El mes pasado
comentaba un artículo del entusiasta Juan Ramón Rallo en el que argumentaba que
2017 fue el mejor año para la Humanidad, sólo superado por el 2018[1]. No es que sienta una especial pulsión hacia una
argumentación tan indigente, es sólo que he leído un artículo que me ha
sorprendido y he llegado a Rallo por asociación de ideas. Sucede que el texto
nuevo va sobre educación y de ella se ocupa Rallo en su séptimo gráfico con su
habitual estilo tramposo.
El texto
ilustrativo dice: “Séptimo: educación. La tasa de analfabetismo en el conjunto
del planeta se halla en el nivel más reducido de la historia. Desde mediados
del siglo XX, ha pasado de afectar a más del 60% de la población a hacerlo a
apenas el 10%. Además, no solo es que cada vez más gente sepa leer y escribir:
el número de años que las personas permanecen en el sistema educativo también
está aumentando continuadamente, sobre todo en los países en vías de
desarrollo”.
Y lo he
recordado al leer otro artículo con un título rompedor: “¿Cuál es la mayor
estafa del mundo? La educación”[2].
Cierto que, pese a que los integrantes de las mareas asocian sanidad y
educación en un mismo lote, mi opinión personal es que la sanidad española es
muy buena para los medios que tiene, mientras la educación me parece una
soberana porquería. Sin buscar culpables, sólo juzgo los resultados con mi
criterio absolutamente subjetivo, como es obvio.
Lo interesante
en este caso es que su autor se encuentra en las antípodas de mi ideología, por
eso me ha hecho gracia. Reproduzco los cuatro primeros párrafos y reconozco que
son los más negativos, pero si me tomo la molestia de citar lo que reproduzco
es para que quien quiera lo pueda leer entero:
Cada día, 1.500
millones de niños y jóvenes en todo el mundo acuden a edificios que se llaman
escuelas o colegios. Y allí pasan largas horas en salones donde algunos adultos
tratan de enseñarles a leer, a escribir, matemáticas, ciencias y más. Esto
cuesta el 5% de todo lo que produce la economía mundial en un año.
Una gran parte
de este dinero se pierde. Y un costo aún mayor es el tiempo que desperdician
esos 1.500 millones de estudiantes que aprenden poco o nada que les vaya a ser
útil para moverse eficazmente en el mundo de hoy. Los esfuerzos que hace la
humanidad para educar a sus niños y
jóvenes son titánicos y sus resultados son patéticos.
En Kenia,
Tanzania y Uganda, el 75% de los alumnos de tercer grado no sabe leer una frase
tan sencilla como: “El perro se llama Fido”. En la India rural, el 50% de los
alumnos de quinto grado no puede restar números de dos dígitos, como 46 – 17,
por ejemplo. Brasil ha logrado mejorar las habilidades de los estudiantes de 15
años, pero al actual ritmo de avance les llevará 75 años alcanzar la puntuación
promedio en matemáticas de los alumnos de los países ricos; en lectura, les
llevará más de 260 años.
Estos y muchos
otros datos igual de desalentadores están en el Informe sobre el
Desarrollo Mundial del Banco Mundial. El mensaje central del informe es que
escolarización no es lo mismo que aprendizaje. En otras palabras, ir al colegio
o a la escuela secundaria, y hasta obtener un diploma, no quiere decir que ese
estudiante haya aprendido mucho.
Fin de la cita,
que diría Mariano. Su autor, Moisés Naím, fue Ministro de Fomento de
Venezuela en 1989, en el gobierno de
Carlos Andrés Pérez, gran amigo de Felipe González.
En apenas una
semana de ese año 276 opositores murieron a manos de la policía, según cifras
oficiales. Otras fuentes hablan de 3.000 desaparecidos, son las jornadas
conocidas como el Caracazo. Líbreme el
cielo de decir algo en favor de los bolivarianos pero si hubieran hecho algo
parecido Chávez o Maduro habría que escuchar lo que diría la intelectualidad patria
encabezada por Norberto Juan Ortiz, que es gran experto en la materia porque su
última esposa es venezolana[3]...
Cierto es que
Rallo se cura en salud y aunque titula su gráfico como Educación, en
realidad habla de analfabetismo. Y entiendo que conoce la diferencia, para eso
se ha creado el concepto de “analfabeto funcional”, que es el que nunca lee
aunque sepa leer. En España, donde la tasa de analfabetismo está prácticamente
en el cero, los analfabetos funcionales suman el 50%. La mitad de la población
no lee. Nada. Ni siquiera mierda. No lee. No siente esa pulsión de acercarse a
un texto...[4].
Por no entrar en
algunos datos que ponen en cuestión las ideas de Rallo como que “En la Europa
de mediados del siglo XVII había más centros escolares y alumnos que a mediados
del XIX”[5].
La idea de
progreso es bella y estimulante pero los de mi generación sabemos que viviremos
peor que nuestros padres. Y los que saben de historia saben que la historia
humana reducida a gráficas presenta un perfil de dientes de sierra. Una danza
caprichosa que alterna pasitos hacia adelante y pasitos hacia atrás. Y aquellos
a los que las gráficas les salen perfectas pues eso, mentirosos redomados...
[1] Y
evidentemente el 2019, el 2020 ... 2030... 2050... 2090... Siguiendo su lógica,
visto desde el siglo XXII el 2018 parecerá una soberana porquería, el puro
subdesarrollo, y los que vivan entonces nos tendrán lástima, como muchos hoy se
la tienen a los que vivieron épocas anteriores que desde mi modesto punto de
vista resultan fascinantes. Como la Edad Media, por extraño que suene.
[3]
Si, claro, Bertín Osborne, el único intelectual que la derecha puede oponer al
gran intelectual de la izquierda Jordi Évole.
[4] Y
de los que leen, me abstengo de hacer clasificaciones que los fachorrillas
podrían tildar de clasistas en su infinita desvergüenza. Con toda razón, por
cierto...
[5]
Jacques Barzun: Del amanecer a la decadencia. 500 años de vida cultural en
Occidente (de 1500 a nuestros días), Taurus, (Madrid), 2001, p. 86. El
libro es probablemente su obra maestra, lo que es mucho decir. Comenzó a
escribirlo con 84 años y lo dio a la imprenta a los 92. La gran diferencia
entre las ciencias y las letras es que los humanistas van edificando su saber a
través de los años, por acumulación de lecturas y reflexiones, mientras los
grandes avances científicos suelen nacer de la osadía y la intuición,
cualidades asociadas a la juventud. Einstein publicó su teoría de la
relatividad especial a los 25 años, la general diez años después y recibió el
Premio Nóbel a los 42.
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