de homicidios bastante alta, alrededor de 32 en
el año 1200. Parece caer un poquito hasta vísperas de la Peste Negra y ahí
repunta espectacularmente hasta el año 1400 en que se eleva por encima de 40,
pero a partir de ahí cae a la mitad en un siglo. Desde 1500 a 1700 pasa de ese
20 a aproximadamente un ridículo 3, que en los tres siglos siguientes cae aún
más hasta prácticamente fregar el cero. El problema es que por mucho que les
busco explicación no consigo adivinar de dónde pueden haber salido las cifras
que le dan forma.
Soy medievalista y durante unos años estuve investigando sobre un
asunto muy interesante de la edad media burgalesa. Burgos es una de las
ciudades españolas que conserva más documentación de época medieval y aún así
Teófilo F. Ruiz, uno de los grandes conocedores del Burgos medieval, confesaba
con honradez que su estimación sobre su
población en la edad media era una cifra más bien “mágica”. Porque los
medievales nunca se preocuparon por contar a la gente. No hay ningún documento
que se parezca ni de lejos a lo que pueda ser el padrón de hoy. Hay que
proceder siempre de forma indirecta y, por tanto, sujeta a errores.
Por ejemplo, existen listas que recogen los diezmos que algunos
lugares pagaban a la catedral de la que dependían[3].
Las diferencias entre las cantidades se puede entender que obedecen a la
diferencia de población entre unos núcleos y otros y si de alguno,
especialmente los más pequeños, se puede obtener algún dato también indirecto
de otra fuente que permita estimar la población, aparece la tentación de
traducir los maravedís en habitantes y multiplicar por la cantidad señalada a
cada lugar. A falta de algo mejor, al menos podremos hacer una estimación, aunque
evidentemente llena de riesgos. Por señalar alguno, entonces los pueblos
salineros se podían considerar ricos. La sal era un bien preciado por escaso,
al menos en el interior, y era una actividad que precisaba poca mano de obra.
La riqueza por habitante era muy superior a la de los pueblos que se dedicaban
a sembrar cereal (como se decía entonces, “tierras de pan llevar”) y aplicarles
el mismo coeficiente basado en la relación maravedís / número de habitantes
desvirtuará el resultado. Tampoco sabemos si las cifras consignadas en ese
único documento corresponden a un año bueno, regular o malo. Por otra parte, al
ser documentos elaborados no para hacer una estimación poblacional sino para
satisfacer las necesidades de unos canónigos que vivían a muchos kilómetros de
distancia, no tienen por qué ser completas. Bien pudiera ser que una vez
reunida la cifra que estimaban necesaria se desentendieran del resto, como
parece ser el caso burgalés. En resumen, al menos para la Edad Media es
imposible saber con certeza cuál era la población europea. Si es difícil para
zonas bien documentadas, imaginemos lo que puede ser para las que carecen de
documentación relevante, que son muchas y muy amplias.
La situación mejora a partir de mediados del siglo XVI en el área católica
porque el Concilio de Trento decreta la obligatoriedad de que las parroquias
lleven libros de bautismo y defunción, lo que ya se parece a un documento
demográfico porque prácticamente toda la población se bautizaba y enterraba
bajo el rito católico. Aún así, mucha documentación parroquial se ha perdido
por culpa de guerras, incendios, inundaciones o simple negligencia en la
custodia. Basta con que una sacristía arda durante un par de horas para que se
pierda la información de cuatro siglos... Pero habrá que esperar a la creación
de estados modernos, a partir del siglo XIX, para que surja la preocupación por
contar a la gente de manera metódica y más o menos fiable y aún así con
diferentes ritmos, según las posibilidades de cada país. Los escandinavos fueron
los pioneros, como en tantas otras cosas.
Y si hasta el siglo XIX en el mejor de los casos no podemos decir nada
con seguridad sobre la población de un territorio, ¿qué podemos decir sobre el
índice de homicidios por cada cien mil habitantes?
Absolutamente nada, claro está. Es una cifra imposible de calcular con
un mínimo de rigor y ningún historiador serio se ha dedicado a ello. Todo lo
que se pueda decir sobre la criminalidad nace de datos cualitativos, no
cuantitativos. Hay documentos especialmente locuaces que nos pueden mostrar una
pincelada esclarecedora sobre un tiempo y un lugar, pero no se pueden
generalizar más allá del tiempo y lugar al que aluden. Es así de simple y de
desesperante.
Se puede decir en voz bien alta: las tasas de homicidios en Europa que
presenta Rallo ― citando como fuente un Eisner, 2003 del que, como dijo aquel,
ni sé ni curaré de lo saber ―, son pura invención.
Porque además van en contra de lo poco que se sabe con una mínima
certeza. Por ejemplo, la tasa entre 1350 y 1400 no debería subir sino bajar porque,
por paradójico que parezca, el periodo posterior a la Peste Negra de 1348 fue
paradisiaco para los supervivientes. Porque la escasez de población permitía
que los asalariados consiguieran mejoras espectaculares en su sueldo porque no
había otro que fuera a hacer su trabajo cobrando menos. Para los que querían
probar por su cuenta, había montones de tierras disponibles para trabajar y
sitio de sobra para engordar ganado. Según una estimación[4],
los campesinos alemanes consumían entonces cien kilos de carne por persona y
año, una cifra a la que aún no ha conseguido llegar el capitalismo global y
nunca lo conseguirá, pese lo que le pese a Rallo.
Habría más cosas que añadir sobre este gráfico ridículo. Por ejemplo,
por qué esta gráfica empieza bastantes siglos más atrás que las otras nueve,
pero no merece la pena, es un engañabobos.
Más quisiera recalcar que, según Rallo, hoy la criminalidad “se
encuentra en el menor nivel de su historia”.
Pero cuando yo era pequeño los niños íbamos y volvíamos solos del
colegio y jugábamos en la calle durante tardes enteras sin padres cerca. Ahora
eso es inconcebible, por desgracia para los niños de hoy, pero aquí entra en
juego otra de las disociaciones de Rallo: si objetivamente los niños están más
seguros en las calles hoy que hace cuarenta años, ¿quién ha metido el miedo en
el cuerpo a los padres?
Pues, curiosamente, los optimistas.
[1] Es una de las fechas clave para la extensión del
ateísmo. Portugal era uno de los reinos europeos más devotos y no sólo le cayó
esa desgracia encima sino que sucedió en una fecha importante del calendario
católico, el Día de Todos los Santos. Por supuesto, cabía la eterna
justificación de que Dios castigaba a los portugueses por sus pecados, pero
parecía haber otros reinos más propensos al castigo que el pequeño y
ensimismado Portugal...
[2] Juan Ramón Rallo: “Diez gráficos que muestran que el
mundo progresa imparablemente”, El Confidencial, 29/12/17. Espero tener tiempo y fuerza para hacer una
crítica más profunda a este movimiento pero de momento apunto aquí que si la
mayoría de creyentes de esta nueva fe son Pinkertianos, este parece ser Norbergiano,
pues en vez de citar al padre fundador cita a un tal Johan Norberg, un
economista sueco.
[3] Se conservan listas de ese tipo para las diócesis de
Ávila, Segovia y Burgos redactadas hacia 1250. La lista de Burgos es bastante
incompleta, faltan muchísimos lugares documentados en otras fuentes de fecha
cercana.
[4] Como se ve, esta es la palabra mágica cuando se
trata de aportar datos referidos a la Edad Media.
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